Son casi las doce del mediodía de un martes fresco de otoño y en la histórica esquina, (sin ochava y de callecitas empedradas) de Moreno y Defensa, en el barrio de Monserrat, se armó una larga fila en la puerta de un almacén. Los habitués esperan firmes, saben que, en tan solo unos instantes, tendrán resuelto su almuerzo.
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Cada vez que los visitaba elegía mis preferidas de a 1/4 kilo. Me la pasaba largo rato seleccionando entre las de chocolate, las pepas o los anillitos de colores”, relata, risueño. El almacén “La Flor de Asturias” es un ícono vivo de la cultura porteña. Al ingresar te transporta a una Buenos Aires de principios del siglo XX.
Allá por el 1910 Don Facundo Suárez dejó atrás su pequeña aldea en Careses, Asturias, España, y emprendió rumbo hacia el puerto de Buenos Aires. Tenía tan solo diecinueve años y grandes ilusiones en su maleta. “Mi tío abuelo abrió en 1916 esta despensa con venta de comestibles, fiambres y bebidas envasadas. Al lado, estaba el bar llamado Facundo en su honor. Trabajaba muchísimo con los trabajadores del puerto, marineros y tripulantes. Mi padre, José Ramón Martínez Suárez, era carpintero y llegó de España en la década del 50. Como en aquella época había tanto trabajo comenzó a darle una mano en la parte de gastronomía.
Martinez, rememora las épocas en las que se vendía “todo suelto y al peso”. “Estas cajoneras macizas son originales. Antes estaban repletas de harina, legumbres, cereales, entre otras. Se preparaban los pedidos, según la solicitud del cliente, en un papel de envoltorio y dos moñitos en las puntas”, cuenta y señala las antiquísimas latas de galletitas.