Te cuento un cuento: El Expreso Patagónico

Por Hernán Diego Moyano, especial para DiariodeCultura.com.ar.

 

«Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida». Pablo Neruda

  • Capítulo 1. ÉL.

 

El alma no resiste.

En sus manos hay cenizas.

Cenizas de dolor. Cenizas del paraíso.

Residuos de combustión, que aún no han volado hacia el cielo.

Dolor que llueve emoción, inunda la razón, ahoga al corazón.

Las recoge de un vaso fúnebre.

Su mano hace cuchara.

Las deja caer separando los dedos.

La cuchara hace tenedor.

Los restos parecen estar tibios.

El aroma que trepa no tiene su perfume; su memoria, sí.

El puño se contrae. Late triste. Los lagrimales se expanden.

Siente que debió besarla más. Balbucea afligido. Los labios también duelen.

Extiende los dedos. Rompe en llanto. Los mocos bajan.

Ella se aferra a su piel. La babosea. En sus labios hay cenizas.

El resto cae. Los restos caen.

El viento la lleva a ningún lado.

 

  • Capítulo 2. Ella.

 

Cuándo uno muere ¿siguen pasando los días?

Valeria estaría cumpliendo 37 años.

Seguramente hubiera estrenado un pantalón ligero, con una blusa de colores vivos, cuál lo era su alegría. Su delgado cuerpo estaría bailoteando entre mis brazos, y su sonrisa peleando contra los límites del vagón. A ciencia cierta, reconfirmándose mi fiel amante, y orgullosa esposa.

Hubiera trenzado su cabellera para suavizar sus hombros al descubierto, salpicado su escote con mi fragancia favorita, capturado mi cuello con su beso animal, para luego envolverse en mi cuerpo y extinguirse en un acto, que para nuestra pareja, lamentablemente, no reproducía la especie.

Me habría sellado con su labial rojo otro tatuaje invisible de los que llevo en el corazón.

Te hubiera repetido que te pasas de hermosa y que la energía eres tú. Que siempre serás mi destino, sin importar como llegue a alcanzarlo.

Hoy te hubiera jurado una vez más, que ni la muerte nos puede separar.

El día de hoy, la fecha impresa en los tickets del Expreso Patagónico y tu cumpleaños coinciden.

 

  • Capítulo 3. El duelo.

 

La negación observa las vías del tren hacia atrás.

Mariano sabe,  ella no volverá.  Cada segundo desperdiciado no volverá. El tiempo disfrutado junto a Valeria no volverá.

La ira observa las vías del tren hacia delante.

Incontables peldaños acostados en una escalinata sin ascenso.

Visualiza su vida. «Quizá otro amor esperando en el camino… peor, igual, mejor»… primero lo piensa, luego no existe. Vuelve a negar. No negocia.

La depresión le quita belleza al paisaje.

La escalera no llega al cielo. No lo acepta.

El viento no sopla. Aún.

 

  • Capítulo 4. El viejo expreso patagónico.

 

Tiene una rodilla apoyada en el piso y el cuerpo inclinado hacia ella. Todo sucede entre paréntesis, dentro del paralelo que encierran las vías del tren. Recoge, cierra y abre el puño. Por encima del movimiento, flashes y fotos guardadas en las carpetas de su hipotálamo despachan mocos y babas de dolor.

El conteo regresivo ha comenzado. La nube de vapor que sopla el viejo expreso patagónico promete a sus pasajeros una tarde feliz; excepto a aquellos  que se crucen en su camino.

 

  • Capítulo 5. El Lugar.

 

En el paralelo 42 Sur del continente americano queda “El Maitén”. Una localidad a orillas del rio Chubut, ubicada al noroeste de la provincia del mismo nombre, dentro de la Patagonia Andina Argentina. Entre otras alternativas, se puede llegar en auto por la ruta nacional 40.

También se conoce como la capital del «trencito», referencia al viejo expreso patagónico de nombre «La Trochita», que aún fuma con su chimenea por el valle encantado, el cual supo ser glaciar, con fines turísticos.

«Ideal para enamorados» cita el panfleto que imprime la cordillera de fondo, y por delante unos coloridos vagones que prometen felicidad.

 

  • Capítulo 6. Humedad.

 

El viento no sopla. Se comporta respetuoso de la privacidad de la pareja. Llora la escena pero es un testigo mudo. Volvería a soplar minutos más tarde.

 

  • Capítulo 7. El viaje.

 

Mariano maneja hablando con una urna.

Escapa. Huye de su percepción, y de su realidad.

La ruta nacional número cuarenta es larga como su pena.

Avanza desenrollando un camino, como empujando una alfombra roja que conduce a otro altar; sobre la cual supieron ir y venir besos de novios con promesas de «hasta que la muerte nos pueda separar».

Pide perdón por los hijos que no le pudo dar, por la noche que le arruinó su fiesta, por todos los domingos que no jugaron cartas. Luego deja de disculparse por lo bajo para reclamarle por lo alto «¿cómo pudiste? ¿Por qué? ¿Cómo se te ocurre irte sin avisar?». Repite muchas veces «¿por qué?». Muchas son muchas. Insulta.

Milímetros, centímetros… kilómetros de voces quebradas partiéndose en pequeñas piezas de un rompecabezas, «un rompecorazón». Gotas largas de tristeza que bajan hasta un folleto turístico que se pega a dos tickets de cartón. Los mocos humedecen el papel, como si las mismas montañas se descongelaran.

Llega a El Maitén. Localidad que le debe su nombre a la hoja mordiente de un árbol sin boca. Un valle único por el que transita el viejo expreso patagónico.

Abandona el auto con una vasija bajo el brazo. Camina hacia el trazado en hierro y madera por el cual debería llegar el tren. Mira hacia un lado, hacia el otro, como quien se halla en un punto bisagra viendo los peldaños que lo trajeron hasta ahí, y los que le conducen a su porvenir. Ladea la cabeza como respondiendo una pregunta. Se aferra a la negación.

Se agacha, descansa sobre una rodilla y abre un recipiente lúgubre al que acaricia con ternura, más por dentro que por fuera.

El viento no exhala. Respira el acto acongojado.

El sonido alerta del silbato del tren entra en escena. Se quiebra la calma que matizaba el paisaje. Luz, cámara… y la acción se hace del rodaje. A Mariano no le hace falta girar para averiguar cuanto tiempo le queda. Limpia sus labios con los tickets del expreso patagónico del sur, que fallidamente intenta detenerse a sus espaldas.

La locomotora raja el cuadro al frenar. Rechinan chillidos del metal rayando contra el metal. Luces de chispas. Silbatos y campanas que gritan. La calma está desesperada.

En la medida que la máquina se acerca, el nudo en su estómago castiga al dolor con mayor precisión. La voz interior aplaca los ruidos que no le son propios.

Imagina su dulce boca susurrándole al oído «¿estás listo?»… y ya no tiene tiempo para responder. El Trochita le separa el alma de un empujón, y antes de que los 21 gramos vayan a dar contra el piso, lo intercepta un amor que está lista para bailar eternamente.

¡Y ya que importa si por delante podía haber otra pasión! sí de todas formas, no quiso mover su destino de ahí!.

El viento involucrado comienza a moverse, discretamente, como abandonando la escena en dirección a las montañas. Aún sin altura cambia el rumbo y regresa a soplar las cenizas de Valeria junto al cuerpo de su amado. Los envuelve, los arrolla y los libera en un perfecto remolino que murmura el son de una suave canción.

 

  • Capítulo Final.

 

Después de terminar la historia, el guía de la Trochita les pidió a todos los pasajeros que hagan silencio total, que si alguna de las parejas a bordo sentía el viento danzar, también habrían de escuchar en su suspiro «ni la muerte nos podrá separar».

Fin.

«Después de todo la muerte es solo un síntoma de que hubo vida». Mario Benedetti.

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«Algún día tendrás la curiosidad del adulto como para leer un cuento sin que te lo pidan en la escuela» … Hernán Diego Moyano. No solo escribo porque me apasiona, escribo porque tiene que ver con todos los que me leen. En este espacio, Made in Lanús, les propongo compartir más que una columna, más que unas líneas, vamos a compartir la imaginación… más allá de sus formas.

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