Enemigo interno: el cerebro puede engañarnos a la hora de tomar decisiones

Mal pensado. No siempre la racionalidad a la que apelamos para definir asuntos nos ofrece la mejor respuesta. ¿Por qué?

Dar respuesta a las situaciones que cotidianamente nos ponen a prueba tanto en el ámbito laboral, social o familiar es un ejercicio de rutina para el motor de todos nuestros pensamientos, lo que no quita que más de una vez no sean las correctas. Es que no siempre las decisiones tomadas con la razón y no con la emoción serán las más apropiadas, ya que el cerebro también puede equivocarse.

Al menos eso es lo que indica un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), quienes pusieron de manifiesto que como el cerebro​ se enfrenta diariamente a la toma de múltiples decisiones, ante esa tesitura, no siempre opta por la solución correcta o por aquella que finalmente hubiese resultado «más adecuada».

¿Por qué puede «fallar»? Aunque se sabe que la mayor parte de nuestras determinaciones se adoptan desde la parte inconsciente del cerebro, se conoce muy poco de cuál es su funcionamiento. Lo que los expertos sí tienen claro es que si se producen errores de forma repetitiva en la toma de decisiones, se pueden establecer relaciones de causa y efecto en el modo de actuar de las conexiones neuronales. Y es desde este unto de dónde se puede tratar de averiguar qué es lo que lleva a ese error.

«La clave está en comprender que, cuando nos comportamos de un modo irracional en la toma de decisiones, también lo hacemos, en cierto modo, de forma aprendida o predecible, y hay que tratar de identificar estos patrones de comportamiento», explica el experto del Departamento de Ingeniería de Organización, Administración de Empresas y Estadística de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la UPM, Carlos Rodríguez Monroy.

El cerebro utiliza "atajos" o pequeñas trampas a la hora de tomar decisiones, con el objetivo de ahorrar energía.

El cerebro utiliza «atajos» o pequeñas trampas a la hora de tomar decisiones, con el objetivo de ahorrar energía.

Por ello, los investigadores de la UPM se propusieron identificar los procesos empleados en el momento de decidir. «El cerebro utiliza patrones y conductas aprendidas que consideramos como atajos o pequeñas trampas a la hora de tomar las decisiones y que son las que llevan a que, a veces, nos equivoquemos. Conocerlas podría ayudarnos a modificarlas y mejorar nuestros procesos de toma de decisión», detalla el otro de los autores del trabajo, José Luis Portela.

El primer paso para entender cómo funciona el cerebro a la hora de decidir es tener en cuenta que las conexiones neuronales que se establecen dentro del mismo consumen una gran cantidad de energía y que el ahorro de dicha energía es uno de los objetivos básicos del organismo.

«Tomar una decisión requiere hacer varios cálculos. El cerebro siempre trata de ahorrar la máxima energía y la manera en la que lo hace es restringiendo el número de conexiones neuronales necesarias para desempeñar con éxito una tarea, cualquiera que sea. Para ello, crea patrones aprendidos de conducta que ayudan a nuestro organismo a actuar de manera más eficiente desde el punto de vista energético ya que las conexiones ya aprendidas implican un menor gasto», asevera Portela.

El problema, tal y como destaca el especialista, se presenta porque a la hora de hacer frente a una nueva decisión, el cerebro tratará de resolverla mediante ese patrón de ahorro energético, a través de conductas ya adquiridas, salvo que nos esforcemos específicamente en razonar y crear un nuevo comportamiento. «Si no lo hacemos así, el cerebro se basa solo en los recuerdos de decisiones pasadas», confirman.

En estos patrones aprendidos hay tres máximas que se repiten de manera constante: la tendencia de nuestro cerebro a evitar las pérdidas y minimizar los riesgos, la atribución subjetiva de valor a las personas y las situaciones y lo que se denomina la base diagnóstica, o lo que es lo mismo, nuestra «ceguera» ante cualquier evidencia que contradiga nuestra valoración inicial de las personas o las situaciones.

Desmembrar ese comportamiento costumbrista es una tarea todavía más racional que cualquier decisión que emita el órgano mental, puesto que solo de este «ejercicio extra» puede salir una respuesta única y auténtica a la situación o problemática que se nos presenta. 

Fuente: Clarín