Continuando con esta narrativa Histórica, digamos que Río de Janeiro, preserva el mayor número de monumentos de la época colonia, sín eludir el dato ya sabido de su perfil de capital durante dos siglos, con el influjo de Portugal, donde se dio una pericia de “sabiduría”, en oposición con formas populares de otras regiones como Minas Gerais o Pernambuco.
En Río de Janeiro operaron con madurez los grupos de otros oficios, que dieron más arraigo a las construcciones religiosas, en torno a las cuales se agruparon.
La vida cultural carioca creció en el siglo XVIII en alianza a los cambios políticos, económicos y religiosos y forzó los lazos entre las ciudades del interior y de la Capital.
En ese período, el influjo puro de Lisboa fue más evidente, en especial en lo arquitectónico y urbano, más aún luego del sismo en la capital portuguesa en 1755. Aplacó la solvencia del rococó y creció, en Río, con un nítido corte clasicista, como en el trabajo de los expertos castrenses, garantes de las obras civiles y religiosas a partir de 1763.
Transitando los añejos bloques, citamos al “Monasterio de San Benito”, creado por dos monjes trapenses del convento análogo en Salvador (Bahía) y llegados a Río de Janeiro en 1586.
En estas obras, se destaca la jerarquía de su iglesia monástica, edificada entre 1617-18. En la fachada, se acentúan sus tres arcadas, construidas entre 1666 y 1669. El interior barroco enfatiza su corteza en madera tallada, que data del siglo XVIII. El altar es ofrecido a “Nossa Senhora de Monserrat”. El convento sigue una línea monacal tradicional, definido -además- por su patio de granito.
Otro convento, el de “Carmo”, fue edificado en 1611 por los frailes que habían llegado en 1590, ubicados en su inicio en la “Casa de los Romeros”, al lado de la “Capela de Nossa Senhora da O”. La iglesia data de 1761. Resaltan allí las pinturas del alemán Frei Ricardo do Pilar, cuya obra “Senhor de los Martirios”, irrumpe en el estilo barroco de la sacristía. En 1808, año de la llegada a Brasil de la familia real, la abadía fue confiscada por “João VI”, (monarca del Reino Unido de Portugal y Brasil entre 1816 a 1822), para destinarla como residencia de Doña María I.
El templo preferido del rey fue la iglesia de “Nossa Senhora da Gloria de Outeiro”, calificada como una de las joyas del diseño del siglo XVIII y que simboliza la alternativa entre el final del estilo rococó y el brote del neoclasicismo. Considerado de innegable valor son sus azulejos setecentistas (de artistas del siglo XVIII), uno de los agregados únicos del Brasil, que componen paneles con acciones de la Biblia, a excepción de los de la sacristía que reproducen escenas de cacería.
En el año 1628 se construyó el templo de “Santa Vera Cruz”, que daría origen al valioso santuario de “Santa Cruz dos Militares”. En 1828, se creó la hermandad militar. Entre los años 1780 y 1811, el templo fue plenamente reformado. La iglesia que sufriría un incendio en 1840, recién sería rehecha en 1914. La portada de “Santa Cruz dos Militares”, está inspirada en el “Templo de los Mártires de Lisboa”, y respetada como un modelo de transición al neoclásico.
En lo que se refiere a la casa religiosa, debemos marcar un último ejemplo de contenido, como es la Iglesia de la “Orden Terceira Monte do Carmo”, iniciada en 1755 e inaugurada en 1770.
En lo que a arquitectura civil atañe, aludimos al “Palacio dos Virreyes”, sede del Reino Unido del Brasil y Portugal, convertido luego en Palacio Imperial.
Otro espacio básico, es la “Plaza XV de Novembro”, centro neurálgico de la vida social, política y económica en el Brasil colonial. Allí se reúnen los edificios y entidades más singulares de la historia de Río de Janeiro, como la Bolsa de Valores. Hasta 1906 existió el gran Mercado Municipal. La Plaza fue remodelada en 1998, salvando entre otros elementos el “Chafariz da Pirâmide”, (Fuente de la Pirámide), una de las referencias decorativas más notables de los cariocas, ensamblada en 1779.
Una referencia majestuosa es el acueducto “Arcos de Lapa” (imágenes), edificado en 1724 y alterado en 1750, reservado a proveer de agua a la ciudad. Sus arcadas formadas por dos series de 42 arcos, tienen 17 metros de altura y 270 metros de largo. Fue desactivado a finales del XIX y hoy se utiliza para los tranvías que unen el “Morro de Santo Antonio”, con “Praça do Carioca”, y el barrio de “Santa Teresa”.
Brasil posee una historia muy rica de la época de la Colonia y destacamos el resguardo de estos monumentos auténticos que reflejan el espíritu conservacionista y de valiosa calidad en el acervo cultural brasileño, donde el arte manifiesto en esa obra de otrora, es el pilar de estas riquezas atesoradas que, combinadas con lo nuevo, contrastan y crean el ambiente tan especial de sus ciudades.
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