Bahía, donde nació el Brasil, Salvador su primera capital y actual del estado.
Bahia tierra de Jorge Amado y Castro Alves, dominio del cacao y bellas playas, el mercado Modelo, el “Pelourinho” (barrio de antiguos esclavos) y su majestuosa Bahía de Todos los Santos. Este país, dentro de Brasil, con sus modismos y costumbres bien diferentes, nos llevó hasta “Rio Vermelho”, distrito de marinos navegantes y allí estábamos transitando esas calles desiertas en la madrugada del día 2 de enero, a las 4 horas de esa nueva y especial jornada, era el Día de “Iemanjá”.
En ese horario, la gran mayoría de las personas está durmiendo. Mientras caminaba apurado desde el hotel hacia la playa de Río Colorado (Río Vermelho), estaba dispuesto a vivir, por primera vez, una experiencia que me debía: participar de la “Festa de Iemanjá”. Uno de los encuentros más intensos y tradicionales de la capital bahiana, una reunión colmada de hábitos que me aproximaron a las raíces del Brasil más profundo.
El sol estaba naciendo mar adentro y mi anhelo se estaba haciendo realidad. Mis pies mojados por la creciente y no tan lejos se oía el sonar de los “atabaques” (tamboriles) de los “terreiros” (centros) de “Umbanda”y “Candomble”.
La Fiesta comienza la noche del 1 de enero en la “Casa de Iemanjá”, en Rio Vermelho (punto turístico importante que muestra la historia de la cultura afro-brasilera). Allí los devotos pasan la noche celebrando al repiquetear de los tambores y hacen fila para dejar sus ofrendas, que luego serán llevadas por pescadores hacia alta mar.
Más tarde, todo sucede en las arenas de la playa, es la unión de una celebración santa y profana a la vez. Considerado el “Año Nuevo Bahiano”.
“Iemanjá” es la reina de las aguas y los mares, su nombre deriva de una expresión “Ioruba” (Grupo étnico de África Occidental), que significa: “Madre cuyos hijos son peces”. Se trata de un Orixá (deidad nigeriana traída por los esclavos al Brasil), muy respetado y homenajeado en los cultos de “Umbanda” y “Candomblé”.
La “divinidad” es presentada como una bella sirena de largos cabellos, vestida de color azul, protectora de los pescadores y hombres que ganan su sustento en el mar.
La historia nos cuenta que esta solemnidad comenzó en “Río Vermelho”, allá por el año 1923, luego de un período de escasés de peces. Los marineros comenzaron a hacer ofrendas a “Iemanjá”, pidiendo mar tranquilo y abundancia de peces –el encargo fue concedido, el mar se presentó calmo y los pescadores recogieron sus frutos-. Desde entonces la “Reina del Mar”, tiene su gala llena de alegría, colores, sonidos y mucha fe.
Puedo confesar que esta reunión la viví con una mezcla de incertidumbre y curiosidad, ya que hasta entonces conocía de este evento solo por la prensa. Luego de ese corto descanso a la vera del mar, refrescando mis pies, vi como llegaban los grupos de “Umbanda” y “Candomnlé”, que en inmensas ruedas humanas danzaban, cantaban y golpeaban los tambores en homenaje a su majestad: “la Reina del Mar”.
Me dejé llevar. Lentamente, fui irrumpiendo en aquel mundo casi encantado, la consecuencia fue un cúmulo de iconografías inéditas de personas que revelaban una fe ilimitada, imágenes que permanecerán en mis retinas por mucho tiempo.
La fiesta había comenzado oficialmente con fuegos artificiales que abrieron la evocación, los tambores continuaban sonando cada vez más fuerte, el sol ya abrazaba sin piedad a los más de un millón de participantes, la “magia”, de los maestros de capoeira (expresión cultural brasileña que mezcla arte marcial, deporte, cultura popular, danza y música), ofreciendo su tributo a lo largo de la arena.
Muchas horas habían pasado, la fiesta tocaba a su fin, pero faltaba la peregrinación de barcas que llevarían las ofrendas hacia alto mar, eran las 16,15 y la nave principal encabezó la larga hilera de lanchas que por 15 minutos se dirigieron océano adentro para depositar los regalos, que iban desde perfumes, jabones, peines y flores hasta cestas conteniendo otros presentes.
Desde la playa, millares de fieles aplaudían emocionados con lágrimas en los ojos y oraban con devoción y arrojaban también flores al mar; las bahianas ataviadas con sus trajes típicos daban la nota de color con sus guías -collares- pintorescas y turbantes
cubriendo sus cabezas.
Fue una experiencia significativa en una de las reuniones religiosas más trascendentales de Brasil, con una ilustración muy arraigada a la historia afro-brasileña donde niños, jóvenes, ancianos y gente de todas las edades se dieron cita renovando energías.
Quienes no tenemos esa costumbre religioso-cultural, el encuentro de fe nos indica que debemos creer y respetar las ideas místicas de los otros y aprendemos que la fe puede mover montañas, esos relieves que muchas veces no nos dejan ver más allá de nuestra nariz, esos límites que nos ponemos y que solemos vencer a través de la esperanza.
Mi deseo estaba cumplido. Abandoné la capital bahiana con un dejo de nostalgia y agradecimiento a los que me acompañaron en esta “aventura” y a quienes fueron mis guías narrando paso a paso el itinerario de la fiesta. Al Pai de Santo Edival, del terreiro
de “Umbanda Joaquim de Angola” y al resto de los componentes de esa casa religiosa…
La Reina del Mar: “Iemanjá”, tuvo su homenaje, quien suscribe, una experiencia que acrecienta un poco más mis conocimientos de la rica cultura brasileña…
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Alberto Antonio Curia es Consultor Turístico y Agente de Viajes.
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