¿Cómo digo lo que digo?: Yo no escucho. Vos tampoco.

Por Dionisia Fontán, especial para DiariodeCultura.com.ar.

La escasa disposición para escuchar, se transformó en un conflicto que impide establecer buenas relaciones laborales y afectivas.

Saber escuchar es una destreza que se practica poco. Cada vez menos. A escuchar se aprende, es un entrenamiento al cual le otorgamos muchísima menos importancia que al acto de hablar, con todo que le confiere sentido a lo que decimos.

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Sin embargo, este tiempo de ritmo híper veloz colmado de estímulos tecnológicos, más la ausencia de una escucha activa, representa la mayor dificultad de la comunicación verbal.

Abundan las razones: en primer término, y a la par, falta de respeto e impaciencia; dispersión, problemas varios, demanda continua, pretender que todo se resuelva ya, desinterés y escasa (o ninguna) intuición para poner en marcha el sentido de oportunidad.

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A menudo, falta cintura para darse cuenta si conviene hacer un reclamo, plantear una exigencia o solicitar algo que puede esperar.

¿El horno no está para bollos? ¿El aire se corta con tijera? ¿Qué intenta advertirnos ese sexto sentido? Ni lo registramos. De pronto, una especie de sordera generalizada nos invade y, entonces, obedecemos al impulso.

La actitud de no escuchar, ya se transformó en un conflicto respecto de las relaciones familiares y laborales. Las quejas, entonces, funcionan a la orden del día. “¡Nunca me escuchás! ¡Parece que le hablara a la pared!”, cuestiona la mujer a su marido no bien cruza el umbral de la casa. “¡Pará, pará, tuve un día de locos, estoy quemado!”, responde él, con toda la bronca.

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Comunes y evitables, estos desahogos producen un efecto completamente opuesto al buscado. Abrumada, ansiosa, la mujer no repara en toda la información gestual que transmite el marido, luego de una jornada de trabajo e inconvenientes propios de cualquier actividad. Si ella pudiera gestionar su impaciencia – al menos por un rato- hasta que los ánimos se aplacaran, los resultados, seguramente, serían más alentadores.

Ocurre lo mismo con el empleado que se apresura en llevarle un problema a su jefe, apenas éste asoma la nariz en la oficina, sin siquiera semblantearlo. Resulta que el jefe llega de malhumor, así que no sólo es incapaz de escuchar. Además, levanta en peso a quien –por su comportamiento- demuestra poco tacto y una ansiedad irrefrenable.

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Conductas que boicotean la escucha
° Dificultad para registrar las señales que nos envían.
° Verborragia.
° El tema aburre o no interesa.
° Contar con demasiados detalles.

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° Competir (en vez de escuchar, pensar la respuesta).
° Soberbia ( subestimar las opiniones ajenas).
° Impaciencia (interrumpir, completar el mensaje del interlocutor/a )
°Dispersión (irse por las ramas, carecer de síntesis).
° Ansiedad superlativa (considerar extenso un whatssap de dos minutos y resistirse a leerlo o escucharlo).

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Recuperar el diálogo es una súplica que ya se convirtió en un mantra. Para dialogar, es indispensable escuchar con respeto y empatía.

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Necesitamos, por lo tanto, construir vínculos en vez de fomentar esa pertinaz “sordera”, que nos aísla entre muros invisibles. Que incomunica.

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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.
Web: dionisiafontan.com/ Facebook: dionisiafontancomunicacion
Propongo encuentros grupales e individuales (aptos para todo público) a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.
Comparto recursos para hacer foco en conductas básicas: respeto, mensaje breve y claro, escucha activa, palabra responsable, que facilitan la convivencia laboral, social y personal.