Muchas son las teorías acerca del origen del lenguaje, aunque todavía, no se haya podido establecer, con certeza, cuál de todas es la verdadera.
Podemos comenzar citando la teoría bíblica, mediante la cual se nos explica, en el libro del Génesis, que Dios le dio al hombre la potestad de nombrar a todo lo creado.
Otra, la onomatopéyica, sostiene que el hombre fue creando las palabras a imitación de los sonidos de la naturaleza y de los animales.
Posteriormente, el filósofo alemán Leibniz en el siglo XVIII sugirió que todas las lenguas procedían de un único protolenguaje y a esta teoría, la denominó “Monogenista”. Luego surgió la teoría contraria, la Poligenista, la cual afirmaba que habría un origen múltiple para la familia de las lenguas.
Sea cual fuere el origen del lenguaje, lo que verdaderamente importa es que gracias a la capacidad que tiene el hombre de poder comunicarse con los demás, es lo que lo diferencia de las otras especies del planeta.
Ahora, rescatemos el valor de la palabra, ya que el lenguaje se sirve de ella para conformarse.
Según reza el Nuevo Testamento (Juan 1,1):
“En el principio, era la Palabra y la Palabra era Dios. Por Ella, se hizo todo lo creado”
En estos versículos, podemos aquilatar cuán poderosa es la palabra debido a que Dios se valió de ella para crear lo que hoy conocemos como Tierra e inclusive, para dar vida al primer hombre Adán y a su compañera Eva.
Y si la palabra es tan relevante, me pregunto ¿cómo puede ser que hoy en día, se la banalice de tal manera al punto de llegar a vaciarla de contenido?
Frecuentemente escuchamos por los distintos medios, frases inapropiadas, vacuas, y estériles que empobrecen el discurso de quienes las pronuncian arbitrariamente sin tener en claro qué es lo que quieren expresar.
Otras veces, se reiteran hasta el hartazgo expresiones de gran connotación afectiva, las cuales sólo deberían ser utilizadas en circunstancias íntimas o dirigidas a los seres amados; en cambio se dilapidan en discursos banales cuyos destinatarios son poco merecedores de tales expresiones.
Creo que deberíamos recuperar el uso cabal que tienen las palabras y aprender a emplearlas en el contexto adecuado.
Hace muchos años atrás, no tantos tal vez, nuestros abuelos cerraban un trato con sólo empeñar su palabra, porque la consideraban más valiosa que cualquier papel que pudieran firmar.
Adhiero al pensamiento del filósofo chino Confucio:
“Cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad”
¡Qué gran enseñanza para esta generación del Hombre Light, que no tiene en gran estima el valor de su palabra como tampoco el valor del compromiso!
Estoy convencida de que si recuperamos el uso adecuado de nuestro lenguaje, recuperaremos la dignidad y el valor que tiene la palabra y empezaremos a llamar a cada cosa por su verdadero nombre.
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Patricia Giuffré es Profesora y Licenciada en Letras. Ya editó varios libros, y conduce un programa en el canal Santa María llamado “Protagonistas por Siempre” que destaca los valores de distintas personalidades de la literatura, la historia, la religión y otras disciplinas,|