¿Cómo digo lo que digo?: Podemos erradicar conductas adquiridas. No incluye a los fanáticos

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Es posible cambiar las conductas que nos perjudican. Aferrarse a ellas, negarse a modificarlas, estaría indicando una rigidez peligrosa por su proximidad con el fanatismo.

Hay personas que demuestran más decisión para someterse a un lifting o mudarse seguido (pese a lo movilizador que resulta), antes que proponerse cambiar un modo de actuar o de expresarse. Aunque no ignoran que amén de perjudicarlas, también incomodan a los demás.

A menudo insisto en la necesidad de no resistirse a los cambios ni pelearse con ellos. De aceptarlos. A cada rato la vida demuestra que no queda otra opción. Conviene recordar que las conductas son adquiridas. Por lo tanto, si nos ocupamos de revisarlas y de modificar las que nos desagradan, obtendremos resultados positivos.

Comentario infaltable: es muy difícil. Sí, claro, en especial si estamos muy aferradas a ellas. Con todo, se trata de un trabajo gratificante y el esfuerzo merece la pena porque hace foco en nuestra capacidad (o no) de interactuar. Buen modo y pensar antes de hablar, cosa de no arrepentirse, aliviará los vínculos y propiciará bienestar.

El maltrato verbal o gestual, reacciones del tipo no dar el brazo a torcer, quedarse con la última palabra, pasar factura, castigar manteniendo silencio, son ejemplos negativos, inconvenientes. Puede suceder que la agresión sea sutil y las palabras no suenen tan desafortunadas como el modo y el tono que se emplean.

Están los que alardean de su franqueza y se jactan de ser espontáneos. En realidad son maleducados, incapaces de registrar que tienen delante a una persona digna de respeto. Están lo que defienden su punto de vista como si fuera único. O los que se enfurecen con quien piensa distinto. Ambas posiciones revelan ideas extremas, rígidas. Justo al revés de lo que se requiere hoy: flexibilidad.

Blandir posturas absolutistas o argumentos que no resisten el menor análisis, alertan sobre el peligro del fanatismo. Razonar con un fanático/a, intentar que admita otros pensamientos, otras miradas, francamente, resulta una misión imposible.

En esta columna me refiero a la voluntad de analizar, de profundizar conductas que arrastramos desde larga data (pese a que nos disgustan), porque la experiencia demuestra que – con voluntad y dedicación- se logran auténticos resultados. Aclaro, eso sí, que el fanatismo queda excluído. La verdad, no sabría cómo abordar a alguien de estas características. Por empezar, al fanático/a no le interesa escuchar, es prepotente, carece de empatía, sus discursos suenan rancios y en lugar de avanzar, atropella.

Resumiendo: como se consideran sabiondos, es probable que mi compromiso con una comunicación eficaz y no violenta, les cause risa.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

Talleres Online

Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.

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