Ausencias y distancias: la vida cuando emigran los seres queridos

Luego de que un familiar cercano se radica en el exterior, se redefinen los vínculos afectivos y se construyen otras maneras de estar comunicados

Una mezcla de emociones y sensaciones los invade tras despedir a sus familiares en el aeropuerto. El lado B de quienes deciden emigrar, aquellos que dejan el país para buscar nuevos horizontes –ya sea por cuestiones laborales o para ir detrás de nuevas experiencias–, está comprendido por todos aquellos afectos que se quedan e inician el propio viaje interior que supone una vida lejos de sus seres queridos.

Puede ser que despidan a su hija que emprende el éxodo con su esposo e hijos, o a un sobrino, nieto o prima que decide armar la valija y probar suerte a miles de kilómetros. Son días de emociones encontradas; la tristeza por la partida es inevitable, más aún si es posible que no vean a sus familiares durante un largo tiempo. Pero a la vez surgen sentimientos de esperanza, alegría y expectativa por todo lo nuevo que vendrá para ellos y que pronto compartirán. La distancia también determinará una nueva forma de relacionarse, a la vez que redefinirá el vínculo con el ser querido. Todo mediado por la tecnología, que hoy hace posible no solo hablar con un familiar que se encuentra al otro lado del mundo sino también verlo e interactuar “casi” como si estuviésemos frente a frente.

El hecho de que uno o varios miembros de una familia emigren puede implicar una transición difícil para todo el entorno familiar, ya que tienen que redefinir sus relaciones mutuas en un nuevo contexto

Según la psicóloga Carolina Collia (M.N. 69656), el hecho de que uno o varios miembros de una familia emigren puede implicar una transición difícil para todo el entorno familiar, ya que tienen que redefinir sus relaciones mutuas en un nuevo contexto. “Con esta partida se redefinen los lazos familiares y la comunicación y el apoyo emocional pueden convertirse en un reto si los miembros de la familia se encuentran en países distintos”, explica la profesional.

A su vez, admite que toda esta situación puede evocar una serie de emociones que debemos aceptar porque son mensajeras de lo que nos pasa. “Esto nos permite atravesar el momento de una mejor manera a nivel psicológico. Puede haber tristeza y ansiedad por la separación y la distancia que se creará con el ser querido al que ya no se podrá acceder fácilmente”, asegura. Por otro lado, es posible que aparezca un sentimiento de vacío y angustia por la separación física y cotidiana y preocupación por la seguridad y el bienestar de la persona. “Pero al mismo tiempo aparecen sentimientos como alegría y orgullo por ese familiar que da el paso de vivir en el extranjero”, advierte Collia. Sin embargo, diferencia aquellas ocasiones en que la emigración se produce por problemas en el país de origen: en estos casos, el proceso puede tornarse más difícil, ya que no se produce por un deseo, sino por una necesidad.

“La espero por nueve meses”. La hija de Beatriz Lanzavecchia se instaló en Ámsterdam en 2019; desde ese momento ella la recibe cada diciembre, cuando Victoria viaja a la Argentina, se queda hasta marzo y luego vuelve a partir hacia su nuevo hogar
“La espero por nueve meses”. La hija de Beatriz Lanzavecchia se instaló en Ámsterdam en 2019; desde ese momento ella la recibe cada diciembre, cuando Victoria viaja a la Argentina, se queda hasta marzo y luego vuelve a partir hacia su nuevo hogarSantiago Cichero/AFV

Tan lejos, tan cerca

“Mi hija Victoria que tiene 29 años viajó a Francia en agosto de 2019, con la idea de recorrer Europa por un año para conocer. Pero en diciembre de ese mismo año le surgió una propuesta de trabajo en Ámsterdam y desde entonces vive allá”, cuenta Beatriz Lanzavecchia, quien tiene 65 años y reside en el barrio porteño de Almagro.

“Parece una frase de heladera, pero siento que su felicidad es mi alegría”, asegura. “Nos comunicamos por WhatsApp todos los días. La sigo por Google Maps y ella me dice: ‘¡mírame en el mapa mamá!’ y la encuentro en aeropuertos o rutas. Nos comunicamos con fotos, mensajes o video llamadas”, dice Beatriz que recibe a su hija cada diciembre cuando la joven vuelve a la Argentina y se queda hasta marzo. “La espero por nueve meses, ¿qué significativo no?”, reflexiona. Para Beatriz, la distancia es relativa porque considera que hoy se puede estar a 12.000 km o a unas pocas cuadras y es lo mismo gracias a la tecnología.

“Se extraña demasiado”. A Marcelo Simoni le cuesta aceptar la distancia que lo aleja de sus seres queridos; desde que su hija, un primo y un sobrino dejaron el país, se vincula con ellos a través de videollamadas. “A veces hago un esfuerzo para no pensar”, confiesa
“Se extraña demasiado”. A Marcelo Simoni le cuesta aceptar la distancia que lo aleja de sus seres queridos; desde que su hija, un primo y un sobrino dejaron el país, se vincula con ellos a través de videollamadas. “A veces hago un esfuerzo para no pensar”, confiesa

Sin embargo, no todos transitan la lejanía con sus seres queridos de la misma forma. Para muchas personas, si bien la tecnología ayuda mucho no alcanza. Es tarde noche y en el partido de Tres de Febrero, en la provincia de Buenos Aires, Nidia espera la videollamada que todos los días hace con su hija que se fue a vivir a Miami en marzo de 2021. Reconoce que, aunque se ven durante el año porque ambas tienen la posibilidad de viajar, la distancia se hace difícil. “Es doloroso porque uno puede hablar todos los días por videollamada pero no es lo mismo.

El contacto, la piel, el beso y el abrazo faltan”, explica. La decisión de irse a vivir afuera llegó luego de que en 2020, a causa de la pandemia, su pareja tuviera que cerrar su negocio de venta de ropa. “Como el papá de mi hija tenía un departamento en Miami y por la pandemia ese departamento dejó de estar alquilado, decidieron mudarse.

Ella es contadora y trabaja desde allá para el estudio familiar, además de tener sus propios clientes locales, ya que revalidó su título en los Estados Unidos. Su esposo trabajó de camarero, y con sus ahorros se compró un auto y ahora lo alquila”, cuenta Nidia. “Realmente la veo contenta, allá es feliz con su marido, con sus amigas que también emigraron, su gato y su perro que se los llevó, y eso es lo más importante”, añade. Sin embargo, considera doloroso asumir que su hija al igual que muchos otros jóvenes consideren que su futuro, a pesar de tener una profesión y de haber sido una excelente estudiante, tenga que construirse fuera del país. Por su parte, su consuegra Liliana también apoya la decisión. “Se fueron para buscar una mejor calidad de vida, y estoy contenta porque él está bien, está feliz y eso me genera un respeto por la decisión que tomaron. Nos comunicamos por videollamadas o mensajes de WhatsApp. Considero que hay que dejar que los hijos busquen su destino y su felicidad donde sea”, concluye.

Bendita tecnología

También para Marcelo Simoni, de 63 años, quien vive en Villa Pueyrredón, en CABA, la vida alejado de sus afectos pesa. En su caso, su hija mayor, su primo y su sobrino dejaron el país. “Cada uno tuvo motivos diferentes, pero todos asociados a la falta de trabajo en la Argentina o a las pagas exiguas, la falta de proyección a futuro o la inseguridad, la inestabilidad y la falta de oportunidades”, dice Marcelo. Sus familiares llevan ya varios años en el exterior: su hija unos doce en Berlín, su primo cinco en Miami y su sobrino cuatro en España.

“Me alegra saber que encontraron un lugar donde tienen lo que acá no tenían, donde pueden desarrollarse y crecer, pero la distancia duele y también el hecho de que siempre serán extranjeros”, aclara. Con respecto a la forma en que se vinculan, lo hacen a través de mensajes o videollamadas, pero admite: “no seguimos una rutina para comunicarnos, todos tenemos nuestras obligaciones, horarios diferentes, compromisos; en definitiva, tenemos una vida y la atendemos”, explica. En cuanto a los reencuentros, reconoce que no puede viajar a visitarlos por los costos. Sin embargo, su hija volvió al país para las últimas fiestas y su primo vuelve con frecuencia. Su sobrino no regresó desde que se fue hace cuatro años. “Vivo esta distancia con mucha angustia, tristeza, impotencia y dolor, porque se extraña demasiado. A veces hago un esfuerzo para no pensar”, asegura.

Macarena Gorostidi tiene 31, vive en CABA y su familia más cercana reside desde hace 36 años en Suecia
Macarena Gorostidi tiene 31, vive en CABA y su familia más cercana reside desde hace 36 años en Suecia

Macarena Gorostidi tiene 31, vive en CABA y su familia más cercana reside desde hace 36 años en Suecia. “Mis tíos y mis primos son chilenos y emigraron por motivos de trabajo, porque eran tiempos de dictadura militar y pasaban momentos difíciles”, asegura. Si bien ellos están lejos desde que ella nació, siente no poder compartir los momentos importantes de sus vidas. “De todas maneras, nos comunicamos diariamente por WhatsApp, con mensajes y videollamadas. Y también nos reencontramos porque ellos vienen a la Argentina cada vez que pueden. Con sus trabajos en Suecia les es más sencillo ahorrar y viajar. Este verano pasado vino mi tía de visita y pudimos compartir tiempo juntas, entre otras salidas, fuimos a pasear al Puerto de Frutos de Tigre que tanto le gusta”, cuenta. Macarena asegura que le es difícil y triste tener a su familia tan lejos, pero reconoce que la tecnología les ayuda a sentirse un poquito más cerca.

Justamente, la revolución en las comunicaciones a partir de los avances tecnológicos supuso un gran cambio en la redefinición de los vínculos a distancia. Ahora es posible, compartir, aunque sea por un rato, algo de la vida del otro aunque esté a miles de kilómetros a través de una videollamada con el celular o la computadora. De esta manera, se incorporan nuevos rituales y se fortalecen los lazos afectivos. “Hoy estar lejos no es sinónimo de ruptura de un vínculo, aunque se replantee y tome otra forma”, aclara Collia. Y recuerda que con los avances tecnológicos, la comunicación nunca ha sido tan fácil. “Los familiares que viven lejos de casa pueden mantenerse conectados y al día con sus seres queridos”, señala. Además, pandemia de por medio, cada vez estamos más acostumbrados al uso de la tecnología para mantenernos comunicados. “Las familias lo viven como una nueva manera de estar en contacto. Pero esto no quiere decir que no se anhele la cotidianidad de la cercanía, el contacto físico, las rutinas y las experiencias vividas personalmente”, finaliza.

Por Silvina Vitale

Fuente: La Nación