En el siglo pasado, el robo de millonarias obras de arte requería, al decir de Roberto Arlt, “pericia, conocimiento y coraje”. No cualquiera se llevaba de un museo altamente vigilado un Rubens, un Van Gogh o un Picasso. En 1911 se produjo el que hasta hoy es el atraco más famoso de la historia, el del italiano Vincenzo Peruggia, cuando entró un lunes, día de asueto, al Museo del Louvre, y se llevó tranquilamente La Gioconda bajo el brazo. Sin embargo, a diferencia del ladrón más sofisticado de mitad de siglo XX hacia acá (esos delincuentes de guante blanco que tan bien describió Jules Dassin en la película de 1964 “Topkapi”, con Melina Mercouri, Maximilian Schell y Peter Ustinov), a Peruggia no le hizo falta ni demasiada pericia, ni demasiado conocimiento ni demasiado coraje. La vigilancia humana era casi nula en el sector donde se encontraba la obra maestra de Da Vinci, y no había alarmas. La razón es simple: hace 110 años la Mona Lisa no era famosa sino que fue la espectacularidad del robo, la facilidad con que se hizo, y la cobertura de prensa que tuvo lo que la volvió famosa mundialmente. La obra apareció dos años más tarde, cuando Peruggia intentaba vendérsela a un comerciante de Florencia, y tanto su captura como la restitución de la pintura en el Louvre también fueron tapa de los diarios y revistas de todo el planeta.
En los tiempos que corren, cuando un NFT (obra digital de criptoarte) puede llegar a cotizar más que una obra de los grandes maestros, también han variado las formas de delincuencia con el arte. Vuelven a hacer falta la pericia y el conocimiento, es decir, ser un buen hacker, pero el coraje no va más allá de una práctica de “phishing”, es decir, ese vulgar delito informático que consiste en ganarse la confianza del interlocutor en la red, en este caso un poseedor de NFT, y después dar el golpe. Esto fue lo que le ocurrió al galerista Todd Kramer, de la galería Ross + Kramer de Nueva York, sobre el fin de 2021. Como informó la publicación especializada ArtNews, Kramer escribió en un tuit el 30 de diciembre,: “¡Me han hackeado! Todos mis monos han desaparecido. Los van a vender, por favor, ayúdenme!”. Con lo de “monos” Kramer se refería a cuatro simios de la colección “Bored Ape Yacht Club”, que formaban parte de su billetera de Ethereum de 15 NFT valuados en un total de 2,2 millones de dólares.
El susto, sin embargo, no duró más de 5 horas (lo que llevó a muchos maliciosos a desconfiar de su veracidad), porque transcurrido ese tiempo del tuit, que borró de inmediato, intervino la más importante plataforma de transacciones NFT del mundo, OpenSea, que recuperó buena parte de esas obras, que habían sido adquiridas a través de ella, y las “congeló”, es decir, que continúan siendo visibles pero están imposibilitadas de volver a venderse. Kramer escribió más tarde que había aprendido la lección: nunca hay que usar “hot wallets”, es decir, billeteras calientes de tokens, para atesorar criptoarte, sino “cold o hard wallets”, billeteras frías, que proporcionan mayor seguridad. Una “hot wallet” está siempre conectada a internet y facilita las transacciones de tokens, pero es vulnerable a la delincuencia virtual. La “cold o hard wallet” es física, como si se tratara de un pendrive sofisticado, y sólo se conecta a internet cuando se la activa.
OpenSea, la plataforma que intervino en el rescate de los monos de Kramer, anunció el martes último en su blog que está valorada en 13.300 millones de dólares. La empresa fue fundada en 2017 y ha crecido desproporcionadamente en el último año en medio de un boom de NFT. Al revés de lo que podría pensarse, esa intervención no le trajo beneficios sino más bien críticas por parte de quienes proponen una internet “descentralizada”. “Las NFT no pueden ser realmente descentralizadas si se congelan algunas”, dijo uno de esos críticos. Otros señalaron que OpenSea sólo había congelado la capacidad de los usuarios para interactuar con las NFT a través de ese único sitio, y que éstas podían seguir comprándose y vendiéndose en otros lugares. “OpenSea es un explorador de blockchains (cadenas de bloques)”, respondió la compañía “lo que significa que nuestro objetivo es proporcionar la visión más completa en NFTs a través de diferentes blockchains. No tenemos el poder de congelar o suprimir de la lista las NFT que existen en estas blockchains, pero sí deshabilitamos la capacidad de usar OpenSea para comprar o vender artículos robados”. Sin embargo, las nuevas formas de robo de arte no se limitan a engañar, mediante phishing, a un poseedor de criptoarte para quitárselo y revenderlo. Hoy, otro estilo que viene imponiéndose con-siste en vender NFT de obras ajenas, y a precios a veces millonarios. Algo que ni los más sofisticados sistemas de alarma del Louvre o del Metropolitan de Nueva York serían capaces de detectar.
Fuente: Ámbito