Por Amadeo Lukas, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Nos han distanciado del otro, aislado, confinado, asfixiado, untado (geles viscosos), coartado (el normal desarrollo de nuestras labores y recibir ingresos por ello), restringido (velar a nuestros muertos, por ejemplo, y ni hablar de la imposibilidad de acompañar a familiares convalecientes –permisos que hubiesen salvado miles de vidas y brindado estabilidad emocional a sus entornos-), arrebatado (ímpetus, esfuerzos, planes y proyectos, en especial en el campo del arte y el espectáculo), y fundamentalmente aterrado.

Nos han impuesto vallas, cercas, a través de paneles aislantes, mamparas plásticas, divisores transparentes, cuya presunta nitidez no logró disimular la desvinculación con extraños (choferes, empleados de locales comerciales, estatales –sólo con turno infranqueable-, bancarios –ídem-, personal de atención al cliente –igual, mientras nos esquilmaban-, etc.) y conocidos (compañeros de trabajo, de profesiones, de actividades, de pasiones).

Barreras y ordenamientos burocráticos que se sumaron a ese paquete de medidas higiénicas concebidas tan sólo para apartarnos de nuestros semejantes.

Entre tanto, el empresariado hegemónico, como siempre solidario con sus compatriotas (léase “clientes”), aprovechó para arrasarnos sin miramientos en todos los rubros (léase “artículos de primera necesidad”), generándonos deudas exigidas luego con los mismos apremios e intimaciones a los que recurrieron impunemente toda la vida, con o sin emergencias.

Situaciones que desalentaron, amenazaron, amedrentaron, desesperaron, e incluso -sin virus ni contagios- enfermaron, colapsaron y hasta mataron.

Un año íntegro, y cuando pareció que ya habíamos tenido suficiente, en los doce meses que vinieron a continuación nos inocularon estigmatización, falacias, discriminación y exclusión.

Y también vacunas, que muy poco mitigaron la distancia, el aislamiento, la confinación, la asfixia, el untado, la coacción, la restricción, el arrebato, el terror, el vallado, el cercado, la desvinculación, el apremio, el desaliento, la amenaza, el miedo, la desesperación, la enfermedad, el colapso y la muerte.

Ni mucho menos la estigmatización, la falacia, la discriminación y la exclusión. Que en rigor se asentaron, en el resto de todo un segundo año, justamente a completarse hoy, 20 de marzo de 2022.

Nos queda un tercero por delante, en el que quizás el concepto de nueva normalidad quede sólo como una desafortunada frase hecha, en el que es de esperar que el discurso del pánico, la segregación y la persecución (de supuestos homicidas sanitarios) vaya culminando, y de igual modo lleguen a su fin los penosos aforos y limitaciones a las expresiones artísticas, que afectaron tanto a sus artífices como al público, impedido antes y condicionado ahora de asistir al teatro, al cine, a un concierto o a un evento deportivo, imprescindibles ritos para el alma y la psiquis.

Un nuevo año en el que, dentro de los incontables beneficios que el esparcimiento promueve al ser humano, se depongan asimismo impedimentos u obstáculos para que cualquier persona recorra sin inconvenientes nuestro amado país.

En cuanto al encierro y la desunión, acaso los cuerpos -siempre desafiantes- los vayan ahuyentando, pero aún, quién sabe por cuánto tiempo; permanezcan.

Dentro de las mentes, con la complicidad de bozales increíblemente vigentes, quebrantando sueños, disipando la energía vital y acechando al espíritu libre.