Norana no sabe casi nada de Johnny.
Ese Johnny que se aparece montado en una Harley Davidson y del que Norana no sabe casi nada.
La Harley. Signo y símbolo.
La lectura de una potencia y la comprensión de un poder. La omnipresencia de lo místico, de la cual puede bajar una tarde cualquiera, a compartir un par de mates en el actual patio del fondo de la casa de San Nicolás.
Una noche de tantas con una imprevista invitación a comer. En el medio de una madrugada anunciando por teléfono, tal vez, un paso rasante para huir juntos, a cualquier lugar donde sea posible atraparse hasta quedar exhaustos.
Johnny está y no está. Visible e invisible. Aparece y desaparece. Podría aventurarse que lo hace tal como un eximio prestidigitador. No hay tiempos. No hay plazos. No hay previsiones. No existen compromisos, ni citas pactadas con anterioridad.
Tampoco existe nada de lo que se encuentre, en ese momento, circundando a Norana. Llega y se va. Llena y deja inmensos vacíos. Maestro en el arte de lo imprevisto, tanto que a Norana, incluso, le cuesta soñarlo. Sus ojos azules, afirma, son un universo.
Me pasaría, días o años, mirándolo a los ojos, pero sólo un leve fulgor puede ser, ya, una sobredosis.
Cada una de sus presencias me abre la puerta de la felicidad aunque sea la más efímera; activa mis hormonas para ponerme bien pese a que pueda convalecer por el motivo que fuera; provoca una intensa e inexplicable picazón inventora de deseos que infla cual globos y lanza hacia arriba para ganar el cielo.
Sin ansiedades. Nunca me ganó el nerviosismo por esperarlo, sentirlo a mi lado o implorar su presencia. Al contrario: mis mayores tranquilidades se continuaron en sus posteriores llegadas. Exactamente en ese infalible orden.
Y desde aquel primer día, a lo largo del tiempo, siempre conservé la confianza de que estaba. Que no eran necesarios largos lapsos compartidos. Más aún, la intensidad de cada uno de ellos los transformó, a lo mejor, en intemporales o por lo menos en inmensurables.
Lo mismo un minuto que una semana. Desconociendo, desde la razón, cuál es uno o la otra.
A veces, en el centro de un tornado fantástico, pienso que con cinco minutos, si tuviera la capacidad de medirlos, de estar lado a lado le alcanzaría y, seguramente, sobraría a mi vida. No a un segmento. A mi vida entera. Tengo mi manera para determinadas cosas. He querido. He querido simplemente. He querido de igual manera. He querido a mi manera.
Te he querido y quiero tanto más, sin duda mucho más, que a mi manera.
Fragmento de la novela “Norana, una mujer a su manera”
(Inédita de Norberto Tallón-Dirección Nacional del Derecho de Autor Nº 107228)
A un clic de distancia, la cantautora peruana Nicole Pillman y cantante y compositor chileno-estadounidense Alberto Plaza y la canción “Las cuatro estaciones”, con subtítulos (si bien la versión es en español), publicada en el sitio oficial de la cantante. Tal vez tenga todo o nada que ver con el texto previo.
Cuídense. Más allá de los números, la Pandemia no terminó.
Norberto Tallón