“Sumando” enemigos…

Los colectiveros, ponele, de Buenos Aires – Por Norberto Tallón, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Cuando hay una historia, debe tener un inicio, a veces, más o menos comprobable. Por propia iniciativa, ante la escasez de trabajo, un grupo  de  taxistas, a las 6 de la mañana del 24 de septiembre de 1928, desde la esquina de la avenida Rivadavia y Carrasco, en el barrio de Floresta,  comienza el servicio de la primera línea de taxis-colectivos en la Ciudad de Buenos Aires. El recorrido era hasta la Plaza Primera Junta, en Caballito, en que ya se encontraba la estación de subterráneos, desde más de una década atrás. Hay quienes aseguran que el primer chofer se llamaba Antonio Gutiérrez (Quizás sean embelecos borgianos). Cada unidad tenía capacidad para cinco personas y el costo de pasaje era de 20 centavos.

(¿Qué eran 20 centavos entonces?).

Esa “aventura” fue exitosa y se multiplicó en empresas, recorridos, etc. que, con el tiempo, “despidieron” a los tranvías y trolebús reemplazando, además las vías y las conexiones necesarias para uno u otro. De hecho, y con el correr de los años el colectivo se convirtió en el medio de transporte en la cultura cotidiana de los lugares más poblados del país.

Las calles y avenidas porteñas eran, poco más o menos, tan anchas o angostas como siempre, como hasta ahora, salvo algunas extensiones o modificaciones, sobre todo producidas hacia el “otro lado”. El “centro”, pintó líneas pintadas para indicar “algo”, las sendas peatonales, el reemplazo de las garitas centrales de cruces importantes con el policía (¿zorro gris?), encargado del orden de circulación, por los semáforos, cordones de color amarillo con impedimento de estacionamiento, en ocasiones reservados por distintos motivos, por ejemplo, preservar ingreso a garajes, en múltiples oportunidades, difícil discernir si existe un uso real y justificado para que existan y se respeten, bajo pena de multa.

Eso sí, fue evolucionando, aunque quizás lo correcto debería ser creciendo, no solo la obvia cantidad de vehículos (necesarios  para “mover” multitudes junto a trenes y  subtes), sino en tamaño. Claro los coches originales debían ser continuamente más grandes  y así sucedió hasta llegar, si se permite, hasta los “monstruosos” que circulan hoy por hoy, hubo incluso autobuses más largos con un símil “vagón” (Una experiencia indescriptible y asombrosa verlo, o percibirlo desde el  interior, al girar desde Paraguay hacia Reconquista).

Vale decir que por los noventa del siglo pasado y los primeros años de este primer milenio hubo un experimento de algunas líneas que, probablemente, fuera ideal, tanto para pasajero como el movimiento general: se trató de combis (hoy, similares, dedicadas a otras distancias). No resultó, pese a que el boleto era diferencial, dada una ecuación simple para empresas que pretenden su natural rentabilidad  que, sin duda, no pasaba en desplazar los ya grandes vehículos por una cantidad, muy mayor, de los pequeños agregando cantidad de choferes (generación de trabajo) y una logística, tal vez y solo tal vez, más costosa.

Hay que dejar claro que también el conductor hasta no hace muchas décadas expendía el boleto, distintos colores de acuerdo a qué viaje realizaba el usuario, los cobraba y, si correspondía, daba el vuelto. Es lo que se denominaba boleteras manuales diría que “inteligentes”, no por tecnología sino porque  el responsable podía recibir y devolver tanto billetes como monedas correctamente.

 A continuación llegaron las maquinas expendedoras (1995) que dejó en el camino los procedimientos previos y, con la posterior tarjeta magnética que desplazó finalmente al comprobante físico que hoy no existe (el viajero para comprobar el pago efectuado el camino es ir a la página de Internet, en que tendría que estar registrado), y dejó al colectivero únicamente a cargo de cumplir con el manejo y la seguridad de la apertura de las puertas (que sustituyeron la “única de adelante” que tuvieron durante muchísimo tiempo).

Aquí  el punto central. Al colectivo porteño/argentino se lo conoce y llama también “Bondi”.

Vocablo proveniente del portugués “Bonde”, derivado del inglés “Bond” (traducción al español: boleto o bono). Fue en Brasil donde se usó primero, pero en referencia al tranvía). La inmigración italiana lo trasladó hasta Montevideo en el Uruguay y a Buenos Aires en la Argentina. El lunfardo lo adaptó, adoptó y “promulgó” “Bondi” para referirse al colectivo. Así es y será.

En estos pagos el conductor es, siempre, el colectivero  (“que cumplimos nuestro deber”).

Tal lo dicho y finalizada la “lucha” en todo lo referido a abonar al pago y las anécdotas y/o actitudes al respecto.

Pero, pero, pero…  para los otros automovilistas y el/los pasajero/s sigue siendo una aventura indeseable la utilización, no solo brusca, sino, un TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) desaprensivo y brutal con montones de oportunidades innecesarias si se respetara la manera correcta de circular, se eliminara la “costumbre” de acercarse a la parada desde el medio de la calzada e inmediatamente volver (de “prepo” por el volumen) a la trayectoria anterior  con repetición cada dos cuadras.

Los rodados más chicos (todos)  intentando prevenirse ante ésta y otras maniobras para las que los calificativos escasean. Los transportados meciéndose, sin poder tomarse de nada, como los pedazos de hielo dentro de una coctelera que los “empuja”, arroja contra los demás y los pone al borde de caídas y golpes, al menos.  

El freno “pisado” sin compasión para ejecutar los pasos narrados tienen el burocrático y absurdo objetivo de “llegar a horario”, su horario, porque si están “adelantados” condenan a un paso cansino que hará altera la puntualidad de los demás.

No detenerse en el sitio que deben hacerlo, seguir de largo a pesar de desesperadas señas, caprichosa apertura para subir y bajar, cambiar a presionar a fondo el acelerador para “cortar” un semáforo en rojo.

Quede claro que no es una generalización, tal vez “unos pocos notables”, porque, como dice el Negro Alejandro Dolina, “ninguna generalización es buena incluso ésta”. 

El freno parece, en principio, una herramienta utilizada sin precaución, si medir ni importar riesgos, una indiferencia ante un escenario no casual sino habitual. Personas “mezcladas” contra su voluntad, frenada va, frenada viene.

Disculpen pero era urgente e imprescindible decirlo.

También esto… ¡Corriéndose que atrás hay lugar!

A un clic de distancia, hace tiempo en el tiempo (primer álbum del grupo editado en 1971) Les Luthiers incluían esta “Candonga de los Colectiveros”, una muestra temprana con su humor característico de lo que se ha estado contado. Registrada en vivo en su espectáculo “Aquí Les Luthiers” (en ese momento integrado por Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Carlos Núñez Cortez, Carlos López Puccio y Jorge Maronna. Publicación en el  canal del grupo en YouTube.

Cuídense mucho, muchísimo más, como no lo han hecho nunca antes. Todo es un borrón insoportable e insensible. 

Norberto Tallón