Sobre la avenida Nazca, un edificio de hormigón y piedra a la vista, que podría ser una fábrica de barrio o un laboratorio, conserva en su interior una de las colecciones patrísticas más valiosas y completas de Latinoamérica. Se trata de la Biblioteca Agustiniana, inaugurada en el 2004 por el nuevo Papa León XIV, en su paso por Buenos Aires, cuando Francis Robert Prevost era Prior General de la Orden de San Agustín. Cuenta con un total de 45 mil volúmenes (algo así como 30 toneladas de libros), entre ellos las obras completas de San Agustín de Hipona, autor de Confesiones, una autobiografía muy consultada y vigente, en la que el sacerdote admite sus pecados de juventud y narra cómo logra convertirse al cristianismo.
El archivo y biblioteca forman parte del Monasterio de Santa Mónica, una casa de retiros en Villa Pueyrredón que tiene, además, una capilla, auditorio, espacios para la formación religiosa y un claustro con parque. El complejo religioso fue diseñado en el 2001 por Mederico Faivre y ganó el premio bienal de arquitectura del año, además de un capítulo aparte en la revista especializada Summa. “Hay que trabajar con formas sutiles”, dijo en su momento Faivre, una frase que se hace realidad al recorrer las salas de los frailes, quienes militan una arquitectura magra, sin fenómenos superfluos. En síntesis, se trata de una obra poco conocida, que pasa casi inadvertida en medio de las casas bajas, típicas del noreste de la ciudad.
Fray José Galvis, Orden de San Agustín, el director religioso de la institución, recuerda una jornada histórica: el 28 de agosto de 2004, día en el que Prevost, en una de sus tantas visitas a la Argentina, inauguró y bendijo las salas en el marco de los festejos por los 1650 años del nacimiento de San Agustín. En ese momento contaban con tan solo 2700 volúmenes y fue el actual Papa quien impulsó un espacio abierto a la comunidad. “Tiene que ver con la inquietud agustiniana; el preguntar sobre la verdad, una verdad que la podemos componer entre dos, aunque pensamos distinto”, destacó Galvis.
LA NACION recorrió las salas junto a otro de sus directores, Pablo Guzmán, un laico a cargo de la gestión, que desde 2007 custodia los archivos y la biblioteca de los hermanos mendicantes en Buenos Aires, considerados unos de los más grandes e importantes en patrística (ciencia que estudia la doctrina, obras y vidas de los santos padres) en Latinoamérica. “El 30 por ciento de los 45 mil ejemplares que tenemos son sobre esta doctrina”, destacó Galvis. La biblioteca es de atención pública, enfocada en la investigación en Humanidades y tiene convenios con el mundo académico local y del exterior. A partir del nombramiento de León XIV, además de las visitas de los estudiosos, se comenzó a recibir a mayor cantidad de público interesado en conocer el lugar donde estuvo el Papa y las obras de que dispone.
En la planta baja se destacan paneles móviles con nomencladores que agilizan la búsqueda y permiten contar con mayor cantidad de ejemplares. Los textos se agrupan de acuerdo al orden que el propio San Agustín le daba a cada una de las disciplinas: Teología, Misterio, Oración, Comunión, etcétera.
Los volúmenes provienen de tres fondos: el propio, que atestigua la misión en la Argentina de los frailes en el periodo comprendido entre los siglos XVII y mediados del XX, y que consta de unos dos mil volúmenes; el llegado desde Eindhoven, Holanda, en 2018, y que son diez mil libros entre los que es posible hallar ediciones desde fines del siglo XIII; y finalmente la donación que hicieron el año pasado los cuatro hijos del jurista y gran bibliómano Atilio Dell’Oro Maini. “Trajimos todo su fondo, incluso parte del mobiliario. Unas diez toneladas de libros, una muestra de suma generosidad y de gran responsabilidad para mantener adecuadamente tamaño legado cultural”, explicó Guzmán.
A través de una moderna escalera se llega al primer piso donde se ubican la sala de lectura Fray Luis de León y la sala de reuniones e investigación Fray Ángelo Rocca. La primera es un lugar con gabinetes personales para el estudio donde reina el silencio. Ofrece iluminación especial para el descanso ocular. Las antiguas Bibliotecas de este sector fueron también una donación de la familia Dell’Oro Maini. La sala de reuniones se utiliza para pequeños cursos y seminarios.
Figuritas difíciles
Entre los tesoros que custodian los Agustinos podemos destacar Il Petrarcha (Venetia c. 1581): el poeta y filólogo Francesco Petrarca era un gran amigo de la orden y este ejemplar recoge los frutos de ese vínculo. Al hablar de textos curiosos o raros se pueden mencionar los de botánica que les gustan a los book lovers como la Flora de Filipinas, de Francisco M. Blanco, impreso en Manila en 1837. No menos curioso es el Liber Chronicarum, de Hartmann Schedel, 1493; el Bestiario de Juan de Austria o la Genera et species plantarum argentinarum, entre otros. “Siempre nos interesa destacar este tratado del jesuita Martín Antonio Delrio, Disquisitionum magicarum libri sex, en tres tomos, de 1604, del que nos gustaría que un investigador lo trabaje con detenimiento”, explica Guzmán”. Se trata de un texto sobre brujería, magia y ocultismo, de gran fama en época moderna, siendo utilizado por católicos y protestantes para llegar a definir y comprender el delito de brujería. En la sala hay un lugar especial dedicado a estos estudios.
De gran valor es un sector del Fondo Antiguo, donde en unos 28 volúmenes se observan varios fragmentos de manuscritos medievales en su composición interna, como Operis moralis de virtutibus, et vitiis contrariis, in varios tractatus, & disputationes theologicas distributi (1631). Ferdinandi de Castropalao, su autor, es uno de los importantes teólogos jesuitas del siglo XVI. El ejemplar proviene de los Fondos de Eindhoven, Países Bajos, y según Guzmán, lo interesante en este caso es que “la vida del texto transcurrió por distintos conventos agustinos de Flandes y superó los bombardeos de la ciudad, tanto en la Primera como la Segunda Guerra Mundial y otros conflictos bélicos anteriores, donde las bibliotecas conventuales lamentablemente siempre eran y son objetos de saqueo y destrucción. Un libro es un depósito de historias, de manos y ojos que lo han contemplado y por ello nos cautivan tanto”.
Un sector muy especial
San Agustín (Argelia 354-430) fue un escritor, teólogo y filósofo cristiano. “Augustinus”, como lo llaman los frailes, tiene más de 130 obras escritas. A lo largo del tiempo se han ido organizando y publicando de distintas maneras, y hoy son accesibles en la biblioteca porteña y también a través la página web Augustinus.it.
En el caso de las Confesiones, al recorrer los estantes es notable observar la gran cantidad de ediciones que poseen, y en varios idiomas; latín, neerlandés, malayo, inglés, alemán, francés, italiano, portugués y español. León XIV, en la inauguración, destacó que “todavía hoy las Confesiones de San Agustín son muy leídas y, como son muy ricas de introspección y de pasión religiosa, obran en profundidad, agitan y conmueven. Y no sólo a los creyentes”.
Además, otros textos del mismo autor, como Soliloquios o Ciudad de Dios forman parte del acervo patrimonial de la sala, explicó Fray Galvis. “En el primer caso, el texto es consultado, dependiendo de la tesis de estudio, básicamente por el diálogo que realiza entre la fe y la razón”.
La Biblioteca Agustiniana de Buenos Aires, depende del Vicariato de la Orden de San Agustín en la Argentina. No tiene subvenciones estatales, ni privadas y posee un sistema de voluntariado proveniente del mundo académico. Tiene préstamos a domicilio y no hay costo alguno para el uso de sus instalaciones. Utilizan el sistema de cita previa a través del correo electrónico [email protected]. La intención es brindarle especial atención al lector interesado en descubrir las joyas literarias con tanta devoción custodiadas en lo que parece ser un oasis espiritual en medio del mundanal ruido.
Para agendar
Biblioteca Agustiniana de Buenos Aires, Av. Nazca 3909; www.bibcisao.com. En redes sociales: www.facebook.com/bibliotecaagustinianadebuenosaires Instagram:@bibliothecagustiniana
Fuente: Virginia Mejía, La Nación