Tincho, rumbo al país del sol naciente

Por Roxana Inés Arlia, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Nuestros amigos ya habían dejado la India y estaban preguntándose por el nuevo destino. Como siempre, el capitán lo anunciaría en la cena.

Todos se estaban preparando para ir al salón comedor, cuando escucharon un ruido que venía del armario. Moncho, que estaba por buscar su camisa nueva, se detuvo enseguida.

—¡Shhh! ¡Muchachos, escuché un ruido! ¡Y viene de acá adentro!

Se hizo un silencio profundo. Y ahí pudieron escuchar un suspiro.

—Me parece que hay un bicho —agregó Moncho, susurrando.

—¡¿Un monstruo, decís?!  —preguntó Pipo, asustadizo como de costumbre.

—Piiipo, los monstruos no existen, ya te expliqué que a veces uno ve formas en la oscuridad de la habitación y esas formas parecen monstruos. Pero, son nuestras propias cosas que en sombras se ven diferentes y pueden confundirse con monstruos —respondió Tincho con su paciencia habitual.

Moncho se acercó muy despacito, abrió la puerta con un rápido movimiento y… ¿saben qué pasó?… Se encontraron con un ratón que los miraba sorprendido. Y ellos, a él porque lo que menos pensaban era encontrar un polizón dentro del armario.

—¡Rápido! ¡Nombre y apellido completo! —interpeló Moncho seriamente.

—Ma… ma…

—¡Qué mamá ni mamá!… Ahora no venga a pedir socorro a su mamita. Lo hubiera pensado antes de embarcarse como polizón.

—Yo, yo…

—¡Ah… bue…! ¿Ahora quiere ponerse a jugar al yo-yo? ¡No es momento! —contestó Moncho muy enojado.

—Pero Moncho… ¡pará un poco! —le pidió Tincho, tratando de poner calma— Estás asustando al muchacho.

—¡Namasté! —respondió el polizón agradecido.

—Pero, ¡qué caradura! ¡Y ahora pide nada más té! ¡Nada más y nada menos, querrá decir! Además, a esta hora no se sirve el té, ya vamos a cenar –agregó Moncho, cada vez más nervioso.

—Perdón. ¡Buenas noches! —por fin se animó a hablar el recién llegado— Mi nombre es Manish Sabupta. Agradezco su intervención. ¡Namasté! —dijo mirando a Tincho, al tiempo que juntaba sus manos frente a su pecho e inclinaba la cabeza a modo de saludo. Y luego, dirigiéndose a Moncho, le dijo muy respetuosamente— Disculpe, Sr. Moncho. No fue mi intención molestarlo. Yo no llamaba a mi mamá ni quería jugar al yo-yo. Es que del susto empecé a tartamudear. Y “Namasté” es la forma en que saludamos en la India.

—Eeeh… —respondió Moncho un poco avergonzado por sus exabruptos, ya más calmado y arrepentido de su comportamiento viendo lo respetuoso y educado que era el recién llegado, pese a la forma en que él lo había tratado— ¡Buenas noches! Disculpame, muchacho. Es que a mí me pone un poco loco que la gente quiera viajar a escondidas y sin pagar. Además, me asusté mucho cuando escuché ruidos en el placard.

—Siento mucho haberlo asustado. Y tiene usted razón. Sé que parezco un polizón, pero mi intención no es viajar sin pagar. Iba a presentarme con el capitán para ofrecerle mis servicios y trabajar en el barco. Buscando su camarote, me perdí y entré aquí. Me mareé y abrí el placard pensando que era la puerta de salida. En ese momento el barco zarpó y con el movimiento me caí dentro del placard. Así fue como me quedé encerrado acá.

—¡Uh! ¡qué macana! Bueno… no te preocupes, muchacho. Yo te voy a ayudar a conseguir trabajo acá en el barco. ¡Bienvenido! —dijo Moncho,  extendiéndole la mano para ayudarlo a incorporarse.

—¡Gracias! —sonrió Manish, mientras le agarraba la mano para salir del placard.

En ese momento Moncho se quedó mudo. Tampoco supo cómo comportarse al ver que Manish tenía sólo una pata trasera.

—Eee… eee… -tartamudeó Moncho.

Los demás se quedaron mirando. Y Pipo, sin darse cuenta, susurró un: “¡aaah… pobrecito!”. Tincho se dio cuenta de lo incómodo de la situación para Manish y se apresuró a responder.

—¡Encantados de conocerte, Manish! Disculpanos un segundo. Como te decía Moncho, es la hora de la cena y él se encarga de esas cuestiones. Por eso queríamos hacerle una consulta. ¡Ya venimos, ponete cómodo!

Los cuatro amigos salieron al pasillo. Tincho fue el primero en hablar.

—¿Qué pasó, muchachos?

—¡Ay, pobrecito! —exclamó Pipo— ¿No viste que le falta una pata trasera? Está enfermito.

—Sí, lo vi —respondió Tincho— No está enfermo. Sólo tiene una pata menos. ¿Y cuál es el problema?

—Me da pena. Lo quiero ayudar, pero no sé cómo —continuó Pipo acongojado.

—Pipo —dijo Tincho, sabiamente— Si lo querés ayudar, lo primero que podés hacer es evitar decir pobrecito. Él es un ratón como vos y como yo. No tenés que tenerle lástima.

—Claro —intervino Osvaldo— él tiene capacidades especiales.

—¡¿Qué?! ¡¿Tiene superpoderes?! —preguntó Pipo, confundido.

—Nooo. ¿Por qué me preguntás eso? —dijo Osvaldo.

—Es que vos dijiste que tenía capacidades especiales. Por eso pregunté. No sé. ¿Qué capacidades especiales serían? ¿Vuela? ¿Tiene visión de rayos X?

—¡Pipo, no te burles! Vos entendés lo que quiero decir.

—Yo no me burlo. Es que no entiendo lo que querés decir con “capacidades especiales”. ¿Por qué son especiales? Si son especiales tiene que ser algo extraordinario.

—Quise decir capacidades diferentes —aclaró Osvaldo.

—No entiendo. Todos tenemos capacidades diferentes. Por ejemplo, Moncho es re buen cocinero y a mí se me queman hasta las tostadas. Tincho es un profesor excelente, en cambio a vos no se te entiende nada cuando querés explicar algo; como por ejemplo ahora —respondió Pipo.

—¡Ay, por favooor! ¿Cómo no entendés lo que quiero decir? —continuó Osvaldo.

Moncho intervino en la conversación.

—Lo que Osvaldo quiere decir es que el muchacho es discapacitado.

—¡Ay, Moncho! ¡No seas bruto! ¡No se dice así! —le recriminó Osvaldo.

—Perdón, sé que suena feo dicho así. Por eso yo no lo digo.  Pero acaso ¿no era eso lo que vos estabas queriendo decir cuando dijiste “capacidades especiales”?

—Bueno… sí. Pero suena horrible como vos lo dijiste. No sé… no encuentro qué palabra decir. Porque discapacitado o inválido, no está bien. Son palabras que quitan valor a la persona y sólo se fijan en la discapacidad. Lo mismo que minusválido o disminuido, sería como decir que la persona es menos que otro. Y eso no es cierto. Y, además, son todas palabras agresivas. Por eso yo digo capacidades especiales.

—Bueno, pero eso confunde. Yo no pregunté para burlarme —aclaró Pipo— Es que realmente no entendí lo que quisiste decir.

—Pipo tiene razón —intervino Tincho— decir “capacidades especiales” o “capacidades diferentes” es un eufemismo que se usa para quedar bien, pero que confunde.

—¿Un eufe qué? —preguntó Moncho, intrigado.

—Un eufemismo. Es una frase que se dice para mencionar algo o alguien de otra manera, pensando que así no suena ofensivo; pero al final termina quedando ridículo porque confunde. Por ejemplo, algunos hablan de personas de color. ¿Vos sabés a qué se refieren?

—¿Son los marcianos que dicen que son verdes? ¿o, los personajes de la película “Avatar” que son azules? —preguntó Pipo.

—No. ¿Ven lo que digo? ¿De qué color sería la gente de color? Podría ser cualquier color. En realidad las personas que dicen gente de color se refieren a las personas de piel negra. Pero como piensan que puede sonar ofensivo, usan ese eufemismo que trae más confusiones y termina haciendo sentir peor a la persona.

—Pero… entonces ¿cómo tendríamos que decir para no ofender? —preguntaron todos al mismo tiempo-.

En ese momento apareció Manish y dijo:

—En mi caso, por ejemplo, se dice un ratón con discapacidad.

—¡Uh! Perdón. No queríamos molestarte con esta charla —se disculparon todos al verlo llegar.

—¡Tranquilos, muchachos! —dijo Manish, con dulzura— Me di cuenta de que no sabían muy bien cómo actuar. No se preocupen. Le pasa a mucha gente. Por eso, está bueno hablar de ello. No hay que tener miedo de usar las palabras, sólo hay que usarlas con respeto. Por ejemplo, no está mal decir que una persona que no puede ver es una persona ciega, porque estamos diciendo primero que es una persona como vos o como yo. Y después mencionamos que es ciega. En cambio si decimos que es un no vidente, nos quedamos sólo con lo que no puede hacer. Y eso no describe a la persona. Por ejemplo; si ustedes no saben cantar, no dicen que son no cantantes. Simplemente dicen que son personas que no saben cantar. ¿No es cierto?

—¡Claro! —exclamaron todos juntos.

—La Madre Teresa de Calculta nos dejó una hermosa frase —continuó Manish— Dice: “Yo puedo hacer cosas que tú no puedes. Tú puedes hacer cosas que yo no puedo. Juntos podemos lograr grandes cosas”.

—¡Sabias palabras! Calcuta debe estar muy orgulloso de su mamá. ¡Qué señora tan buena! —se emocionó Moncho.

—No, Moncho —aclaró Tincho, explicando con su habitual paciencia— la Madre Teresa de Calcuta no es la mamá de nadie y Calcuta no es una persona.

—Aaah… pero él lo dijo.

—Te cuento, Moncho —continuó Manish— la Madre Teresa de Calcuta era una monja que fue muy importante en la India y en el mundo. Ella nació en Albania y viajó a Calcuta, que es una ciudad de la India. Allí vio que había muchos pobres, enfermos y huérfanos que morían en las calles. Entonces, decidió quedarse y creó un grupo llamado “Misioneras de la Caridad” y con otras monjas ayudó a mucha gente. Como ella era la directora se le dice Madre y quedó Madre Teresa de Calcuta por el gran trabajo que realizó en ese lugar.

—¡Qué interesante! Me quedaría charlando, pero tengo que ocuparme de la cocina. El capitán ya debe estar por llegar y querrá saber el menú —se preocupó Moncho— ¡Voy a aprovechar para hablarle de vos! —agregó con una sonrisa bonachona. Pero, de pronto, su cara se transformó en preocupación— Ah… esteee… em… eee…

Manish se dio cuenta enseguida de lo que pasaba y con voz calma comentó:

—¡No te preocupes, Moncho! Yo sé que vos me querés ayudar. Y para eso tenés que preguntarme qué es lo que yo sé o lo que puedo hacer. Lo mismo le preguntarías a cualquier persona que quisiera conseguir un trabajo en el barco. No tenés que ponerte mal por preguntar qué es lo que puedo hacer. Lo importante es que te fijaste que hay muchas cosas que sí puedo hacer y no te quedaste sólo con lo que no puedo.

—¡Aaah! ¡Muchas gracias por comprender! La verdad que no sabía muy bien cómo preguntar.

—No te estreses, Moncho. ¡Sé natural! Tampoco tenés que prohibirte de preguntar. Siempre que sea con respeto, las preguntas son bien recibidas. Conocer ayuda a comprender la realidad de otras personas y así lo diferente deja de parecer raro o anormal. ¿Por qué, después de todo, quién puede decir qué es lo normal? ¿lo más común, lo más visto, lo más conocido?

—¡Es verdad! —dijeron todos.

—Y hablando de lo que puedo hacer… —continuó Manish— sé cantar y también toco el sitar (un instrumento tradicional de la India). Me recibí de chef internacional, así que también podría ayudarte en la cocina.

—¡Guaaau! ¡Cuántas cosas que hacés! ¡Genial! ¡Vamos ya mismo a hablar con el capitán, le va a encantar conocerte! —se entusiasmó Moncho.

—¡Sí, dale. Encan…! —y, antes de que Manish pudiera completar la frase, lo tomó de la mano y lo llevó tan rápido por los pasillos que Manish parecía volar.

El capitán, ya sentado a la mesa, estaba buscando el menú.

—¡Ehem, ehem…! –—tosió Moncho para llamar su atención— Disculpe, Sr. Capitán. Quería presentarle a alguien. Él es Manish.

Manish lo saludó respetuosamente con una reverencia y luego extendió su mano. El capitán respondió el saludo con un cálido apretón de manos.

Moncho, en ese momento tuvo miedo de que el capitán lo rechazara así que se apuró a intervenir:

—Manish sabe hacer muchas cosas: cantar, tocar el sitar y además es chef internacional.    Podría trabajar conmigo en la cocina. Ya casi se me acaban las recetas. Él podría…

—¡Tranquilo, Moncho! —dijo con calma el capitán— Creo que Manish puede presentarse muy bien sólo. ¿No es cierto, muchacho? —agregó amablemente— Me interesa eso de la música. Nos está faltando un show para entretener a los pasajeros. Muchos ya empezaron a dar paseos por la cubierta. Y sabemos cómo se ponen los humanos cuando nos ven deambulando por ahí. ¿Podrías hacerme una demostración?

—¡Por supuesto, señor! ¡Y muchas gracias por darme un trato igual a cualquiera!

—Por nada. Hice lo que todos deberíamos hacer. Acá todos somos diferentes y cada uno tiene derecho a demostrar lo que sabe hacer para así trabajar en el puesto en que pueda desarrollar su talento. ¿No te parece?

—¡Absolutamente de acuerdo, señor! —sonrió Manish— Si me permite… —agregó suavemente y, sacando el sitar de su bolso, comenzó a tocar una hermosa y dulce melodía.

El capitán quedó maravillado con el sonido del sitar y la dulce voz de Manish.

—¡Bravo! ¡Contratado! —exclamó el capitán, aplaudiendo de pie.

—¡Muchas gracias, señor! ¡Será un placer y un honor para mí entretener a los pasajeros! Y también puedo colaborar con Moncho en la cocina, creando otros platos para agregar al menú.

—¡El placer es nuestro, muchacho! ¡Sos muy talentoso! ¡Es una alegría tenerte a bordo! Además, necesitamos también renovar un poco el menú; como sugirió Moncho

—¡Sííí! —se le escapó un grito de alegría a Moncho— ¡Uy! Disculpe, capitán. Fue la emoción. Bueno, nos vamos a la cocina para preparar todo. Además Manish tiene que ensayar para su show.

Allí se fueron los dos. Moncho no paraba de hablar, ¡estaba contentísimo con la idea de aprender nuevos platos y probar distintos sabores! Y como si esto fuera poco, mientras cocinaban, Manish estaría ensayando así que tendría su show en exclusiva antes que los demás.

Los nuevos platos fueron todo un éxito y los comensales quedaron encantados con el espectáculo de Manish.

Terminada la cena, fueron para el camarote. Moncho le ofreció a Manish la cucheta de abajo, que tenía una mesita de luz.

—¡Muchas gracias! Es perfecto para armar el altar.

—¿Altar? —preguntó Moncho, intrigado— Pero si esto no es una iglesia. Además, hoy no es domingo.

—Es que nosotros, en nuestras casas, armamos altares para nuestros dioses —aclaró Manish.

—Ah… no sabía.

—Éste es Ganesha —comentó Manish, mostrándole la estatuilla antes de ponerla en el altar.

—A.. A.. Ah… —tartamudeó Moncho, que se había asustado con la imagen porque era muy distinta a las que estaba acostumbrado a ver. Pero, como comprendió lo importante que era para Manish, volvió a mirarla y así se le fue el miedo— Aaah ¡Qué lindo! Aunque debo reconocer que al principio me asusté un poco. ¡Es muy distinto de lo que estoy acostumbrado a ver! ¿Me contás sobre él?

—¡Sí! ¡Contanos, Manish! —se sumaron los demás.

—¡Por supuesto! Me encanta que quieran conocer. Y claro… es lo que hablábamos antes. Uno se asusta o rechaza lo que no conoce, pero si se da la oportunidad de conocer comienza a aceptar. Les cuento… Ganesha es el dios de la sabiduría. Se representa con cuerpo humano, cabeza de elefante (que es símbolo de la sabiduría) y cuatro brazos. Como ven, en cada mano tiene algo: una soga (para conducir a sus seguidores por el camino espiritual), en otra un hacha (para cortar las ataduras y que sus seguidores sean libres), en la tercera un laddu (que es un dulce hecho con harina de garbanzos y con el que premia a sus seguidores) y por último una mano levantada, bendiciéndolos. Tenemos muchos otros dioses también. Y otra costumbre es la meditación. Para eso utilizamos el Om. Es una sílaba que se repite al menos tres veces para formar un mantra y así preparar nuestra mente para meditar. ¿Quieren intentarlo?

—¡Síii! –dijeron todos.

Se sentaron con las piernas cruzadas en posición de loto, como les indicó Manish y las manos sobre las rodillas juntando el dedo índice y el pulgar.

—¡Ooommm, ooommm, ooommm…!

Manish los fue guiando en la meditación y todos terminaron muuuy relajados. Taaan relajados estaban que se quedaron profundamente dormidos.

A la mañana siguiente, Tincho fue el primero en levantarse. Con la cuestión del show y los nuevos platos de Manish, se habían olvidado de preguntarle al capitán por el próximo destino. ¿Cuál sería?

Tincho se dirigió rápido al puente de mando para confirmar el rumbo del viaje con el capitán. Y volvió enseguida para contar a sus amigos la novedad.

Manish ya estaba despierto y le ofreció a Tincho un bocadillo de laddu (el dulce preferido de Ganesha).

—¡Arigato̅! —respondió Tincho con una amplia sonrisa.

—¡UN GATOOO! —gritó Pipo, levantándose de un salto. Y mientras se restregaba los ojos preguntaba— Pe…, pe…, pero ¿cómo sabés que se llama Ari el gato?

—Aaoomm… mmm,… ¡cuánto alboroto! ¿qué pasa Pipo? –preguntaban los demás desperezándose y dando grandes bostezos.

—¡Un gato, un gato en el camarote! Y parece que se llama Ari, el gato.

—No, Pipo. No hay ningún gato —lo tranquilizó Osvaldo— Lo que Tincho dijo fue arigato̅ que en japonés significa gracias —y luego, mirando a Tincho, exclamó— ¡no me digas que vamos a Japón! ¡¡Iuuupiii!!

—Claro —respondió Tincho— por eso estaba empezando a practicar el idioma. En unas cinco horas estaremos entrando en el puerto de Tokio, la capital de Japón. Así que hay tiempo para ir preparando nuestro recorrido por la ciudad.

—¡Genial! Yo quiero ir a una casa de té. Siempre quise presenciar una ceremonia del té —dijo Moncho.

—¡Perfecto! Conozco una muy famosa, pero queda bastante lejos del puerto. Vamos a tener que tomar el subte —comentó Osvaldo.

—OK. Sólo tenemos que evitar las horas pico (cuando la gente entra o sale del trabajo) —advirtió Tincho.

Y así, nuestros amigos se lanzaron a conocer el país del sol naciente. A propósito, ¿saben por qué se le dice así? Cuentan los historiadores, que allá por el año 607 después de Cristo, Shotoku —el príncipe de Japón— quiso hacer negocios con el emperador de China. Para establecer una igualdad entre ambas naciones, en su carta usó este saludo: “del Hijo del Cielo en la tierra donde el sol se levanta, al Hijo del Cielo en la tierra donde el sol se pone” —que sería China—. Por eso, Japón se conoce como el lugar donde nace el sol.

Pero volvamos con nuestros amigos porque si no, nos vamos a perder.

Tincho, Pipo,  Moncho, Osvaldo y Manish se dirigieron hacia el subte. En el camino vieron un montón de carteles, pero —claro— todos escritos en japonés.

—¡Ay, por Dios! ¿Qué es esto? ¿Cómo vamos a hacer para entender los carteles? —preguntó Pipo, asustado.

—No te preocupes —lo calmó Tincho enseguida— Los japoneses saben que su idioma es muy difícil para los turistas. Por eso, abajo lo escriben también en inglés y yo sé inglés.

—¡Uf! Menos mal —suspiró Pipo, aliviado.

—Pero, ¿por qué no usan letras como usamos todos los demás idiomas? —se quejó Moncho.

—Es que no todos los idiomas usan el abecedario con letras como vos las que conocés. El japonés, el hindi (idioma de la India) y el chino usan signos —aclaró Manish— Cada signo puede representar una idea o un sonido. Por eso las palabras se ven tan diferentes, como si fueran dibujitos.

—¡Ah! No tenía idea. Yo pensé que en todos los idiomas se usaban letras. ¡Cuántas cosas saben ustedes! ¡Qué bueno que las comparten así yo aprendo un montón! —agradeció Moncho.

—¡Un placer! —respondió Manish, sonriente.

Como se demoraron bastante mirando y charlando sobre los carteles, al final se hizo la hora pico para tomar el subte. En el andén todos esperaban ordenada y pacientemente. Nuestros amigos estaban primeros en la fila, así que –—cuando llegó el subte— se asomaron para ver si podían entrar. ¡Estaba repleto! Ahí nomás Moncho sintió un empujón.

—¡Eh! ¡¿qué hacés?! ¡¿Estás loco?! ¿No ves que no entra más nadie? ¿Dónde te querés meter? ¡Parece mentira! Un hombre grande, con uniforme y guantes blancos. No puedo creer que seas tan maleducado.

Lo que Moncho no sabía era que ése que lo empujaba era un empleado del subte y que se dedica precisamente a eso, para que en los horarios pico entren más pasajeros en cada vagón.

El empleado, que no entendía nada de lo que Moncho le decía, siguió empujándolo. Ahí Moncho se puso como loco.

—¡Ajá! ¿Querés ver lo que es un empujón? ¡Tomá! ¡Ahí tenés! —dijo, dándole tremendo empujón.

Y claro, como Moncho es tan robusto, el pobre empleado terminó tirado en el medio del andén.

Tincho, que hablaba algo de japonés, trató de disculparse. Por suerte el empleado entendía inglés, así que también le pudo explicar que Moncho no conocía esa costumbre y por eso había reaccionado de esa forma. El empleado entendió y todo terminó bien.

Por las dudas, nuestros amigos decidieron esperar un vagón más vacío y se sentaron en los bancos del andén para charlar un rato. Moncho estaba un poco avergonzado por lo que había pasado. Sin embargo, insistía:

—Yo soy tranquilo, pero si a mí me empujan, ¡yo empujo! Es como dicen: “ojo por ojo, diente por diente”.

—Aaah, Moncho —suspiró Manish— Como decía el Maestro Mahatma Gandhi: “ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.

—Bueno… viéndolo así, tiene razón tu maestro. ¡Muy inteligente! ¿Fue tu maestro de primaria o de secundaria?

—No. Mahatma Gandhi fue un líder pacifista de la India —aclaró Manish— Fue un gran maestro para todo el mundo. De hecho, “Mahatma” quiere decir “gran alma”. Él luchaba por los derechos de los demás siempre en forma no violenta.

—Y hacía bien —reconoció ahora Moncho— porque si hubiéramos seguido todos a los empujones, quién sabe dónde terminábamos.

—¡Ey, muchachos! —avisó Osvaldo— Ahí viene otro subte y ¡casi vacíooo!

—¡Vamooos! —gritaron todos a coro.

Al llegar a la casa de té, se encontraron con unas puertas muy pequeñas. Osvaldo les explicó que eso era todo un símbolo. Son así, para que las personas tengan que entrar arrodilladas como signo de humildad. También se descalzan y se colocan una especie de medias blancas llamadas tabi.

—¡Oia! ¡Pero acá no hay sillas! ¡¿Dónde nos vamos a sentar?! —preguntó Moncho con su inconfundible vozarrón—  ¡Y además no hay mesa! —continuó, sin darse por aludido— ¡Y miren esas tazas, no tienen asas! ¡Uy, me salió un versito! —agregó riéndose a carcajadas.

—¡Shhh! —le indicaban sus amigos, ya un poco nerviosos porque Moncho sin querer estaba alterando la tranquilidad del lugar.

—Moncho… —le susurró Tincho— Por favor, hablá más bajo.

—Pero Tincho —se quejó Moncho, que aún no había entendido cómo era la ceremonia del té— Esto es una casa de té, no una biblioteca. Es como ir a tomar un cafecito en un bar, ¿no podemos charlar acá?

—Nooo –respondió Tincho, cada vez más bajito a ver si Moncho se contagiaba y bajaba un poco el volumen— Acá en Japón, tomar el té es parte de una ceremonia que se hace en un ambiente tranquilo y con mucho respeto. Y sobre todo, calma y silencio. ¡Shhh!…

—Aaah… —susurró ahora Moncho— Ya entendí. ¡Qué papelón que hice entonces! ¿no? —preguntó avergonzado, bajando las orejas.

—No te preocupes. Vos no sabías. Lo importante es que ahora que lo sabés, estás comprendiendo y respetando esa costumbre que —como dijiste— es muy distinta de la nuestra cuando vamos a tomar café o té a un bar.

—Claro. Acá todo es silencio. Allá en Argentina la mayoría de los bares tienen música ambiental. Pero… me sigue quedando una duda… ¿dónde nos sentamos? No se ven sillas por ningún lado.

—No —aclaró Osvaldo— No hay sillas. Parte de la ceremonia del té es sentarse en posición seiza.

—¿En posición 6 A? ¿Qué es eso? ¿Un código secreto?

—No Moncho. No es 6 A, sino seiza. Quiere decir arrodillado, sentándote sobre tus talones, con los empeines apoyados en el piso. Así —le mostró Osvaldo.

—¡Ay! ¡qué difícil esto! —sufría Moncho mientras trataba de acomodarse— Y… perdón la pregunta —dijo suavemente—¿cuánto dura la ceremonia?

—La ceremonia completa dura cuatro horas —respondió Osvaldo.

—¡Glup! —exclamó Moncho con cara de sufrimiento, mientras le caía una gotita de sudor por la frente— Aaah… no sé si mis empeines van a aguantar, muchachos. Ya me estoy acalambrando.

—¡Tranquilo Moncho! Nosotros elegimos la ceremonia más reducida que dura una hora —aclaró Osvaldo.

—¡Ufff! ¡Menos mal! No me malinterpreten. Es todo muy lindo, pero mis empeines no iban a resistir tanto. A propósito de lindo, ¡qué belleza ese rollo con los signos como los que vimos en los carteles!

—Sí, ¡es muy bonito! Se llama kakejiku y está hecho con el arte de la escritura japonesa (shodo̅). Y el arreglo de flores es el chabana, un ikebana armado especialmente para el “camino del té” o “sado̅” como le dicen aquí a esta ceremonia —aclaró Osvaldo— La idea es crear un espacio mágico lleno de armonía y tranquilidad.

—Aaaah… Sí. Eso te iba a decir —agregó Moncho— Yo que siempre estoy así medio nervioso, ahora me siento suuuper relajado. Como cuando meditamos con Manish.

—Claro —acotó Manish— porque la ceremonia del té es como una meditación pero en movimiento.

—¡Guaaau! ¡Qué finos todos los utensilios! —comentó Pipo, que no podía dejar de admirar los cuencos (esas tazas sin asas que mencionaba Moncho), el chawan (el bowl donde se prepara el té verde o matcha) y el chasen (un batidor hecho de bamboo que se usa para mezclar el matcha  con el agua caliente).

Moncho estaba un poquito nervioso porque no sabía muy bien cómo hacer para agarrar esa taza sin asa. Es que tenía miedo de quemarse y que se le escape un grito que altere toda esa calma tan mágica.

—¡Pssst, Osvaldo! —lo llamó con la voz más bajita que pudo pronunciar- ¿Cómo hago para agarrar el cuenco y no quemarme?

—No te preocupes —lo tranquilizó Osvaldo— No te vas a quemar. Están preparados para eso. Hay que tomarlo con la mano izquierda y sujetarlo con la derecha; después, girarlo para que el diseño quede del otro lado del que vas a tomar. En esta versión más sencilla nosotros sólo tomamos el usucha que es un té más liviano. En la ceremonia completa se prepara primero el koicha que es el té verde espeso y queda como si fuera una sopa de arvejas.

—Me hubiera encantado participar de una ceremonia completa, pero mis empeines no resisten más. ¡Ayyy… qué dolor!

Luego de terminar el té, todos admiraron los utensilios, el anfitrión los limpió y se despidió con una reverencia.

—El té estuvo bárbaro —comentó Moncho, al salir— pero creo que me abrió el apetito ¡Tengo un haaambre!

—Por acá cerca hay un restaurante muy bueno –señaló Osvaldo, que ya había conocido todos estos lugares en un viaje anterior.

Así, llegaron a un pequeño y hermoso restaurante típico.

—¡Mmm! ¡Qué rico olorcito! —comentó Moncho, apenas abrió la puerta.

Se sentaron a la mesa, con muchas ganas de comer. Pero, cuando miraron el menú, todos enmudecieron. Y claro, ninguno entendía los kanji (caracteres japoneses). Por suerte, también estaba escrito en inglés así que Tincho fue explicando cada plato.

Todos coincidieron en pedir algo diferente del sushi porque en Argentina ahora es una comida muy común y ya cada uno lo había probado. Querían conocer otros platos típicos. En eso estaban, eligiendo qué comer, cuando los sorprendió el mozo que se acercó calladamente y con voz calma le dijo a Tincho.

Sumi-masen.

Al escuchar eso, todos se callaron enseguida. Y Moncho, que siempre fue el más arrebatado e impulsivo, no tardó en reaccionar:

—¡¿Cómo que sumó más cien?! ¡Si ni agua pedimos! Además se dice “sumé” no “sumi”.

—No, Moncho —aclaró enseguida Tincho, antes de que se produjera una confusión más grande— El mozo sólo dijo “disculpe” para llamarnos y así tomar el pedido.

—Aaah. Me asusté. Pensé que nos quería cobrar sin comer. Además, no dijo si eran pesos o yenes.

—Acá se paga en yenes, Moncho —aclaró Pipo— Cada país tiene su moneda. Los pesos que tenemos sólo se usan en Argentina.

—Ja, ja. Tenés razón. Tengo tanta hambre que hasta hice una ensalada con las monedas de los países. Ja, ja… Tincho, ¿cómo dijiste que se llamaba la tortilla ésa que viene con harina, huevo y que se le puede agregar carne, vegetales y mariscos?

Okonomiyaki —respondió Tincho.

—A mí me gustó el ramen —sugirió Manish.

—Ay… yo ya me mareé ¿ése cómo era? —quiso saber Pipo.

—Es una sopa de fideos con caldo, pedazos de carne de cerdo, huevo, pasta de pescado y verduras.

—Ése también está buenísimo —respondieron todos.

—Bueno… a ver qué les parece… Nosotros somos cinco, si están de acuerdo, podríamos pedir dos okonomiyaki y tres ramen. Así compartimos los platos y todos probamos un poco de cada uno.

-¡Perfecto! –consintieron todos.

Hicieron el pedido y al rato el mozo apareció con todos los patos.

Moncho, como buen cocinero, enseguida dijo:

—Pasenme los platos que yo reparto.

—Lo dejamos en tus manos, Moncho —sugirió Tincho.

Así que, cuando el mozo vio el gesto de Tincho fue a servir del lado de Moncho y le dijo:

-Moncho, do-zo.

—No, querido. Es Moncho con una sola “o”, no dos. Si no quedaría Monchoo. Je… —aclaró Moncho divertido con el cambio de nombre hecho por el mozo.

El mozo, que no entendía castellano, se rió porque le resultó contagiosa la risa de Moncho pero se quedó sin entender lo que decía.

Tincho le explicó en inglés y el mozo se rió todavía más.

—¡Ja, ja…! ¡qué gracioso! —exclamaron todos contagiadísimos de ambas risas—, pero ¿de qué nos estamos riendo? ¡Ja, ja, ja…! —atinaron a preguntar entre carcajada y carcajada.

—Es que Moncho pensó que el mozo le decía su nombre con dos “o” pero lo que él dijo fue “Mocho, do-zo” que quiere decir “Moncho, aquí tiene” y no “Monchoo”.

Las risas eran tan contagiosas que hasta se tentaron las personas de otras mesas.

Fue sin dudas una noche muy divertida. ¡Espero que a ustedes también les haya divertido mucho esta historia! ¡Nos vemos en la próxima aventura!.

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Roxana Inés Arlia es abogada, pero también siempre le gustó escribir historias para grandes y chicos, así que un día se decidió a publicar dos de sus cuentos. En 2018 salió su primer libro infantil con dos historias «El viaje de Salvatore y Malala, una jirafa suelta en Buenos Aires». «Tincho, rumbo al país del sol naciente», es parte de una zaga. En su instagram (@roxanainesarlia) pueden encontrar muchas historias más, también juegos, experimentos y hasta recetas.