Te cuento un cuento: Más viejo que Matusalén

Por Hernán Diego Moyano, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Pálpito.
El amor por las apuestas es más viejo que Matusalén. Es un sentimiento… ¡no puedo parar!!!

Los caballos no son lo mío pero los números, ¡sí! Me susurran. Me seducen. Me estimulan. Algunas veces creo que tengo algunos problemas para interpretar su mensaje, y siento que muero cuando decodifico mal su encargo, pero ellos de todas formas no me abandonan, me dan nuevas oportunidades, me dialogan, y como en toda buena fe, «hay que creer». Aún más en los peores momentos porque no se puede comparar la sensación de estar muerto un par de horas con la emoción de resucitar cada tanto. Si la vida no diera revancha, la lotería tampoco.

En términos de números que murmuran, hay dos de ellos, de tres cifras, que me gritan en los oídos; que se escriben en mis párpados cuando sueño; que atraen mi atención como si ellos fueran un imán, y yo una endeble aguja de metal.

Uno de ellos es el 66_. El que no pienso completar por sospecharme supersticioso. Por lo tanto vamos a mirar con el ojo de la aguja para otro lado, que este hilo no se enhebra, y todos sabemos que «el calor al metal derrite».

El otro se forma girando dos de los tres signos que componen al anterior. Sí, parecido al tragamonedas pero en este caso girando sobre sí mismos. Esta cifra es el 969. Un número, que luego de hacer la consulta a los astros de la suerte, cita «La recurrencia del ángel». El número 969 sugiere que tus ángeles te están alcanzando. El universo se estaría comunicando contigo, ahora y de forma especial. Wow. Eso es bueno. Tengo que apostar.

Citados los espíritus celestes por mención de los astros, el algoritmo de google agrega contenido según la misma guía de los ángeles, la cual comenta «El 969 es un mensaje de tus espíritus para que te centres en tu vida, ahora es el momento de obtener eso que te mereces» y otras cosas relacionadas con lo espiritual y bla bla bla. Para mi está súper claro, ¿Más claro para dónde? Es hora de apostar.

Esta vez, ¡sí es! Con esta la saco del estadio, y recupero auto, casa, y familia.

Desinformación en la nube.
Me gusta ir por los bares levantando algo de dinero. Algunas veces aprovecho para tomarme una ginebra y reír con los muchachos de turno. Hay tres o cuatro cantinas, mi favorita es «la taberna de la Aguada», que por su posición estratégica en Montevideo siempre tiene caras nuevas. Buen público para interpretar trucos de bar, engañar y recaudar.

Cuando la bolsa hace ruido, voy con el cantinero, don Ruco, y le apuntamos a la suerte, esperando pegarle de lleno.

Hoy la cosa está más bien quieta. No hay gente para timar. Debería echar para casa antes de que apueste otra vez lo que ya no tengo. ¿Debería? Es que traigo un pálpito importante como el destino mismo. No puedo sacarme esos números de la cabeza. Convendría apostar, pero a ¿cuál? «Al 969» pienso «la venida del ángel está a mi favor».

Ingresa al boliche un hombre que parece salido de una vieja enciclopedia, descubierta por bibliotecarios graduados en otro milenio, A.C. La caracterización que desearía poder transmitirles de él, es digna de un viaje en el tiempo, de un set de filmación, de un roto romántico entre ver y creer. La apreciación es actual, en alta definición, de una nitidez que impresiona. La sensación que transmite, no.

Hay algo en su halo que me inflama el pecho. O quizá solo sea la ginebra y el tabaco.

¿Me pregunto por qué ha venido a mi encuentro?
Veo los surcos en su rostro y lo primero que salta a mí mente, es la imagen de un tronco que te enseña los anillos del tiempo para revelarte su edad. Tengo cara de asombro obvio. Dice «no me lo va a creer» pero que ya no hay amigos, hijos, nietos, bisnietos, ni generaciones de descendientes que sigan vivos. Y los que sí, son descendientes de gente que dejó de distinguirme. Ahora resulta que las personas solo se acercan a uno cuando nadie más les puede hacer un favor.

«¿Habrá de robarme mucho tiempo este señor?» Yo que sigo indeciso, y en breve que cierra la vespertina de la nacional.

Este anciano pintoresco, a quién por mi alegre estado de ánimo (así me pongo cuando presiento que voy a ganar) me apetece llamarle «Matusalén», tiene algo para contar pero actúa raro como si no lo recordara bien del todo, ni todo el tiempo. Su mente parece envejecida, y sus recuerdos podrían estar yendo y viniendo en bastón. O quizá simplemente sea mi estado de ansiedad.

Ah… ¡ya!, él cree que la culpa de su longevidad la tiene la oficina de admisión de todos los Ángeles.
—¿De los “ángeles” o de “los ángeles (ciudad)”? —Pregunto y celebro el chiste tonto con los compañeros de la mesa del bar.
—Es que, alguna vez, cuando mi tiempo en la tierra estaba cumplido, un religioso me completó los sacramentos con la extremaunción —Dijo el anciano como quién celebra a Adán y a todos sus pecados en una sola fiesta.
Recuerda el momento con una sonrisa ligera y con dos párpados pesados. Hace todo muy lento. Abre un portal con su relato y resulto testigo de cómo ese hombre con túnica negra le unta el óleo en su frente, repitiendo la señal de la cruz. Escucho chillar al humo antes de chamuscar la piel. «Arrepiéntete que ya no hay tiempo» dice el párroco… en lo que percibo «una lucha en la arena», arena que no deja de resbalar por las paredes de vidrio. Nadie voltea el reloj.
«Matusalén» cierra sus ojos, cierra el portal, y pregunta «¿qué le estaba contando joven?»
—Que lo dieron por muerto —respondí con el olor a ungüento de su frente impregnado en mi nariz.
Vuelve al tema y me cuenta, que él apostaba que su vida acabaría antes que la oración divina. Que así las cosas, y a pesar del cuadro, por alguna razón perdió la apuesta.
Lo cierto es que ese suceso asombroso no fue actualizado en la base de datos de la nube de todos los santos, y cerraron expediente con la oración del beato que lo dio por muerto.
—la burocracia, más allá de que la administre «el más allá», sigue siendo una palabra que no suena bien ni en el «más acá» —rompo en risas y agrego— Solo se traspapeló el milagro, eso es todo hombre. ¿O no?

Mi ángel caído.
—Joven, no es casualidad que me haya llamado «Matusalén».
—¿Por qué lo dice?
—Ese hombre, Matusalén, vivió 969 años, y me imagino que ese es un número… que lo atrae como un imán a la fija.
—¿Imagina? ¿Cómo supo que lo llamé de esa forma?
Ahora el que parece de buen humor es el viejo.
—¿Cómo adivinó lo del número? ¿Ha leído mi cuento? ¿Nos conocemos?
—Ya sabe lo que dicen, que «uno» sabe más por viejo que por «uno» mismo.
—¿Por qué me habla de los números? ¿Es usted mi ángel?
—En cualquier momento.
—¿Vino a enseñarme que «hoy es ahora»?
—No.
—¿Qué este es el momento para vivir plenamente mis verdades personales?
—En absoluto.
—¿Desea que mejore mi vida?
—No me interesa.
—¿Mi Fe? ¿Energía? … ¿Qué deje de apostar?
—Haga usted lo que le plazca, buen hombre.
—Pues entonces ¿Por qué me recurre? ¿De qué se trata este numerito?
—Solo vine a ofrecerle que le apueste al trío de “6”… «Cuánto más se demore… menos pagaré por su alma».
Fin.

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«Algún día tendrás la curiosidad del adulto como para leer un cuento sin que te lo pidan en la escuela» … Hernán Diego Moyano. No solo escribo porque me apasiona, escribo porque tiene que ver con todos los que me leen. En este espacio, Made in Lanús, les propongo compartir más que una columna, más que unas líneas, vamos a compartir la imaginación… más allá de sus formas.

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