¿Cómo digo lo que digo? Ofensa veloz. Disculpa falluta

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Cuesta mucho disculparse. Por falso orgullo, por pensar que es un síntoma de debilidad…

También es cierto que no pasa igual con el perdón express: te ofendo a la mañana y me disculpo a la tarde. Consecuencia de este tiempo líquido, donde la palabra tampoco es  lo que era.

Noches atrás vi El Insulto, película libanesa que cuenta la conflictiva relación entre un libanés cristiano y un palestino, quien integra una colectividad pequeña y repudiada motivo por el cual es muy difícil conseguir trabajo. Se trata de dos países que padecieron guerras prolongadas y el resentimiento perdura.

Aunque el motivo de la pelea fue un hecho menor, entre los dos hombres había mar de fondo. Palabra va palabra viene, el palestino, fuera de sí, profirió un insulto que sacó de quicio al libanés. A partir de ahí, éste comenzó a reclamar obsesivamente un pedido de disculpa que nunca se concretó. Finalmente, la situación llega a la justicia y comienza un largo proceso en el que la causa toma dimensión nacional, enfrentando a palestinos y libaneses cristianos.

El lenguaje verbal, se sabe, modifica las emociones. Los agravios influyen negativamente en el estado de ánimo –que cae en picada- y afecta la autoestima. ¿Cómo se borran las descalificaciones, el sentimiento de odio, las palabras violentas? La ofensa es una de las formas de ataque más agresiva. Quien ofende humilla.

Disparar palabras que aluden a la etnia, la religión, el estrato social, no se escapan. Tampoco son producto de la improvisación. Crueldad, burla, desprecio, forman parte del inventario emocional de quien lo pone en marcha. Por eso, siempre listas, aguardan en la punta de la lengua para ser eyectadas

Así como el insulto es universal pasa lo mismo con la disculpa. Cuesta horrores tomar la iniciativa, reconocer que se actuó mal. Esta conducta se asocia con un gesto de debilidad y ocurre todo lo contrario, es un acto de grandeza. Ahora bien, debemos admitir que existen distintas categorías: están lo que se disculpan con absoluta franqueza, dolidos por su acción equivocada, y también los que piden perdón a regañadientes a sabiendas de que metieron la pata. Sin olvidar, claro, la torpeza  de algunos funcionarios públicos que después de derrapar, se apresuran a dar vuelta su reclamo o crítica canchera, y la transforman en una disculpa diplomática.

Tan devaluada está la palabra, que un político le dice de todo a su opositor y horas después se retracta. Así nomás, sin pudor. El medio televisivo tampoco se queda atrás: con tal de subir un punto de rating acepta la circulación de mentiras o difamaciones que carecen de fundamento. Y no cito a las redes, porque basurean a la gente sin piedad e instalan ferocidades de las que nadie se hace cargo.

En los últimos tiempos, un grave descuido tiende a repetirse: la cada vez más frecuente distracción de periodistas y panelistas de tevé, que lanzan palabrotas irreproducibles contra colegas, sin darse cuenta de que el micrófono está abierto. Así provocan un festín de audios y de videos que se replican hasta el hartazgo. Conscientes (y avergonzados) de que sus barbaridades tomaron estado público, de pronto la pantalla expone rostros compungidos y disculpas de todo tipo que se multiplican a granel. ¿Alguien les cree?  Tengo mis dudas. Más bien suenan fallutas, oportunistas.

Tanto énfasis para descargarse con expresiones rabiosas y pésimos conceptos ¿pueden borrarse acaso con un superficial pedido de perdón? Nos hemos acostumbrado tanto al idioma de cancha, a que se intercambien exabruptos con naturalidad, que practicar el respeto parece una utopía, francamente. Muchos opinan que después de la cuarentena seremos mejores, más empáticos, más espirituales y comprensivos.

En fin, por ahora se trata de deseos bien intencionados. Nadie sabe qué nos deparará el tiempo y cómo influirá esta experiencia en cada persona. Mientras tanto, sólo queda armarse de paciencia y esperar los resultados.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

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