Te cuento un cuento: La magia de la Navidad

Por Hernán Diego Moyano, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Recuerdo que cada vez que le decíamos a mamá, que ya estábamos enterados que Santa Claus no existía, ella no podía disimular su desencanto, por lo que acotaba que las cosas existen o dejan de existir, dependiendo de la magia que tengamos en el corazón.

Cómo niños no deseábamos carecer de magia en los corazones, por lo que nos encargábamos de llevarle el ritmo a nuestra madre, que repetía el ritual año tras año muy emocionada por el árbol, los adornos, las luces, la estrella y muchas otras cosas más que fueron creadas con la misión de hacernos felices.

El ritual de la navidad incluía todos los objetos que se pausan por un año en un armario y muchas otras que se almacenan de por vida en el corazón. Su cara de diseñadora con título obtenido en el polo norte, la exaltación de sus movimientos cual si fuera un juguete que despierta con la pila llena y el inolvidable encargo de por vida, que recibíamos sobre terminar nuestras cartas a Santa Claus. En las cuales además, debíamos reflexionar y compartir sobre lo bien que nos habíamos portado durante los últimos meses.

Todo ese vals que nos ponía a bailar desde el ocho de diciembre, culminaba en un esfuerzo económico de su parte por asegurarse que al abrir los regalos, nuestros rostros no dejen de obsequiarle los mejores gestos que concede un niño en su estado de pureza natural: “la cara de sorpresa”.

Fueron muchos esos años, alcanzaron para dejar atrás los caprichos de la niñez, los desafíos de la adolescencia y hasta para profundizar la etapa de hombres de paz.

En varias de las estaciones del crecimiento, canjeamos burlas y sarcasmos por el tintineo que posee la frase que se hizo nuestra. Que las cosas existan o no, dependen de la magia que tenga la gente en su corazón.

Hoy la familia se multiplicó y seguimos tan unidos alrededor de esa magia, que nos sentimos todos diseñadores del polo norte, o agentes del destino que ayudan a Santa para que ninguno de nuestros niños carezca de su cara de asombro. Las cuales se captan con las cámaras, se imprimen en fotos tipo polaroid y se atesoran año tras año dentro de la bota navideña que tiene el nombre de mi vieja.

En la última navidad, nos reunimos como siempre en familia para dar comienzo a nuestro ritual.

Habíamos colocado adornos, estrella y luces, que sin estar enchufados comenzaron a brillar. La estrella primero, la coreografía de las luces después, el resplandor del árbol al final.

Nuestro asombro fue tal que seguro quedamos inmortalizados en una foto celestial tomada por nuestro ángel maternal.

Primero reímos atónitos, luego lloriqueamos acongojados y sollozamos de la alegría después. Estaba con nosotros, completando el espacio que ocupa la fusión de un abrazo familiar que nace y acaba al unísono, la fusión de los cuerpos que aún no han ido para allá, con las almas que siguen acá.

Le pido por favor, que si no lo cree busque entre las fotos de la bota de mi madre. Porque como decimos en mi familia, la magia existe o deja de existir, dependiendo de la navidad que tenga en su corazón.

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«Algún día tendrás la curiosidad del adulto como para leer un cuento sin que te lo pidan en la escuela» … Hernán Diego Moyano. No solo escribo porque me apasiona, escribo porque tiene que ver con todos los que me leen. En este espacio, Made in Lanús, les propongo compartir más que una columna, más que unas líneas, vamos a compartir la imaginación… más allá de sus formas.

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