Un argentino en Brasil: Río de Janeiro

Nostalgias de un tiempo que pasó. Por Alberto Curia, especial para DiariodeCultura.com.ar.

En un recorrido por los lugares emblemáticos de Río de janeiro y en una charla con antiguos moradores que ya transitaron algo más de siete décadas de vida, uno puede apreciar cuánta nostalgia existe por ese tiempo que pasó y cómo recuerdan una “Cidade Maravilhosa”, haciendo gala de su magnificencia, en lo social, lo cotidiano, en el día a día de los ciudadanos cariocas.

Es muy lindo escuchar hablar de lo que era la “Praça París” (Plaza París), en los años 30, y los transportes recorriendo la avenida Rodrigues Alves en la zona portuaria, a inicios del siglo XX y, también, del “Jardím do Méier”, totalmente colmado de arboleda, por 1920.

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Estas, simplemente, son historias narradas por los protagonistas, quienes disfrutaron de los tranvías y otros medios de locomoción que se utilizaban en el trayecto del “Largo de Carioca”, una de las áreas más visitadas del centro de la ciudad, transitada por trabajadores y vendedores ambulantes, otrora recorrida por esclavos, una calle donde los antiguos vecinos disfrutaban de beber el batido de coco bien helado en el “Bar Simpatía”, cuyo sabor fue inmortalizado con cariño.

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Recordando los distintos barrios,  no se pueden dejar de lado los de la zona sur, siempre bien posicionados en la preferencia popular. Allí, Copacabana aparece como uno de los que tienen más historia, ya que recuerdan con afecto a los vendedores de cocada y otras delicias de aquella época, o el simple juego de dominó en las mesas improvisadas en las veredas de los bares de la zona y “Cinelandia” –en pleno corazón  del centro carioca-, cuando concentraban, en todo su esplendor, las grandes manifestaciones culturales, y eran también el palco de convulsionadas expresiones políticas .

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Puede decirse que en cada comentario de los vecinos con quienes conversamos, se aprecian esos instantes cargados de memorias de un tiempo, que para muchos, fue mejor. Un pasado ideal asociado a la época en que Río de Janeiro fue la capital de Brasil y, en posterior decadencia, luego de que fuese trasladada a Brasilia.

Algunos vecinos entrados en años, sienten añoranza de la elegancia en las galas de aquellos tiempos, y comentan que: “para quienes vivíamos en las inmediaciones, era todo un acontecimiento recorrer las calles del centro de la ciudad y de lo que era esperar el sábado a  la noche”, -dice don Valdemar Soares-, “vestirse para la ocasión y disfrutar del clima diferente al de la periferia o en las insipientes favelas”. Y continua: “valía el esfuerzo trabajar durante la semana y pasear admirando las mulatas que recorrían el lugar”.

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Cuando uno analiza o compara el pasado, siempre es idealizado o señalado como que “todo tiempo pasado fue mejor”. De todas maneras, puede apreciarse el futuro a través de las obras que se realizaron en la zona portuaria, que había quedado dormida, en ruinas y era un reducto de marginales, prostitutas y usuarios de drogas.

Hay imágenes que muestran uno de los pabellones construidos para la Exposición Universal de 1922, que marcó los 100 años de la Independencia brasileña. En ellas se ve el derrumbe del “Morro do Castelo”, que fue desmantelado para facilitar la circulación del aire y mejorar el clima y salud de los habitantes que vivían en las inmediaciones. En esas imágenes se observa el caserío que servía de morada para la población de negros y mestizos que habitaron el lugar.

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Existen opiniones encontradas entre algunos de estos personajes del Río antiguo, con los que conversamos –café de por medio- porque muchos dicen que el “Morro  do Castelo” tenía que ser demolido porque era una incitación a la creación de nuevas favelas, y otros opinan que debía de continuar porque allí existían viviendas primitivas e históricas de los primeros moradores de la ciudad y entienden que fue un verdadero crimen en la memoria de la ciudad.

El Río de Janeiro que era orgullo de propios y extraños como ciudad, con sus bellezas naturales, sus playas, sus bares y restaurantes que se entremezclaban con la bohemia del barrio de la Lapa o el de recorrido del calçadão (rambla peatonal costanera) de Copacabana a la luz de la luna para maravillarse con sus playas, fue absorbido por la delincuencia, los narcos en las favelas, los marginales que se volcaron a las playas en la temporada estival y una vez más afloró la nostalgia de ese Río de Janeiro que muchos desearíamos volver a disfrutar.

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