Remarcábamos en la primera parte de esta crónica viajera, cuántos maravillosos rincones para descubrir nos brinda la infinita riqueza de nuestra Argentina.
Y como también señalábamos, Argentina siempre es una gran opción, por eso hoy les propongo seguir recorriendo uno de los destinos más elegidos y recomendados: Puerto Madryn. Parte II (Para leer la primera parte https://bit.ly/2W5ifev)
Gracias a todos los que me escribieron a mi Instagram con palabras tan cariñosas y también a quienes me acercaron sus inquietudes. Les respondo a todos, así que los espero si aún no lo han hecho.
En este episodio nos vamos a alejar un poco más de nuestra base atraídos por la historia de sus colonos pioneros asentados en el valle inferior del río Chubut, la tentación de saborear un prometedor té galés, disfrutar de un oasis verde escondido en medio de la estepa patagónica y sorprendernos al conocer a otro coloso del reino animal que supo habitar estas tierras hace más de 65 millones de años.
A desayunar fuerte que la jornada es larga. ¡Vamos!
Rumbo al sur y alejándonos de la costa, por la Ruta Nacional N°3 se llega a Trelew, a 67 Km de Puerto Madryn. Nuestro objetivo era visitar el “Museo Paleontológico Egidio Feruglio”, que exhibe réplicas de las piezas fósiles halladas en la zona, entre ellas las del titanosaurio gigante de 8 metros de altura, 40 de largo y unas 74 toneladas de peso estimado, y que resultó ser la criatura más grande conocida que haya caminado sobre la Tierra.
Es uno de los museos más importantes de Sudamérica por lo que no queríamos perder la visita, pero sabíamos que debíamos volver por la tarde ya que abre sus puertas de 12 a 18. (Se debe reservar la entrada en su página web).
Decidimos seguir camino en busca de ese oasis de vegetación y tranquilidad en medio de la meseta chubutense que les mencioné al comienzo: el Dique Florentino Ameghino.
Tras 130 kilómetros por la Ruta Nacional Nº25, y 13 por la ruta provincial 31, desembocamos sobre una imponente represa hidroeléctrica de 225 metros de largo, que embalsa el cauce del río Chubut y forma un bellísimo lago turquesa rodeado de rocas de un intenso color rojo. Una conjunción paisajística perfecta.
Hacia el lado opuesto del murallón se encuentra la pequeña y encantadora villa bordeada por montañas que la protegen de los vientos y cañadones por donde discurren las aguas del río. En verano invita a realizar actividades como rafting, trekking, rappel, tirolesa, escaladas. Hay campings y playa de río.
Nos sorprendió el mediodía. Buscamos donde almorzar, y allí encontramos casi frente a la capilla del pueblo el Comedor La Riviera. Con gran sencillez y mucha calidez en la atención, saboreamos cordero al disco, y sumamos una estrella más a este rincón tan bello.
De regreso en el camino, nos quedaba más de una hora por delante para llegar a Gaiman, tierra de galeses que conserva casas y capillas típicas, donde se enseña la lengua de sus ancestros y mantienen la tradición del exquisito té que los caracteriza.
Sabíamos que estaba cerrada la hostería en la que había saboreado su merienda la princesa Diana de Gales así que optamos por ir a Casa de Té Ty Gwyn, mejor elección no podríamos haber hecho.
El ambiente es sumamente cuidado desde la fachada. La atención amena y generosa, y la cocina, están a cargo de un grupo de mujeres que van y vienen sirviendo, explicando y rellenando teteras delicadamente vestidas con tejidos coloridos como marca la costumbre.
Todo se traduce en una encantadora ceremonia.
Sumado a la infusión en su punto justo y a una fina vajilla Blue Mary Garden, la mesa queda repleta de delicias: scons, panes caseros y dulces de estación. Pero a eso, que ya es bastante, se agregan sándwiches de miga de queso y tartas variadas: de frutos rojos, de crema, de manzana, rellena con membrillo, y por supuesto, la infaltable torta galesa. Mención de honor al dulce de citrón, un fruto parecido a la sandía, pero con pulpa blanca, que no se come salvo en conserva.
El servicio de té sale $1500 por persona (agosto 2021), no es obligatorio que todos los comensales lo pidan y es tan abundante que es imposible que alguien pueda consumir todo lo que sirven. Advertencia para golosos: van a querer volver….
Con el corazón contento por lo vivido, y luego de una caminata por la ciudad, retomamos la senda para llegar a tiempo a Trelew y visitar el museo de ciencias.
Con el atardecer a nuestras espaldas, llegamos al hotel ya casi sobre la hora de cenar. Estábamos cansados y sabíamos que al día siguiente nos esperaba la frutilla del postre. A recuperar energía que en el próximo capítulo nos embarcamos para acercarnos al gran atractivo de Madryn y el imán de nuestras vacaciones: la ballena franca austral. Esa vivencia, sin dudarlo, merece un relato aparte. Los espero en unos días para la tercera y última narración de esta gran experiencia.
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Verónica Vasallo es Locutora, Periodista y Licenciada en Turismo.
Instagram: @Verovasallo