¿Cómo digo lo que digo?: Preguntas y respuestas para revisar qué tal funciona la comunicación cotidiana

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

De vez en cuando, convendría detenerse en las flaquezas que perjudican nuestra manera de interactuar.

A menudo, repetimos conductas por costumbre y no se nos ocurre pensar que estos hábitos juegan en contra. Propongo echar un vistazo y considerar si, en efecto, merecen ser mejoradas o vale la pena reemplazarlas, cambiarlas.

Abunda la gente charlatana que se queja de no ser escuchada. Hablá menos, ése es tu problema. Carece de inteligencia emocional para darse cuenta de que es evitada, justamente, porque aturde, agobia.

La dispersión, que no para de aumentar, impide concentrarse. Por lo tanto, se agradece economizar palabras. Ser breve, uno de los mayores logros del lenguaje verbal, evita irse por las ramas. Por este motivo, tampoco son bien recibidos los que describen con lujo de detalles y aportan demasiados datos.

Se confunden quienes asocian grito con autoridad. Nada que ver. Si hay algo que no necesita la autoridad es apelar al grito. 

En síntesis: como las conductas son aprendidas es posible desaprenderlas. Sí, insumirá tiempo y trabajo. También, la garantía de que el esfuerzo los transformará en mejores personas.   

 

 

Optimizar el modo de comunicarnos es una habilidad que se adquiere con entrenamiento.

A la par de nuestra actividad específica, necesitamos recursos, habilidades para divulgar, transmitir, argumentar, persuadir, saber escuchar, vender… tan importantes como realizar bien la actividad que desarrollan o generar armonía en el mundo familiar y en el social.

Por este motivo compartiré preguntas y respuestas para que analicen qué tal funcionan en el momento de interactuar. Como las conductas son aprendidas, es posible desaprenderlas. Sin embargo, con frecuencia, las repetimos sin la menor autocrítica pese a que algunas de estos hábitos no nos benefician.

Claro, lleva tiempo y voluntad de cambio, como todas las cosas importantes de la vida. Veamos un ejemplo sencillo: Si ponemos en marcha el buen trato, muy pronto advertiremos los resultados positivos que genera el efecto multiplicador.

¿Alzás la voz?

El grito no demuestra autoridad. Al contrario, enmascara miedo, impotencia, inseguridad

¿Te cuesta ser breve? 

Ir al grano es uno de los fundamentos del lenguaje verbal. Hay que hablar corto.

¿Tu mensaje es poco claro?

La dispersión influye para irse por las ramas. Nos enredamos con las palabras y el mensaje suena confuso.

¿Si te enojás perdés? ¿Por qué?

Porque si bien el enojo funciona como un desahogo, no permite modificar la realidad que disgusta.

¿Registrás las señales de la otra persona? 

Permanecés cerca y no te das cuenta de cómo se siente. ¿Tiene apuro? ¿El tema le interesa? ¿Debe resolver un problema?

¿Prestás atención al tono?

La voz es nuestra música. Unas pocas palabras alcanzan para revelar el estado de ánimo de quien las dice.

¿Si te vas de boca, cómo reaccionás?

Por empezar, hay que hacerse cargo y pedir disculpa. Algunas personas, en cambio, prefieren justificarse argumentando que son temperamentales.

¿Escuchas a tu cuerpo?

El cuerpo comunica todo el tiempo. Siempre avisa. No le hacemos caso. Hasta que se rebela y estalla.

¿Qué esconde la soberbia?

Miedo, inseguridad, no estar a la altura de las circunstancias. En algunos casos, una timidez extrema.

¿Primero hablo y después pienso?

La pulsión de hablar provoca tremendas metidas de pata. Falta esa dosis de inteligencia necesaria para reflexionar antes de que la lengua se escape. Lo peor: semejante torpeza destruye vínculos.

¿Por qué interrumpimos?

Conducta insoportable, existen varias causas. Por impaciencia, porque el tema aburre, por maleducado/a, porque competimos o porque lo que escuchamos nos provoca tanta envidia, que no se aguanta.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.

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