¿Cómo digo lo que digo?: Lo dije sin pensar

¿Qué esconde un insulto que “se escapó”, en el agravio a la religión, el color de piel o el estatus? – Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Cuando se escapa un insulto que ataca la etnia o la condición social de alguien, conviene darse cuenta de que no es producto de una reacción espontánea. La palabra no es “inocente” y la persona que dispara agresiones, las lleva incorporadas en su inventario ideológico.

Hablamos de más porque no nos multan ni pagamos peaje. Con todo, la experiencia demuestra que poner la lengua en marcha antes que las neuronas, trae sus consecuencias. No sale gratis. Es común que, antes de proferir una catarata de humillaciones y descalificaciones, el/la responsable se ataje exclamando: “Yo te respeto”.

El respeto no se declama, se actúa.

El respeto se construye. Sucede que está tan devaluado, que su definición quedó vacía de contenido.

Si te respeto, te cuido. Si te respeto, cuento hasta diez, hasta veinte, antes de que se me suelte la cadena.

Si te respeto, impido que mis emociones se desborden, en lugar de darles rienda suelta como un viento huracanado. Y, por encima de todo, jamás echaría mano de esas palabras ofensivas que azotan con la fuerza de un látigo. Difíciles de olvidar, porque permanecen  tatuadas en la memoria.

Cuando el “yo te respeto” comienza a sonar como un falso latiguillo que antecede al ataque verbal, luego, le pasa lo mismo al pedido de disculpa: pierde credibilidad. Frases hechas, que les dicen.

Resumiendo: las palabras descalificadoras no funcionan a botón. Son propias de la ignorancia, de prejuicios arraigados y, en especial, de una muy baja autoestima de quien las pone en marcha. Entonces, a la primera de cambio, incontenibles, se disparan y dejan en evidencia a la persona (sin careta). Un papelón, claro.

 

Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.

www.dionisiafontan.com