De la conciencia, la sonrisa y otras herramientas – Por Norberto Tallón, especial para DiariodeCUltura.com.ar.

Don Mario Benedetti escribió: “De vez en cuando, hay que hacer una pausa, contemplarse a sí mismo, sin la fruición cotidiana, examinar el pasado, rubro por rubro, etapa por etapa, baldosa por baldosa, y no llorarse las mentiras, sino cantarse las verdades”.

La Cultura. El conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en determinada época y grupo humano (más general o restrictivo) preciso, en definitiva, todo lo que cada sociedad construye a partir de sí misma.

Pero… ¿Para esa creación no es necesario que exista una conciencia acerca de amalgamar los elementos?

La conciencia, definición rápida, comprende el conocimiento del bien y del mal que permite a cada persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios; su sentido moral y/o ético; el discernimiento espontáneo, más o menos pronto aunque puede vago en un punto, de una realidad o una percepción clara y reflexiva de ella. Es así que, es probable que ella sea un buen parámetro, el filósofo alemán la colocaba como su propio ser superior, su dios.

Una  óptica distinta o no, qué transmite León Gieco cuando canta una de sus canciones:

“La cultura es la sonrisa con fuerzas milenarias, ella espera mal herida, prohibida o sepultada, a  que venga el señor tiempo y le ilumine otra vez el alma.

¡Ay, ay, ay, que se va la vida! Más la cultura se queda aquí…”

Quizás, cada uno tenga una respuesta acerca si esa sonrisa es la parábola de la cultura, que cíclicamente, con “picos” entre caídas y esplendores, resistirá perenne ya que cuando un pueblo sonríe está representándola, con sus orígenes, vaivenes, descensos, progresos, descubrimientos, creaciones, inventos y, básicamente, haciendo y viviendo su Presencia.

Desde ese lugar, esas herramientas cotidianas transiten la constante edificación de una cultura, imprescindible para el desarrollo de cada individuo y, en consecuencia, de la comunidad que integra, al desplegar, todas y cada una, las capacidades sumadas a cada instante (sí, cada instante) en la ruta de realización, a un progreso que pueda ser constante e indetenible.

Una idea primaria sobre ello: las palabras de Benedetti, al comienzo, instando al ejercicio de esa conciencia, cada vez que se busque en el propio archivo íntimo, equivocaciones, aún las absolutamente reservadas, también aciertos, defectos, virtudes, “dibujando” un enfoque no concluyente ni totalizador, pero esfuerzo de evitar voltear hacía la contracara: el fundamentalismo, observado como exigencia intransigente de sometimiento a un dogma, doctrina o práctica establecida.

Que la acumulación de las conciencias personales tome el camino hacía el afianzamiento de cada cultura en Libertad plena, sin ataduras para que ese proceso de imaginación y construcción avance y se convierta en todo lo superlativo que sea posible.

Y allí algo más, pero baldosa por baldosa, pisando con ganas y fuerza, salteando la que plantea dudas, la que además de estar floja nos empapa con el agua y el barro de la limpieza de veredas del amanecer o la última lluvia.

Ida y vuelta, un círculo virtuoso, el “toma y daca” de los “reflejos” de la sonrisa con el objetivo inclaudicable de ser infinito…

Sonreír y examinar la conciencia siempre, para que la Cultura se quede aquí…”

A un clic de distancia, registro en vivo, 2003, en el Luna Park de la ciudad de Buenos Aires el video oficial de “La Cultura es la Sonrisa”. Compositor, autor e intérprete: el inmenso León Gieco.

Cuídense.

Norberto Tallón