Como lo veo yo

Drácula, el Musical de Cibrián-Mahler: Un cuento de amor, de locura y de muerte. Por: Adriana Muscillo.

 

¿Qué sentido tiene la inmortalidad si no estás a mi lado? La versión argentina más apasionada y desgarradora del clásico de Bram Stoker en formato musical. En el año de su vigésimo quinto aniversario, este nuevo clásico de la escena nacional que ha traspasado, incluso, las fronteras habiendo sido representado en Brasil, Chile y España, sigue conmoviendo a sala repleta en el Teatro Astral de Buenos Aires.

¿Quién no recuerda la enorme expectativa que suscitó este loco desafío de Tito Lectoure en el Luna Park, allá por agosto de 1991? De no ser por honrosas excepciones, no estábamos acostumbrados a grandes musicales de producción enteramente nacional y, salvo el caso de “Pepito” Cibrián, como ya era bastante conocido por entonces, el resto del equipo necesitaba de una fuerte carta de crédito. La puesta en escena de aquel momento, según se informa, costó un millón de dólares. El Luna estaba lleno de estrellas esa noche; casi puedo volver a verlas hoy, con sus trajes exclusivos y su gran curiosidad, tomando champagne –al igual que en esta nueva presentación en el Teatro Astral-, en las butacas y los pasillos del tradicional estadio.

Y se abría el telón ante un público multitudinario y expectante y aparecía un Juan Rodó desconocido junto a unas no menos ignotas Cecilia Milone, en el papel de Mina y Paola Krum, como Lucy, entre tantos otros.

Veinticinco años han pasado desde aquél estreno triunfal que ya lleva nueve reposiciones en la ciudad de Buenos Aires, una temporada en Mar del Plata, una en Carlos Paz, seis giras nacionales y presentaciones en Brasil, Chile y España.

Es que los textos de Pepe Cibrián Campoy, tan pasionales, sumados a la música imponente de Ángel Mahler y coronados por las interpretaciones deslumbrantes del ya consagrado Juan Rodó, junto a un avezado elenco compuesto por Josefina Scaglione, como Mina; Luna Pérez Lening, como Lucy; Nicolás Martinelli, como Jonathan; Gastón Avendaño, como el doctor Van Helsing y Adriana Rolla, como la Nani de Mina, entre otros -todo eso acompañado por unos músicos de primera-; hacen un combo imbatible que este año celebra su primer cuarto de siglo con cincuenta presentaciones en el Astral y una promesa de cierre a todo glamour con tres funciones en el Teatro Colón de Buenos Aires y hasta una posible función en el Luna Park.

La desgarradora historia de este célebre hombre vampiro, condenado a la inmortalidad, signado por su adicción a la sangre, que va dejando un reguero de víctimas hasta que se reencuentra con lo que él cree que es la reencarnación de su antigua amada a la que destruyó tiempo atrás; su renuncia, entonces, a la vida eterna para no repetir el crimen y, así, salvarla, constituye un terrible y conmovedor cuento de amor, de locura y de muerte, si se me permite el intertexto (aunque la obra de Quiroga fue publicada 20 años después de la de Stoker).

La Obertura inicial es una invitación para adentrarse en el misterioso mundo de lo inexplicable: “Sí, hay un misterio. ¿Por qué negarlo en lugar de comprenderlo?…

Hoy, en esta historia, descubrirás que la derrota es la victoria… ¿No es el más allá una utopía? ¿Y un milagro es una certeza? ¿Qué es la reencarnación? ¡Una entelequia! ¿Y la transmutación? ¡Una quimera! ¡Debes creer, por lo tanto, en lo oscuro pues, aunque no veas, hay algo seguro, que tú lo podrás tener, si tú te entregas; basta sólo querer! ¿Por qué no pruebas?”

Jonathan Harker, empleado de la firma Hawkins, es enviado por esta a Transilvania a entregar las escrituras de las propiedades compradas por el conde Drácula en la ciudad inglesa de Whitby. Ya en Transilvania, los habitantes lo previenen del peligro del lugar. Jonathan los ignora y junto a un cochero decide recorrer la región, al llegar al cementerio es seducido por la condesa vampiro Dolingen de Gratz y sus amantes, pero con la ayuda del pueblo puede escapar.

La canción de la condesa tiene una letra muy elocuente, habla de la posesión a través del vampirismo: “¡Quiero tenerte para así sentirme siempre fuerte, tu energía para yo multiplicar mis días, quiero tu vida para entonces prolongar la mía!”

Mientras tanto, en Whitby, su prometida Mina Murray espera noticias de él y junto a su gobernanta Nani reciben a Lucy, que viene de Londres para casarse con lord Arturo, primo de Mina.

Pero al llegar a Whitby, Lucy siente que algo extraño le sucede. Ella siente un gran vacío por la muerte de su madre y eso la vuelve vulnerable ante los influjos del Conde Drácula: “¿Madre eres tú?… Cuando te perdí se vació mi ser, ¿Quién te podrá sustituir? Si existe alguien así, si está, ¡que venga a mí!” y luego canta: “Serás mi dueño y de noche velarás mi sueño, serás mi amo y tu poder dentro de mi reclamo mi desenfreno junto a ti Señor ya nada temo.”

Es interesante el trabajo que hizo Cibrián con el guión ya que los personajes, como debe ser, tienen una explicación psicológica por la que actúan como lo hacen. Y esa condición psíquica los lleva a cumplir, cada uno, con su rol. Como la vida misma.

Es en este momento de la obra donde se escucha completa y cantada, una de las canciones más conocidas de este espectáculo y que se repite, o bien solo con música o con música y letra en varias escenas. (Conservo el cassette del año 91 y fue emocionante volver a escucharla y redescubrir que sabía la letra de memoria): “No estás junto a mi ahora, amor, pronto volveré. Perdón pero yo, sin ti estoy tan perdido, siento que la vida se tiñe de gris. Ya sé que el sol sale igual, que el mar no se detendrá, que los amantes siguen amando, solo que en mí todo da igual si tú no estás”.

Los transilvanos llevan a Jonathan a una posada y su dueño lo tranquiliza diciendo que los comentarios son solo leyendas. Pero es allí donde recibe, por intermedio de un mensajero, la esperada invitación al castillo enviada por el conde Drácula. La posadera le recuerda los peligros que le aguardan y le entrega un crucifijo para protegerse. Mientras tanto, en Whitby, la premonición de Lucy la acosa día tras día y su estado mental se deteriora.

Jonathan llega finalmente a la morada de Drácula, que trata de envolverlo en su magia, pero gracias al crucifijo logra salvarse y se instala en el castillo. Pasan semanas y el conde Drácula se prepara para su partida que hará con sus mascotas y como despedida invita a Jonathan a una fiesta junto a sus cómplices, los gitanos.

Luego de dicha fiesta, Jonathan descubre el secreto de Drácula, quien al enterarse de ello decide abandonarlo en el castillo, quitándole la memoria y parte de inmediato a Inglaterra.

Una vez allí, Drácula se encuentra con Lucy —la prometida de lord Arturo (primo de Mina, la prometida de Jonathan)—, a la cual posee y se presenta en su fiesta de casamiento para cumplir el rito de la tercera mordida y convertirla en vampiro.

La escena de la posesión de Lucy es muy pasional: “Mi sangre clama tu pasión, ser yo tu posesión, tu única obsesión… ¡Por ti señor del cielo y de Dios aquí reniego, por ti señor, mi alma al fuego eterno yo condeno!”. Drácula la subyuga totalmente: “¡Iré pronto a tu lado, tu dueño yo seré, tendrás conmigo vida eterna y el mundo a tus pies!”.

Pero antes de hacerlo lo descubre Mina (en quien Drácula cree reconocer a la mujer que amó quinientos años atrás y que él mismo destruyó). Con Mina, Drácula trata de recuperar aquella historia perdida.

Y este es otro de los momentos más memorables de la obra. Cuando el conde descubre a Mina y canta su Tema de Amor: “Era mi pequeña flor, para ella yo era un Dios. Logró enseñarme el sabor de un beso y el calor de enredarme en sus caricias. ¡Y fui yo quien un día la quebró, quien su alma condenó, no pude contener esta pasión de querer poseer también su ser y no tuve compasión y así yo marchité a la que amé!…”

Después de este bellísimo cuento de amor pasional y terrorífico, Drácula siente que va a repetir la misma historia, debido a su adicción por la sangre. Entonces decide dejarla libre y sacrificar su inmortalidad, dejando que lo atrapen y lo maten.

“¿Qué sentido tiene la inmortalidad, si no estás a mi lado?”

La reprise del tema de amor, que acompaña la despedida, dado que él ha decidido sacrificar su vida eterna para salvar a su amada es de una belleza conmovedora: “¡Hasta pronto, dulce amor. Cuídate, pequeña flor. Lograste cambiar tú mi camino, no sufras, te lo pido ayúdame a seguirlo! Donde estés, allí estaré. Donde sueñes, soñaré. … Tú y yo, ¿quién nos puede separar, quién se atreve a desafiar la fuerza que hay en mí? Ahora que estás junto a mí, por los siglos te tendré, nada me ha de detener, ¡te pido espérame que voy a ti y, por fin, solo para mí serás!”.

La escena final es electrizante. Aunque todos sabemos cómo termina el cuento, hemos llorado y nos hemos compenetrado tanto con la tormentosa historia de este pobre y valiente hombre que ya no queremos que le claven la estaca en el corazón. Nos gusta más Drácula que el imberbe novio de Mina y vemos cómo el pueblo, enardecido, comandado por Van Helsing y Harker, va a ensañarse contra ese chupador de sangre y extintor de vidas inocentes y, por fin, le asestan el golpe mortal. Vemos al Conde que salta del féretro, con un juego de luces como rayos violetas y azules que fulguran, su cuerpo convulsiona, como sometido a electro shock y ya no tenemos consuelo.

¿Cómo un escritor y director de escena, un director musical, unos actores y cantantes, músicos,  escenógrafos, iluminadores, vestuaristas pueden, todos juntos, impactarnos de una manera tan arrolladora? ¿Cómo pueden entregarnos un producto que ha sido tan versionado, en tantos diferentes formatos y hacérnoslo creer, al punto de lograr emocionarnos con una historia tan conocida? ¿Cómo pueden?

Una vez más, se hizo la magia en el Astral. Nos vamos de allí, maravillados por todo lo recibido, por la entrega de todos ellos. Pero, a la vez, contrariados, porque no queremos irnos. Y nos gusta ver que Drácula se levante, al fin y salude y agradezca, y luego todo el elenco, y luego suban al escenario Cibrián y Mahler y que inviten a subir a quienes estuvieron en el estreno, hace 25 años. Aplaudimos de pie hasta rabiar y tomamos muchas fotos, para luego, caminar despacio, resignados, siguiendo la fila de los cientos de personas que no tienen más remedio que continuar con sus vidas diarias que, luego de semejante magia, podrían parecerles acaso, deslucidas.

En el hall de entrada del teatro, hay una variada oferta de merchandising que la gente se apura a conseguir: tazas, libretas, vasos térmicos y hasta cajas en forma de féretro que contienen bombones. Compro, por supuesto, el CD y lo escucho mientras escribo estas líneas.

Larga vida al Conde Drácula de Cibrián Mahler.

Adriana Muscillo es cofundadora (2009) y Directora de Contenidos de Diario de Cultura.