El juego es una posibilidad con la que cuentan tanto niños como adultos; es decir, no está comandada por la edad cronológica, pero necesita de tiempo real para su despliegue. Una vez instaurada en el ser humano la capacidad para jugar, pasa a ser una potencialidad dada por la estructuración psíquica en sí misma.
En la sociedad actual a causa del apresurado estilo de vida y de las múltiples exigencias son muchas las personas que no pueden experimentar los efectos saludables del juego y así lograr un equilibrio emocional armónico que posibilite la adquisición de ciertas funciones básicas de la maduración psíquica: la asimilación, la comprensión y la adaptación a la realidad externa.
El juego es una actividad social que permite superar miedos, hacer nuevas conquistas, adquirir nuevas competencias, mejorar los vínculos con los otros y estimular la creatividad. Por ende, contribuye a alimentar la confianza y la seguridad en nosotros mismos. Además, permite compartir, resolver conflictos y desarrollar habilidades sociales.
Podría decirse, retomando a Melanie Klein, y haciendo extensiva esta idea a los adultos, que todo niño (adulto) que juega, es un niño (adulto) saludable. Al incrementarse el juego, se incrementa la simbolización y el aprendizaje; Si vemos que el juego no se encuentra inhibido, tampoco lo estarán los procesos sublimatorios: es decir, todos aquellos procesos que hacen tanto a la elaboración psíquica como al aprendizaje y la creatividad.
Considerando lo planteado por Freud en el texto “El creador literario y el fantaseo” (1908-1907) que todo niño (adulto) que juega se comporta como un poeta (creador), el juego es homologable al acto creativo y en él se emplean grandes montos de afecto.
¿Cómo compatibilizar los juegos que “clásicamente se jugaban”, sin quedarnos presos de una mirada idílica puesta en el pasado, y de un presente en el que el juego ha sido cooptado y captado por la tecnología como única modalidad del mismo, casi exclusivamente?
Es innegable la invasión de los recursos tecnológicos a la hora de jugar. Pero cabe la pregunta de cómo podría haber sido viable la sociabilización, el disfrute y el uso del ocio productivo en tiempos de largo confinamiento dado por la cuarentena. La no disposición de dichos recursos seguramente hubiera incrementado la angustia, la frustración y la tristeza de muchos; más aún de quienes requieren de la inserción en grupos de pertenencia y de la vivencia subjetiva de la amistad debido a su edad evolutiva (niños y adolescentes).
Una niña que comienza a identificarse como una pequeña mujer, en cuanto a su identidad de género (en este caso, femenina) puede presentar diferentes manifestaciones lúdicas desde el despliegue de su juego con muñecas, el disfrazarse, el maquillarse; así la creación de sus videos “haciendo de youtuber” imitando a su youtuber favorita; así como jugar a la play con sus seres queridos y amigos. Vemos como aparecen sus juegos de roles: se comporta como una “pequeña mujer”, como una “pequeña mamá”, como una “pequeña youtuber”. Juega a ser grande y el juego no sólo contribuye a la elaboración de sus conflictos; sino que la prepara para su vida adulta y a su vez, puede “poner afuera” aquellas fantasías que habitan su mundo interno.
Por sólo dar algunos ejemplos que incorporan un uso adecuado, creativo y no adictivo de los medios tecnológicos.
Seguramente, fomentar el juego en las familias aprovechando los momentos de ocio, estando inmersos en un estilo de vida vertiginoso contribuirá a reducir ciertos estados de ansiedad y depresión.
Se trata de no intentar fallidamente evitar lo imposible… la tecnología instalada en nuestras vidas y la particular forma de jugar que propone; sino de integrarla como una nueva forma de jugar; no exclusiva, sino, como lo que es: una nueva forma de jugar que puede abrir nuevos horizontes lúdicos, creativos y sociales.
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Lic. Gabriela Cinquerrui
Especialista en “Psicología Clínica” y “Perspectiva de Género”.
Cel:11-6270-5742