¿Cómo digo lo que digo?: Simpática en el trabajo. Puercoespín en casa

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Ocurre más a menudo de lo que suponemos. Personas que se entregan al trabajo con alma y vida, orgullosas de sentirse útiles. Al final de la jornada regresan a sus casas agotadas, malhumoradas, sin ganas de hablar ni de escuchar. Intratables.

Pocos años atrás, cuando podía organizar grupos de comunicación presenciales, recuerdo un tema que se repetía cada tanto. Me refiero al desgaste que provoca la atención al público. Son necesarias aptitudes especiales, una entrega nada sencilla de asumir.

Coincidimos, seguramente, en que abundan empleados y vendedores que ahuyentan a la gente y, a mi entender, sólo debemos soportar ese maltrato si es indispensable, urgente. Siempre recuerdo la reacción de Marcela por su franqueza y autocrítica: “En el trabajo soy simpática, paciente, me esfuerzo para satisfacer todas las demandas. Tengo vocación de servicio, me gusta lo que hago, me siento útil. Hasta que llego a casa: ahí me transformo en un puercoespín. Regreso tan agotada que no tengo ganas de hablar ni de escuchar”.

Se refería al más punzante de los roedores cuyo nombre en latín significa cerdo con púas. Otra participante, compañera de Marcela, deslizó: “Reconozco que siempre empujamos a Marce al ruedo porque tiene cancha, se mete al público en el bolsillo. Le sobra empatía y la gente la adora. Si hasta recibe regalitos de agradecimiento por su atención impecable. Claro, nunca sospechamos que en su casa se pusiera fatal, insufrible. Te pido perdón en nombre de todas”, concluyó, apesadumbrada.

Como el caso Marcela se replicó en otros encuentros, llegamos a la conclusión de que si bien en los medios laborales siempre existe alguien que se ocupa de gestionar tareas que los otros desestiman, no es menos cierto que ese desempeño extra, ese valor agregado, le brinda satisfacciones personales que, probablemente, fuera de su trabajo no consigue o no le provocan el mismo bienestar emocional.

Conocemos historias de Marcelas o Marcelos, el género no importa, con serias dificultades para equilibrar hogar y trabajo. Una cosa es dedicarse a más de una actividad por razones económicas y otra – muy distinta- es poner toda la energía puertas afuera, porque le otorga mayor reconocimiento mientras en su casa cada miembro de la familia atiende su juego y la rutina doméstica le genera insatisfacción.

En estas cuestiones intervienen conflictos no resueltos ni conversados. Problemas de comunicación para abordar en familia los deseos propios. Más de una/o admite parecerse a un puercoespín. Es decir, pincha para que nadie se acerque. Y a fuerza de “meter la púa” va logrando alejar a los suyos. Parece mentira, tanta empatía con los clientes y tanta dificultad para explicarle a su familia que no busca ser así de intratable y que necesita recibir un fuerte abrazo. Un abrazo contenedor acaba con todas las púas.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación

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