Un argentino en París: Juana (Jeanne) la loca, madre de Charles Quint

Por Jorge Forbes, desde Francia, especial para DiariodeCultura.com.ar.

Declarada inepta para gobernar en 1509, por causa de demencia, la madre del Duque de Bourgogne, futuro Charles Quint, estuvo retenida en la Fortaleza de Tordesillas, en España, por 46 años.

En medio de las llanuras españolas de Castilla y León, las torres de la fortaleza de Tordesillas son tan altas, tan macizas, y tan tenebrosas, tal como se las ve desde lejos. Un día de de octubre de 1517, el joven Charles, duque de Bourgogne, rey de Aragón y de Castilla, adivinó las formas de su entrada en la ciudad de Aguilar.

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Allí, en esa urbe situada en algún lugar entre el cielo y la tierra, vivían seres muy diferentes a los normales. Fue el caso de su madre, la reina de Castilla, a quien visitó luego de pasados 10 años de su encierro.

Reina sin gobernar, desde que su propio padre la encerró en esa fortaleza-prisión, en 1509, por causa de su demencia. Charles, llegó unos días antes con su corte a una aldea de las Asturias, y cabalgaba al lado de su hermana mayor, Eleonora, que venía a casarse con Emmanuel Iero, rey de Portugal.

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Es su primer viaje a España, un reino del cual no conocía nada, ni el idioma, se vio obligado a tomar posesión, para afirmar su legitimidad y establecer su autoridad sobre un territorio que desconfiaba de lo extraño de su idioma. Llenó sus pulmones del aire de la planicie como para captar el espíritu y el pensamiento.

Tenía apenas 17 años pero los últimos acontecimientos hicieron de él un poderoso monarca, liberado de la tutela de su tía, regenta, fue duque de Bourgogne, y gobernó los Países Bajos. Unos meses antes a la muerte de su abuelo, Fernando, fue proclamado rey de Aragón y de Castilla y, por lo tanto, rey de los españoles, conjuntamente a su madre, declarada inepta a causa de su demencia.

A partir del momento que tomó posesión de los reinos de Aragón y Castilla, concursaría por la corona imperial convirtiéndose en el hombre mas poderoso de Occidente. El inédito proyecto de unificación de Europa, bajo la autoridad de los Habsburgo, podía llevarse a su fin.

REINVINDICARIA ACASO SU CORONA?

En momentos en que las sombras de la fortaleza se hacían visibles la angustia se apoderaba de él, visitaba a la reina de Castilla en lugar de a su madre. «No se inquiete, majestad, murmuraba el señor de Chièvres, el hombre que lo había educado, y que adivinaba sus mínimos pensamientos. Charles miró el familiar rostro de su consejero.

«Que es lo que usted sabe?. Quien sabe si la reina volvió a ser una mujer lúcida y sana de espíritu». «Créame, le dice Chièvres, la locura de la reina no es una leyenda». Charles rememoraba la historia de esa madre cuya locura se mezclaba con el alejamiento; la locura de la ausencia. Su madre se volvió loca por las infidelidades de su padre. A la muerte de éste, no quiso separarse del ataúd.

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Escoltó sus restos mortales hasta la capilla real de Granada, negando de manera sistemática a que las mujeres se acerquen, eligiendo la ruta a seguir para que se desvíe de los conventos femeninos. En vez de apaciguar sus celos, su muerte había amplificado su locura. Al momento de volver a verla, Charles dudó.

Al entrar en la gran sala abovedada, precedido de un consejero, intentó percibir la silueta. Una sombra blanca estaba cerca de la ventana cuyo reborde soportaba un indispensable candelabro que daba luz a la oscura habitación, incluso en pleno día.

A pesar de la altura del plafón y las amplias dimensiones, nada es lujoso allí. Los muebles, de madera muy oscura, amplifican la impresión de soledad y encierro. En ese lugar, la humedad atraviesa las vestimentas y, también, los pensamientos. «Piensas que nos reconocerá?», preguntaba Eleonora, inquieta.

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Empujado por la curiosidad, Charles, avanzaba en la gran sala mientras que su consejero estaba reunido y conversaba con la reina. «Mis hijos, estáis allí», preguntó Juana al enderezarse, buscando con sus ojos a través de la penumbra.

La presencia de su madre era indispensable para el futuro emperador, ya que ella, preservaría el equilibrio de su nuevo poder. A los 37 años parecía mucho más joven que su edad, como si el tiempo se hubiera detenido el día en el que el hombre que amaba había muerto. «Madame, somos vuestros hijos. Queremos saber si está bien de salud», dijo Charles, acercándose.

De repente, una niña, con una presencia vivaz y rápida, llegó por detrás de la reina. Era Catherine, la hermana menor de los visitantes, que ellos no habían conocido; había nacido, en España, 4 meses después de la muerte del padre, y vivía el encierro con su madre. A pesar de ese cautiverio, sus ojos eran risueños y estaba en buena forma.

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  • Catherine

«Pero te reconozco», sopló, Juana, casi dando vuelta la cabeza, sin expresar la más mínima emoción. Atrajo a sus brazos a su hija menor. «No me opondré a ti, mi hijo; en mi nombre reinarás», continuó con una voz lejana. Eleonora, se acercó a Charles. «No podemos mejorar su vida y su confort, hermano?. Y sacarla de aquí?». Charles no contestó.

El mantenimiento de su madre en ese lugar preservaba el sutil e indispensable equilibrio de su nuevo poder. En un solo instante comprendió lo que le repetía el señor Chièvres desde el comienzo del viaje: la presencia en Castilla de esta reina incapaz era, también, una manera de asegurar una forma de continuidad política ya que él debería viajar sin cesar para gobernar esos territorios, y la candidatura a la elección imperial iba a llevarlo a Alemania durante varios meses.

Por lo tanto, tuvo que seguir reinando con esa reina cautiva. En cuanto a la pequeña, de 10 años, no se la pudieron quitar. Una separación abrupta podría llegar a matarla. Charles, abandonó rápidamente la habitación, sin contestarle a Eleonora.

MIENTRAS ESTE VIVA, NO PUEDE ABDICAR

Treinta y ocho años mas tarde, el 11 de abril de 1555, las nubes se amontonaban sobre el que se convertiría en Charles Quint, emperador: la unidad cristiana del Imperio se quebró por la emergencia de la fe protestante, y las potencias otomanas hostigaban a las fronteras de sus posesiones, en el Mediterráneo.

File:Musée Ingres-Bourdelle - Couronnement de l'empereur Charles Quint à Bologne - Gaspard Crayer - Joconde06070000083.jpg - Wikimedia Commons

Una sola cosa le impedía abdicar en favor de su hijo, como era su deseo. Era extraña la sensación de reinar en nombre de su madre, esa sombra casi desconocida que todavía vivía en la fortaleza de Tordesillas y que, sola, sin su hija, partió para casarse con Juan III, el nuevo rey de Portugal.

Mas allá de las obligaciones e imperativos relacionados con sus numerosas cargas, era la permanencia de su lazo filial al que Charles estaba más atado. Pero en el momento en que estaba metido en sus pensamientos, en su mesa de trabajo, en una pequeña casa en Bruselas, su doméstico entró, sin golpear. «Que pasa?, preguntó el emperador.

«Ha muerto la reina de Castilla, su majestad».

Nada más retuvo, entonces, a Charles Quint a abdicar y en ser el primer emperador de Occidente en dejar el poder, voluntariamente.

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*Jorge Forbes es un periodista argentino que reside en Francia y que desde 1982 fue corresponsal en París para diferentes medios, tanto de la Argentina (Radio Continental), como de Estados Unidos (Voice of América), México (Radio Noticias) y Uruguay (Radio Sarandí).

Actualmente colabora con Diario de Cultura y con Arte y Colección y propone visitas a la capital francesa (privadas o en grupo, no más de 4 personas) por lugares donde vivieron argentinos famosos y conocidos, así como sitios poco conocidos para los turistas, incluso aguerridos en la materia. Se recomienda hacer el pedido por email a [email protected] o al teléfono celular en Francia: 00 336 0683 7915.

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