¿Cómo digo lo que digo?: Que el conformismo ni la amargura nos ganen

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Apelar a los recursos que fortalecen, que ayudan a mejorar el ánimo en la desafortunada actualidad, permiten vivirla con más bienestar y menor dolor.

“¿Así que te ocupás de que la gente se trate de un modo más amable y educado? -deslizó, mientras soltaba una carcajada-. ¡Ay, yo no tengo remedio! Hablo hasta por los codos, siempre quiero tener razón y, muchas veces, se me suelta la cadena”.

A pesar de exponer sus defectos con descarnada franqueza, reconozco que me molestan las personas conformistas con su manera de proceder. Al punto de que hasta se ufanan de ser así. Sin embargo, es seguro que les debe provocar dificultades de convivencia y más de un disgusto.

Interactuar con alguien de estas características o parecidas, ocasiona problemas. Nunca se sabe cómo va a reaccionar. Dato curioso: por un lado, se reconoce insoportable y por el otro, no demuestra la menor voluntad de introducir cambios. No logra darse cuenta de que se trata de conductas adquiridas y, por lo tanto, merecen ser observadas con la intención de mejorarlas, de transformarlas.

René Spitz, prestigioso psicoanalista austríaco, especialista en investigar el comportamiento infantil, descubrió que la sonrisa es el primer gesto innato (no imitativo) del bebé hacia su mamá, al mes de vida, como símbolo de alegría y de satisfacción.

Por lo tanto, la batería de nuestros gestos y conductas son adquiridas, imitadas, copiadas, instaladas. Significa, entonces, que existen soluciones para no cargarlas como una pesada mochila durante toda la vida.

¡Cuesta mucho trabajo reemplazar hábitos arraigados! Suele escucharse, para evitar cualquier esfuerzo que contribuya a introducir modificaciones, cambios. El asunto es analizar si esta actividad beneficia a quien la emprende, en vez de rechazarla de antemano.

Optimizar el modo de expresarse ennoblece los vínculos. Afirmar, por ejemplo, “yo no tengo remedio”, evidencia incapacidad para el cambio. Una cerrazón impropia de estos tiempos, que pone a prueba nuestra flexibilidad para adaptarnos a las circunstancias.

“Quiero tener razón”, equivale a no dar el brazo a torcer. Demuestra una tozudez que anula a la inteligencia. Quienes viven a la defensiva tienen respuesta para todo. Convierten una vulgar charla en un ping-pong de respuestas automáticas, nada razonadas. Y, claro, al final terminan agotando al interlocutor/a. Total, se dan el gran gusto de quedarse, nomás, con la última palabra. Como si hubieran ganado un campeonato.

Más allá de los casos individuales, debemos admitir que la violencia salpica a todos. A veces, va por dentro. A veces, se manifiesta sin disimulo. Andamos con pocas pulgas, irascibles, angustiados, de malhumor. En fin, una suma de calamidades propias de este duro presente.

Frente a la desafortunada realidad depende de cada uno/a esforzarse para no decaer, todavía más, echando mano de recursos que impidan el avance de la desazón, el escepticismo, la tristeza, la incertidumbre…

Si hay algo que me propuse al cabo de mi experiencia profesional, es no parecer una teórica. Los estados de ánimo que acabo de citar y oscurecen nuestros pensamientos, responden a muchas razones concretas. Pérdida de trabajo, recorte de sueldos magros, quiebra de comercios, culpa y dolor de haber despedido a empleados de larga data, miedo al contagio.

Factores crueles, típicos de una sociedad inestable. Como ciudadana ocurre que, además de tener plena conciencia y vivir en carne propia los inevitables rigores, desde esta columna sólo puedo aportar ideas, conceptos, propuestas sobre un tema al cual me dediqué siempre con absoluta seriedad.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.

Comparto recursos, aptos para todo público, para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, personal y social.

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