Crucigrama: Los sitios de la memoria

El Pasaje Seaver y el monopolio de “marcas” – Por Norberto Tallón, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Es el paso del tiempo, quizás el “progreso”, la “imperiosa” necesidad de renovar, la cruel decisión de ignorar aquello que además de un inmueble y/o un espacio tienen, tuvieron, una destacada presencia social e histórica.

En algunos hubo alternativas de recuperación, reforzar su encanto original o, suele decirse, “ponerlos en valor”. Otros solo recogieron un nombre para, en sentido contrario, de homenajear, solo consiguieron “gastar” la buena imagen o memoria.

Un ejemplo, que ya ha sido tratado en este espacio de “Crucigrama” es insistir, con el rescate de más y nuevos datos y elementos, volver a él… La creencia que la belleza, el símbolo, los alcances y los recuerdos, que suman nostalgia, son imperecederos.

El tema es, vaya paradoja, el que era el Pasaje Seaver (en oportunidades por error escrito y/o mencionado como Seeber). Calle, con solo una cuadra de extensión del barrio porteño de Retiro.

Un corte, una “puñalada” en la manzana de Avenida del Libertador, Carlos Pellegrini, Posadas y Cerrito. Se la “llevó por delante” una autopista que provocó su desaparición (qué época aquella para esta palabra) entre 1978 y 1980 en la demolición de un área profusamente habitada hacia el norte de la Nueve de Julio, parte del barrio del Socorro. Hoy por hoy ese espacio encuentra el empalme de esa avenida y la Autopista Illia.

Esos, redondeando, 100 metros se desplegaban desde el asfalto de Libertador hasta una escalinata que accedía a la también “perdida” Plaza Coronel Toribio Tedín, forma de transitar esa “especial” barranca y finalmente arribar a la calle Posadas.

Una ordenanza de 1893 le otorgó nombre. El del marino estadounidense Benjamin Franklin Seaver, combatiente de la Guerra de la Independencia a las órdenes del almirante Guillermo Brown, muerto en la acción del Combate de Martín García, previamente se lo llamaba “Artes Segunda” o “Segunda Artes”.

Al surgir lo hizo ocupado por caballerizas y carbonerías, luego adoptó la perspectiva hacia grandes residencias y edificios, ya que los arquitectos del comienzo del siglo XX quisieron plasmar un estilo urbano con el estilo del “quartier” (el o los barrios) de París, en este caso por esa razón ganó su “apodo” de Montmartre, uno de los más bonitos, el de los pintores, asimismo, el más bohemio de la Ciudad Luz y que en lo alto de una colina ubica a la Basílica de Sacré Coeur (Sagrado Corazón). El matutino Clarín, en el final de su existencia, decía “las topadoras lo convirtieron en leyenda» y por su destrucción lo describió “un curioso microbarrio: la mayor parte, humildes trabajadores, pero también artistas, bohemios y gente atraída por la arquitectura, la atmósfera y la leyenda de ese rincón único”, con un ambiente de arrabal, empedrado y farolas de hierro forjado.

Pocos días después del 17 de octubre de 1945, evento fundacional peronista en un atelier, cuyo propietario sería el escultor Gonzalo Leguizamón Pondal para unos o el artista plástico Horacio Rabuffetti para otros, se reunieron delegados sindicales para crear un partido político: El Laborista, cuya denominación llevaría a Juan Domingo Perón como candidato a las elecciones presidenciales del año siguiente.

El Seaver tuvo estudios de importantes artistas y personajes de la bohemia local, además del citado Leguizamón Pondal, factótum en las farolas características, la bailarina y coreógrafa rusa Ekatherina de Galantha, la pintora libanesa Bibi Zogbé, la escultora Ana Vieyra de Pallavicino, el novelista y autor teatral Jorge Masciángioli, el modista Paco Jamandreu, May Avril y Xenia Monty (vedettes del “Follies Bergère”), el poeta Alfredo Martínez Howard, el arquitecto

Enrique Blaquier, el embajador Enrique Ruiz Guiñazú y el escritor y ensayista Juan José Sebreli, entre otros. Funcionó el estudio fotográfico “Nicteo”, de Enrique Grimberg, un corralón fue sede de la “Fundación Ars Musicalis”, con un coro dirigido por Jesús Gabriel Segade.

Sobre el pasaje, también un atractivo punto de la vida nocturna, por años abrió sus puertas un conocido cabaret, propiedad de la alemana Lisselotte Wagner: “Amok”, más tarde convertido a un estilo francés se llamó “Can Can”, escenario de los primeros espectáculos de travestis de Buenos Aires, allí actuaron, ya con fama adquirida, el Dúo Pimpinela (Los hermanos Lucía y Joaquín Galán), el “Polaco” Roberto Goyeneche y el actor, bailarín, cantante y transformista de género Jorge Pérez, creador del personaje de la vedette “Evelyn”. En el final de los ’60, contado por Miguel Grinberg “durante noches Moris y Tanguito, pioneros del rock nacional, interpretaban sus canciones sentado en las escalinatas.

El periodista Carlos Ulanovsky, por 1971, en la revista “Panorama” cerraba una nota: “un aliado de la maravilla de Retiro puede ser la burocracia estatal, un virus que -paradójicamente- puede salvarle la vida, cuanto menos, por 15 años más”. Un grupo de vecinos, Comisión de Amigos del Pasaje”, impulsó la declaración de “interés turístico y cultura”. Pero… no era tiempo de cultura en La Argentina.

El final llegó. Desde 1912 estaba aprobado el proyecto de construcción de la Nueve de Julio en la manzana del Pasaje Seaver, de todos modos se realizó por morosas etapas, el primer tramo se inauguró recién en 1937. Los trabajos de devastación dieron inicio a principios del 78. A la espera del levantamiento de la autopista Illia (1995) el lugar se transformó en una gran explanada.

La cultura estuvo y está, por la siempre vigente de las maneras y/o formatos, vinculada a “esa cuadra”. Ernesto Sábato la menciona en “El túnel”, Eduardo Mallea en “La ciudad junta al río inmóvil”. En su momento el Museo Sívori convocó a un concurso de pintura para plasmar en distintas obras el paisaje y su entorno. Entre los trabajos se cuenta y destaca la serie “Demoliciones” de Sofía Sabsay. Citas nostálgicas de Alberto Ginastera, en cartas, Juan José Sebreli y Félix Luna. La historietista y escritora Maitena Burundarena la evoca en su novela “Rumble”.

La selección como locación de rodaje (con mayor o menor aparición en cada caso) en una trascendente cantidad de películas: “La niña del gato” (1953) Román Viñoly Barreto, “Graciela” (1956) Leopoldo Torre Nilsson, “El rufián” (1961) Daniel Tinayre, “Los hampones” (1961) Román Viñoly Barreto, “Bettina” (1965) Rubén W. Cavallotti, “Psique y sexo” (1965) Manuel Antín, “Mosaico» (1970) Néstor Paternostro, “Así es Buenos Aires” (1971) Emilio Vieyra, “Mi novia el…” o “Mi novia el travesti” libro de Oscar Viale con Alberto Olmedo y Susana Giménez dirigida por Enrique Cahen Salaberry, “Las turistas quieren guerra” con Olmedo junto a Jorge Porcel, también de Salaberry y “Brigada en acción” (1977) Palito Ortega.

El Pasaje Seaver no dejará nunca de ser motivo de relato. Tal vez porque sea pensamiento de muchos que lo “caminaron” que hubieran concurrido la voluntad y el respeto se habría evitado.

Parece más fácil ahora la rotación o “nacimiento” constante de “montones” de comercios con iguales identificaciones de uno varios cafés, una farmacia, un par de pizzerías y algunas cadenas de supermercados. Lo seguro es que más tarde o temprano, o nunca, serán sitios de la memoria.

A un clic de distancia, un video de 5 minutos 44 segundos de compilación de escenas de películas (En un párrafo previo está la mención de las obras) “El Pasaje Seaver en el cine” realizado por el periodista y locutor Martín Wullich. Publicado en su sitio en YouTube y su web martinwullich.com

Cuídense, en todo y por todo. Mucho, muchísimo más que nunca.

Norberto Tallón