Te cuento un cuento: Una moneda de diez

Por Hernán Diego Moyano, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Toda historia tiene un comienzo.

La mayoría de las monedas cuando vienen al mundo desesperan por tener un gran valor, por ser agraciadas y brillosas, por circular por la vida de forma reconocida, y, finalmente, ser inmortalizadas en una pintoresca colección. Muchas sueñan poseer un doble apellido de buena costumbre y linaje; tales como, «Libra Esterlina», «Dinar Kuwaití», «Dólar Americano», «Franco Suizo»…  familias que reparten en sus títulos, honor y confianza. Castas que reciben crédito por doquier.

Vestir en oro o plata, supera por creces el diseño en bronce o en cobre, y aún más, a cualquier otra aleación chapo metálica que se ponga de moda. El doble apellido, el material del vestido, termina siendo importante en el mundo de las comparaciones de las monedas, donde las menos protegidas, se enferman de inflación y caen en una depresión de desvalorización continua.

Ha de ser por ello, que al saberse valoradas y perdurables, comparten en sus imágenes historias ricas en logros y emblemas de poder. Alegorías de escudos que ganaron guerras. Icónicos reyes o sus coronas.

Usted va a creer que estoy acuñadamente loca, pero yo soy una milagrosa y feliz moneda argentina. Redonda como una pelota, con un diez y un laurel en mi pecho, con cara de libertad, y mi valor… mi valor es esta historia que le voy a contar.

Érase una vez, en la segunda mitad del siglo XX, en un barrio muy muy pero muy humilde de la provincia de Buenos Aires, una alcancía de lata… a la que fui a dar.

  1. La alcancía de lata.

El niño quería una pelota número 5. Como las que usaban en los estadios repletos de hinchas, o en los potreros llenos de potenciales futbolistas.

Una pelota, solo una pelota. Ese objeto redondo recubierto en cuero, que al promedio de la humanidad no le quita el sueño, pero que a  este pequeño, se lo potenciaba. No solo deseaba jugar de forma profesional, sino también, ser campeón con la selección argentina.

En el siglo pasado. A fines de los 60, principio de los 70, comprar una pelota no era para todas las familias. Menos si en tu casa deben alimentar ocho bocas y aún falta asegurar el techo para que no le filtren las goteras.

—Si quieres una pelota deberás comprártela tú mismo, Dieguito.

—¿Cómo lo hago mamá? si yo tampoco tengo la plata.

—Dile a tu padre que te haga una alcancía. Ahorra. Cada moneda cuenta.

¡Y ahí es donde entro yo! O ahí entré yo, cuando el niño pelusa me soltó, y fui a dar al fondo del tarro.

  1. Cada moneda cuenta… una historia.

Debo reconocer que pasé del orgullo a la depresión.

Cuando me supe Argentina, futbolera, redonda y con la 10 en la pechera, me sentí feliz como se sentiría un pequeño, que logra juntar el dinero para comprar su primera pelota.

Cuando llegué a la mano del peque, noté como sus ojos se clavaron en mi cuerpo. No soy muy bonita, pero algo en el 10 de mi pechera le aceleraba el pulso. Hubo algo de amor a primera vista. Me lanzó  hacia arriba, por lo que despegué súbitamente, girando sobre mi eje, enseñándole el 10 de la pechera, la cara de la libertad, el 10 con el laurel, la libertad de mi vuelo, el 10 laureado, la cara libre y subí, subí hasta alcanzar el punto más alto que me dieron las fuerzas, me sentí suspendida en el aire, y caí desplomada en su pequeña mano infantil. Seca su mano llena de tierra, seca mi lado con el 10 mirándolo.  El brillo en su mirada me acariciaba como si fuera pelota. Y acto seguido, me pateaba hacia arriba, y cuando pensaba en estrellarme contra el piso, me pateaba hacia arriba nuevamente, y vuelva a caer y vuelva a subir. El muchacho creaba pequeños juegos conmigo. ¡Cómo nos divertíamos! Él les decía «jueguitos». Sin dudas deseaba una pelota.

Pero luego fui a dar a una lata. Me llegó el encierro, dejé de ver la luz, percibí que hay otras muchas como yo. La foto de la libertad que llevo en el frente debió quejarse aunque no lo hizo. Pienso que quizá a ese rostro le hubiera ido mejor impreso en un barrilete. Luego, la opresión… del peso que comencé a sentir a mis espaldas con los días, me hizo sentir olvidada. Mi niño no se dejaba ver, apenas los dedos con los que ponía más ahorros en la alcancía.

Entendí que podíamos tener una relación, pero claro, el jovencillo quería era una pelota, eso era todo. Y yo era redonda perfecta pero carecía de gajos, de cuero, de un camino trazado con hilo y aguja. Era flaca, plana, muchas veces fría. Podía rodar y rebotar por lapsos muy breves, y mi tamaño era un verdadero problema para todos, excepto para el trato que recordaba de su pie. En fin, puse el cuerpo, me abrí camino, amagué a quedarme y cuando la lata estuvo casi llena, salté en mi propia búsqueda con cara de libertad. Caí al piso e intenté escapar, pero me embarraron la cancha, la superficie me sacó piernas y caí redonda. Como no llegué muy lejos, me escondí detrás de algún otro objeto olvidado.

  1. Lo vi llorar antes que usted.

El día que supuestamente había completado sus ahorros, lo vi llorar.

Los contaba una y otra vez, y todas las cuentas le daban mal. Como quien dice «le faltaban 5 pal mango». O diez. Y yo jugando a las escondidas. ¡Ma que jugando! Aburridísima de ni poder escapar.

Al principio pensé «Te lo mereces, pequeño monstruo indiferente», pero luego, en una reflexión propia de una novela de amor, superé mis emociones para entregarme a las de él. ¡Y como… «La vida es una moneda»! según canta Juan Carlos Baglietto, rodé dejándome ver para regresarle el alma al cuerpo. El rostro del pequeño se había salpicado con lágrimas como si la ilusión de la compra se supiera muerta. Cuando choqué contra sus pies, nos reconocimos enseguida. El cambió su carita de tristeza por una carita feliz, y yo… me entregué sabiendo que el valor de ciertos actos está por encima de la cuantía del dinero.

Me atrapó entre las suelas, y acto seguido, me encontré volando otra vez, pasando de un pie al otro, jugamos jueguitos por última vez, porque ese día… ese día lo acompañé a comprarse su primera pelota número 5.

Nos despedimos para siempre. Fue un momento especial, primero le entregó al pelotero todos los ahorros envasados. Luego, me abrazó en su puño y estirando el brazo, me entregó al señor con la palma y la sonrisa muy abierta. Él feliz, yo… de diez. Yo con cara de libertad, él «la cara del diez».

  1. Así lo quiso el destino.

Después de lo de la pelota mi vida echó a rodar por todas partes. Iba de mano en mano, de bolsillo en bolsillo, viajaba para un lado, viajaba para el otro. Participé en muchos intercambios por boletos de colectivos, ayudé a gran cantidad de golosinas a escapar de los quioscos en manos de felices niños, y repartí agradecimientos en un ritual llamado propina.

De viaje en viaje y de mano en mano fueron pasando los años. Las décadas. Supe por la caja que cuenta historias con imágenes que el 10, fue futbolista, súper héroe e ícono nacional.

Regresando a mí, las vueltas de la vida me llevaron a Rosario.

Hice amistad con otro niño de sueños inolvidables, que ya cargaba una pelota bajo el brazo, pero que su anhelo era crecer.

Descifrar mi valor en esa etapa, fue todo un «Lío». Se lo dejo a su interpretación.

Por un lado, el pequeño muchacho  necesitaba un tratamiento hormonal para lo cuál no podía aportar literalmente nada, me encontraba fuera de circulación, y por el otro, sus ojos estaban puestos en el 10, pero no de mi moneda, hablo del D10s que quería una pelota, quién por un lapso breve de tiempo, vistió los mismos colores rojinegros que el pequeño mesías defendía en las inferiores.

Y a pesar de que esa señal parecía bíblica, la familia rosarina, presos de las circunstancias,  se debatía entre la impotencia local, y, la ilusión de un tratamiento en el extranjero, que no aseguraba nada.

Imagine la angustia que generaba dejarlo todo, cruzar el atlántico, y probar suerte.

—¿Probar suerte? Yo tengo una moneda—Dijo alguien lanzándome al aire—¿Cara o seca?

—Cara.

Libertad… libertad… libertad.

Todo fue bastante rápido, pelusa arrancó para buenos aires, la pulga tomó un vuelo para Barcelona, y yo, yo me quedé tirada al lado del camino, mirando como todo pasa. Descifrando que eso que me había pasado se conoce como «el amor después del amor».

Soy una orgullosa moneda argentina. Que quizá exageró alguna cosita para contarle una historia. Que ni siquiera es redonda como una pelota. Que no vale nada. Pero que significa mucho con un 10 en la seca y en su cara (como canta el himno): «Libertad… Libertad… Libertad».

Fin.

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

«Algún día tendrás la curiosidad del adulto como para leer un cuento sin que te lo pidan en la escuela» … Hernán Diego Moyano. No solo escribo porque me apasiona, escribo porque tiene que ver con todos los que me leen. En este espacio, Made in Lanús, les propongo compartir más que una columna, más que unas líneas, vamos a compartir la imaginación… más allá de sus formas.

[email protected] – Instagram: hernandiegomoyano – +52 55 48 22 02 35