Un argentino en Brasil: Subasta de esclavos

Opresión en los siglos XVII y XVIII. Por Alberto Antonio Curia, desde Brasil, especial para diariodecultura.com.ar.

Antes de que los navíos piratas llegasen a América, las personas transportadas allí, cautivas, ya habían perdido su dignidad, su condición de ser humano libre, y la vida futura prometía un destino bien marcado: la esclavitud. La subasta de esclavos sería el paso siguiente que comenzaría a materializar la realidad de una vida de sufrimientos.

Siempre que un barco “negrero” estaba pronto a arribar con su nuevo cargamento, las subastas eran anunciadas a los futuros clientes ávidos de adquirir una nueva mano de obra.

Una vez que la embarcación atracaba, los prisioneros eran colocados en filas para ser clasificados y luego eran enviados a celdas donde les hacían tomar un baño y los preparaban para ser licitados.

En estas celdas, pre-remate, los recién llegados eran obligados a pasarse aceite en el cuerpo o alquitrán, para que tuviesen un aspecto más saludable a los ojos de los futuros compradores. De esta manera, intentaban cubrir la debilidad de muchos de ellos, post viaje.

Durante ese período, era una práctica muy común marcarlos a fuego para identificarlos (como al ganado). Esa insignia lo acompañaría hasta el fin de sus días. Una muestra más de la crueldad existente.

En las casas de remate, luego de la selección, los cautivos eran expuestos para que los hacendados millonarios eligiesen un individuo con las características adecuadas que poseía en la época un trabajador esclavo.

Existían dos tipos de venta, los que pagaban más por uno en particular (como en cualquier remate de estos tiempos), o en grupos y que tocase lo que tocase.

En primer término, los africanos eran exhibidos en plataformas elevadas para que los compradores evaluasen la “mercadería”, -como los llamaban-, más atrayente. En caso que el interesado desease, podía subir al tablado a inspeccionar, el mismo, al “negro” en exhibición.

Las mujeres se llevaban la peor parte pasando por un momento muy desagradable . No solo eran observadas sino hasta manoseadas.  Era muy común que fueran palpadas en sus senos y genitales. Los hombres solo eran forzados a abrir la boca para evaluar su dentadura además de sus partes íntimas.

Luego de la exposición, el comprador decidía que precio estaba dispuesto a pagar, si el esclavo era joven, su importe era mas alto, ahora si era niño o entrado en años, su precio disminuía.

El segundo tipo de adquisición era el que poseía una dinámica bien diferente. El cliente llegaba al mercado y pagaba un billete con derecho a determinada cantidad de esclavos. Iniciaba la subasta al sonar de los tambores.  La puerta de las “senzalas” –alojamiento de esclavos-, se abrían y los compradores ingresaban corriendo como si regalasen oro, casi como en una cacería y elegían al azar antes de que otro comprador les ganase de mano.

A pesar de estas descripciones aquí narradas, sería necesario escribir muchas páginas para conseguir puntualizar un poco más la manera en que acontecían estos hechos de crímenes inusitados. Así mismo, no sería posible para este corresponsal traducir en palabras el sufrimiento y la violencia de semejante acto de injusticia por la que pasaban las víctimas.

Escenas como estas se repitieron por siglos violentando la dignidad de innumerable cantidad de seres humanos. Las familias eran separadas, las mujeres violadas, los cuerpos quebrantados a fuerza de brutalidades y lo peor, estas subastas marcarían el inicio de sus días en una tierra con costumbres desconocidas y con un tratamiento inhumano.

Sufrimiento que hoy, solo podemos imaginar a través de fotos y escritos de la época.

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Alberto Antonio Curia es Consultor Turístico y Agente de Viajes.

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