Esa pregunta a lo J Lo (Jennifer López): ‘Y el anillo para cuándo?’ te puede descolocar. Pero yo, francamente, me siento muy bien», dice Ivana Woscoboinik, de 30 años, actriz, artista plástica y emprendedora: junto con sus hermanas creó Signa Bebé, el primer centro especializado en experiencias emocionales 4D para embarazadas.
En menos de una semana, millones de parejas mostrarán al mundo cuánto se aman. Será en San Valentín, la gran fiesta del amor «romántico», en el sentido más tradicional de concepto, el de las películas pochocleras, el de las novelas rosas: de a dos, monógamo, edulcorado, «para toda la vida». Pero también será la contracara de lo que Ivana y muchos de los millennials (y ni hablar de los centennials) entienden por amor de pareja. Hoy son muchas y poderosas las voces que se alzan en contra del concepto del amor romántico y ven con indisimulada satisfacción como esa construcción social se resquebraja y muestra sus hilos. Que separan el sentimiento del deseo, que se preguntan por nuevas formas de relacionarse de manera sexoafectiva, más honestas con ellos y con los otros. La periodista y escritora Tamara Tenenbaum es una de ellas. Su libro El fin del amor: querer y coger en el siglo XXI (Editorial Ariel), es un ensayo con mucho recorrido autorreferencial, que ha calado profundo entre la nueva generación de jóvenes empoderadas.
También el filósofo Darío Sztajnszrajber, junto con la periodista Luciana Peker, debaten este concepto. En el Kónex, y también en varias salas del país, hacen una reflexión conjunta donde se repiensa la manera de amar. «La idea de Deconstruir el amor, la paja + el «te amo» + el garche surgió a partir de un evento en Santa Fe al que fuimos invitados para hacer una reflexión sobre la palabra -explica Sztajnszrajber-. Ahí se generó un debate a partir de la fórmula «te amo». Hubo un contrapunto con Luciana y vimos la posibilidad de un diálogo y ampliarlo a la paja y el garche, que es eso que alguien denominó alguna vez ‘temas menores’ que de menores no tienen nada.»
Desde la mirada decontructivista, lo primero que se busca es despolitizar al amor. «Parte del trabajo de deconstrucción que hay que hacer del amor romántico implica visibilizar que la disociación entre amor y economía y amor y política es una ficción ideológica. Una ficción que oculta las relaciones de poder», escribe Tenenbaum en El fin del amor, mientras que Sztajnszrajber sostiene: «Deconstruir no es destruirlo, sino emanciparlo de los formatos tradicionales o de como el sentido común nos exige pensar y vivir el amor. Es en estos lugares supuestamente apolíticos donde más se juegan las relaciones de poder -planeta el filósofo-. Al deconstruir estás visualizando por qué este formato del amor es afín a otros formatos con los cuales se termina imponiendo un determinado ordenamiento social. Se lo aísla como si el amor no tuviera nada que ver con la política, el poder o la sujeción. Queremos deconstruir el amor porque queremos volver a enamorarnos».
Por su parte, el psicoanalista especialista en pareja Sebastián Girona pone énfasis en que la deconstrucción sea la de «desarmar una lógica asimétrica» que reinó muchos años en la pareja: una mujer enamorada de un hombre cuyo amor no siempre es recíproco. «El objetivo de la deconstrucción debe ser el emparejamiento entre hombres y mujeres, construir una pareja más pareja que borre las asimetrías de poder».
Soltero sin estar solo
Este ejercicio de desenmascarar al amor romántico ya se percibe en las nuevas generaciones, que buscan vincularse de otra manera. «Tuve varias parejas, tuve noviazgos convencionales, y desde hace un par de años me vinculo de otra manera. No sé si llamarlo soltería porque no me gusta igualar a la soltería con estar solo. Me parece que ahí hay algo que no se relaciona. La soltería pensada en contraposición a la pareja heteronormada, la pareja que todos conocemos, deja afuera un montón de formas de vincularse. Además, uno puede estar en pareja y sentirse muy solo», reflexiona la estudiante de psicología Sabrina Rossi, de 29 años.
Nacida en Trelew pero asentada en La Plata, para Sabrina el paradigma del amor romántico está derrumbándose a pedazos. «No hay que olvidar que el amor romántico nos propone determinados roles asociados al género, creo que ahí es necesario un cambio. Me parece que la idea de una pareja como la única o la forma más importante de vinculación se está cayendo -sostiene-. Seguir el mandato de una pareja estable, con las pautas que la cultura indica, obtura el deseo y la libertad de las personas. Por eso elijo correrme de esa forma tradicional de pareja y dejar emerger un vínculo que tenga sus propias pautas. Lo mejor es crear vinculaciones singulares, encontrar la forma más singular de poder relacionarnos con otra persona sexoafectivamente o de la manera que sea».
La idea de «sinceramiento» en torno a las relaciones que se establecen es lo que sobrevuela entre los que cuestionan el concepto de amor tradicional. «Intento seguir las vías del deseo, de lo que quiero y lo que no -plantea Sabrina-. Lo que a mí me molestan son las formalidades, las responsabilidades sociales, eso de tener que ir al cumpleaños del tío de tu pareja. Si no tenés ganas, no lo hagas. Terminan siendo obligaciones en función de terceros y no de la pareja.»
Precisamente, para el psiquiatra y sexólogo Walter Ghedin, lo que prevalece en los jóvenes es la idea de que el compromiso amoroso limita las libertades. «Esto suele ser más fuerte que el sentimiento. Entre las representaciones del amor actual, podemos citar: la pérdida de la autonomía, dejar de lado proyectos propios; cumplir con responsabilidades de la vida cotidiana, la discusión interna entre el deseo y la presión social de tener hijos, sostener la pareja a lo largo del tiempo, la fidelidad… Estas mismas pautas están presentes desde hace mucho tiempo, la diferencia es que antes eran etapas preestablecidas, como un camino ya pautado de antemano, y hoy se evalúan, se piensan, se cuestionan y se discuten».
Pero más allá de las variadas reflexiones en torno al amor, para Sztajnszrajber, no está tan claro que el amor romántico esté en retroceso. «Todavía hay una idea de amor romántico muy instalada. No me parece que la deconstrucción esté ganando la batalla. Sí creo que ofrece una nueva perspectiva, pero en paralelo hay una reacción conservadora muy fuerte que busca seguir reproduciendo estos valores tradicionales en sus formatos clásicos -sostiene-. Hay muchas personas que se animan a salirse y muchas otras que se sienten contenidas por estas ideas. Tampoco veo que haya una reivindicación de la soltería. En mi libro Filosofía a martillazos hablo del post amor: hay un tipo de amor tradicional en crisis y eso ha generado la explosión de formatos muy distintos entre sí. Pero el amor tradicional sigue siendo muy fuerte. No son estructuras que se quiebran por el deseo o la voluntad de las personas. Me parece que lo más importante del post amor es que estar solo ya no es visto como una carencia. En todo caso, en el mundo del post amor, entre la multiplicidad de opciones que aparecen estar solo es una más».
Girona, autor de De cada cual por su lado, en cambio, sí observa que la soltería hoy está en plena etapa de reivindicación. «Es una búsqueda y una elección de vida tan válida como estar en pareja. Pero también puede pasar que alguien, en esa dificultad de encontrar pareja, reivindique esa soledad no del todo deseada. Hay muchos matices. Por ejemplo, la sologamia para mí no es una reivindicación del estar solo, sino una variante más del narcisismo, del egoísmo. Hay muchos estímulos individuales, desde ese punto de vista una pareja te desafía a correrte del centro».
Para Ghedin, en tanto, alguien que toma la decisión de la estar solo y de autosatisfacerse necesita de un contexto que apoye y promueva este modelo. «El medio ofrece una serie de alternativas que convierten a la falta de pareja en una opción posible: los grupos de amistades, el hogar, los dispositivos que nos mantienen conectados con el afuera, las series de TV, los diferentes deliveries (incluidos los sexuales). Hay una industria alrededor de la soledad que la hace menos penosa para quienes la sufren y una alternativa buscada para quien la considera (y defiende) como una forma de vida».
Sin embargo, el sexólogo diferencia entre quienes rehúyen al compromiso vincular y las personas narcisistas: «Mientras unos exaltan la idea que tienen de sí mismos (se creen bellos, con poder, estatus, creen que brindan amor cuando en realidad son profundamente egoístas) y carecen de empatía, otros reconocen sus limitaciones para estar con alguien pero se autoafirman en su identidad y en valerse por sí mismas. Para las personas sologámicas, vencer el prejuicio de estar solas y ser congruentes con lo que desean, resulta una fuerte recompensa para la autoestima».
Ivana Woscoboinik acaba de terminar su última relación. Aunque es consciente que estar soltera «te puede enfrentar con situaciones que te ponen cara a cara con esa presión social por no estar en pareja», ella transita este momento con sus propios deseos. «Estar soltera me permite conocer con más profundidad cuáles son mis deseos. El ‘para siempre’ en una relación habrá que entenderlo como una forma más de proyectar el amor -reflexiona-. A veces hay modelos que se reproducen con conciencia y convicción y otras veces desde la frustración que genera esta presión social. Hay un montón de cosas del modelo anterior, de casarse y tener hijos, con las que no estoy de acuerdo. Pero mi deseo sí es formar una familia con un hombre que entienda el amor como yo. Pienso que es mucho más difícil deconstruirse para un varón que para una mujer. A los hombres les cuesta mucho más la idea de vivir la pareja con todas estas libertades».
Para Camilo López, publicista de 30 años, dueño de su propia agencia, esa deconstrucción de la que habla Ivana no es un problema. «No quiero estar con alguien que se amolde a mi proyecto sino que viva lo mismo. Sino se vuelve muy desparejo, hay uno esperando al otro. Veo parejas que son felices a su modo. En su nivel de deconstrucción son felices. Por mi nivel de deconstrucción, yo no sería feliz así -asegura-. Para mí estar soltero es no tener que estar dando explicaciones todo el tiempo. Poder disfrutar plenamente de mi libertad. Además no tengo que estar viviendo cosas que no quiero vivir, Y sobre todo puedo dedicarle mucho más a mi proyecto personal. En mi caso, tengo una empresa y poder dedicarme ciento por ciento a eso, que tuve que hacerla de cero, fue un esfuerzo que pude hacer porque pude dedicarme 12 horas por día. Sino no lo podría haber hecho. Pero más allá de lo laboral, en lo emocional me permite ser muy genuino con lo que me está pasando. Estoy muy amigado con ser soltero, si me toca ser soltero toda la vida, no me parece un mal plan».
La era del post amor está en marcha. El amor romántico, tal como lo conocemos, está cuestionado. Pero no herido de muerte. El San Valentín que se aproxima nos recuerda que todavía goza de buena salud.ß
Producción de Damián Frydman
Fuente: Laura Reina, La Nación