El desafío de volver a volar

Por Verónica Vasallo, especial par DiariodeCultura.com.ar.

Subir a un avión solía causar pánico entre aquellos que le tenían demasiado miedo a volar, fobia al encierro o temor a las alturas. Ahora, se suma a esa lista la intranquilidad de saber que se podría estar expuestos a un virus al que aún no conocemos del todo.

Según una encuesta del estudio Singerman & Makrón, la mitad de los argentinos tiene previsto viajar como la primera de las actividades que haría apenas termine la pandemia, sin embargo, el 60 por ciento no se animaría hasta al menos tres meses después de que todo haya pasado.

Las compañías aéreas a modo de incentivo ofrecen sus tarifas para vuelos internacionales a partir de septiembre a precios tentadores y con la posibilidad de cambiarlos de fecha o de ruta sin penalidad, incluso algunas admiten hasta tres cambios sin ningún reclamo de parte de la compañía.

Tanto los aeropuertos como las aerolíneas están extremando las medidas de seguridad e higiene para proteger al viajero y a sus propios empleados. En Europa donde las fronteras comenzaron a abrirse hay quienes dicen que un gran error es que los protocolos no estén unificados en todos los países como para ayudar a los viajeros a saber cómo proceder y bajar el nivel de stress que de por sí, será mucho.

¿Qué pasa en nuestro país? En Buenos Aires, durante los vuelos especiales que parten desde el aeroparque Jorge Newbery pudieron observarse los protocolos sanitarios que se aplican al momento para vuelos de cabotaje: sólo ingresan los pasajeros sin acompañantes, se les toma la temperatura antes de ingresar (que debe ser menor a 37,5º), se debe completar una declaración jurada de salud que se entrega en destino y se colocaron mamparas de acrílico en los escritorios de check in. Ya no es necesario entregar la documentación, sino simplemente exhibirla para evitar el pase de manos.

Una imagen permanente son los dispensers de sanitizante y las marcas en el piso, además de sillas señaladas con un cartel de prohibido sentarse para garantizar el distanciamiento social de 1,5 metros, y por supuesto la obligatoriedad del uso de tapaboca. Los comercios gastronómicos están cerrados a excepción de una farmacia.

El embarque se realiza de a grupos reducidos, dejando diez segundos entre pasajeros y comenzando en orden desde el fondo de la aeronave sin importar que quienes viajen en business tengan prioridad. El escaneo de la tarjeta de embarque lo hará cada viajero.

Una vez a bordo, no hay servicio de comida, revistas, almohadas ni mantas, y tampoco se puede hacer fila para ir a los sanitarios. Los tripulantes deben usar guantes de latex y barbijo durante todo el vuelo.

En internacionales se les entrega un kit de servicio en bolsas individuales con productos frescos e industrializados para minimizar la interacción con la tripulación. Las comidas especiales y las cunas están suspendidas. Los salones vip se encuentran cerrados.

Desde Aerolíneas Argentinas destacan la capacidad de filtrado y renovación del aire que tienen las aeronaves. Se trata de filtros HEPA: High Efficency Particulate Air, capaces de eliminar el 99,9 por ciento de bacterias y microbios del ambiente y renovar el aire 20 veces por hora de vuelo.

Para desembarcar, también se hace paulatinamente pero previamente personal sanitario sube a la aeronave para tomar la temperatura de los pasajeros, acción que se repite una vez afuera al llegar al área de recolección de las valijas. Personal del aeropuerto controla el distanciamiento frente a las cintas transportadoras de equipaje y mientras tanto, el avión es sometido a una limpieza profunda para retomar su regreso.

Todo será diferente: deberemos acostumbrarnos a despedirnos en casa, a llegar al aeropuerto con más tiempo, a la toma frecuente de la temperatura, a reducir nuestro desplazamiento dentro del avión y, sobre todo, a tener más paciencia.

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Verónica Vasallo es Locutora, Periodista y Agente de Viajes.

Instagram: @Verovasallo