El desarrollo, como tantos otros procesos de los chicos, es algo gradual y dinámico. Y más allá de la singularidad de cada uno, existen determinados hitos, especialmente durante el primer año de vida, que nos indican de qué manera van creciendo y qué es esperable que ocurra según las etapas.
Acompañar a nuestros hijos en cada paso que dan y cada habilidad que aprenden abre en simultáneo un abanico de preguntas, algunas desde la curiosidad y otras desde la (inevitable) comparación con otros niños de su edad. ¿Cómo evolucionan? ¿Qué implica que ya sepan rolar, sentarse, gatear o deambular? ¿Cómo atenuamos la ansiedad que, a veces, nos generan estas situaciones, si no suceden tal y como las escuchamos, leímos o vimos en las redes sociales? Para entender de qué forma crecen, poder estimularlos sin caer en excesos y ayudarlos a “no quemar etapas” es vital saber qué necesitan de nosotros para desarrollarse. “Hoy sabemos que es fundamental que podamos responder inmediatamente a las necesidades del bebé, para que vaya construyendo su personalidad y su desarrollo emocional desde muy chiquito”, asegura Natalia Azubel, pediatra especializada en desarrollo infantil y coordinadora del espacio Eidin (@eidin_equipo), Equipo Integral para el Desarrollo Infanto Juvenil, en el séptimo capítulo de “Primerizos, ¿y ahora qué?”, el ciclo audiovisual de LA NACION + ClubNutri, OSDE, Huggies y Plenitud. Entre los rituales con los chicos, el juego ocupa un lugar central, porque se trata de uno de los factores clave a la hora de potenciar su desarrollo. El problema surge cuando, en el afán de querer estimularlos, logramos el efecto inverso. “Hay errores frecuentes y uno de ellos es creer que más es mejor. El bebé sólo necesita de un ambiente calmo y un adulto que esté disponible”, explica la especialista al plantear los problemas que derivan de la sobreestimulación en niños pequeños, a los que percibimos, en esos casos, mayormente irritables.
Como los protagonistas de este ciclo, el juego crece y evoluciona de acuerdo a las edades y los intereses. Según describe la pediatra, pasa de ser individual y sensorial, a simbólico, grupal, en equipo y con reglas. Y habrá tantos juegos y tipos de juguetes como niños existan. En chicos más grandes, asegura, el enfoque y la discusión en las familias se trasladan a agendas apretadas de actividades extracurriculares versus tiempo libre, aburrimiento (“una puerta la creatividad”) y tecnología (“que no hay que demonizar, pero sí encontrar un equilibrio, para que la pantalla no reemplace el aprendizaje que genera la interacción humana”). –Nos vas a ayudar a desentrañar este mundo de la estimulación, del juego y del aprendizaje; un mundo con el que interactuamos de manera permanente, pero sin ser tan conscientes de que lo hacemos, ¿no es cierto? -Sí, es cierto. El juego está presente en todas las etapas de los niños, pero uno no siempre le da el valor que tiene, así que es muy importante hablar de estos temas. –Te propongo empezar con la estimulación y vamos a diferenciar aquí entre los bebés y los niños más grandes. ¿Hay alguna forma que sea mejor o recomendable para arrancar? –En general, lo que es el neurodesarrollo o el desarrollo infantil se da de manera natural. O sea, está guiado por una maduración neurobiológica, pero en condiciones normales se da de manera natural. Lo que sí sabemos es que hay ciertos factores que estimulan o potencian el desarrollo y uno de ellos es el juego. Pero en edades más tempranas, por ahí en bebés más chiquitos, todas las cuestiones sensoriales, lo que tiene que ver con las voces, el reconocimiento de las caras familiares, el ser sostenido o alzado en brazos cuando lo necesita, sentir ese aroma de los padres, son los principales estímulos para el desarrollo. –Se habla con frecuencia del contacto directo desde que nacen y cómo esto potencia muchas cosas… –Sí. De hecho se está estudiando mucho esto de poner al bebé apenas nace en el pecho de la mamá. También vemos cómo el bebé se calma en ese momento, ¿no? Ya esa es una primera señal de que eso es lo que necesita. –Y es un momento en el que la familia, puntualmente la mamá, y ese bebé se están aprendiendo a conocer mutuamente, casi de forma instintiva… –Es más natural, sí, es así. El bebé, ya desde la panza, empieza a desarrollar los sentidos: escucha la voz y el corazón de la mamá. Entonces, todas esas voces, esos sonidos y esos estímulos que le son tan familiares, son los que después en la vida postnatal inmediata necesita para desarrollarse. Ese es el ambiente óptimo. –Entonces no es que hay un estímulo que sea el más adecuado. Tal vez es una combinación de factores, mientras el bebé se está conociendo a sí mismo… –Sí, exactamente. El ambiente tranquilo, el ambiente calmo y la presencia de un adulto disponible es lo que lo único que el bebé necesita. Y el bebé se va conociendo a sí mismo a través de la interacción con otros y con el entorno. Entonces, es muy importante, ya desde que nacen, poder satisfacer sus necesidades, poder responder y validar sus emociones. Esto de “dejarlo llorar” es algo muy antiguo, que ya no se utiliza. Hoy sabemos que es fundamental que nosotros podamos responder inmediatamente a las necesidades de ese bebé, para que vaya construyendo también su personalidad y su desarrollo emocional desde muy chiquitito.
–En lo que respecta a la estimulación es muy importante no caer en los extremos. ¿Cómo no pasarnos? ¿Dónde está el límite ahí? –Un poco el límite lo marca también el bebé, que va dando señales de que está siendo sobreestimulado. Muchas veces, obviamente sin mala intención, llenamos el ambiente de estímulos lumínicos, colores o sonidos, que superan la capacidad del cerebro del bebé de procesar toda esa información sensorial. Y ahí sí vemos que son bebés que están sobreestimulados. Y, como te digo, el bebé es el que marca un poco eso. Si vemos un bebé que está un poco irritable, que le cuesta autorregularse o calmarse en brazos, o que empieza a tener dificultades para alimentarse o para dormir cuando antes no presentaba problemas, bueno, esas pueden ser señales de que está siendo sobreestimulado. –No me gusta hablar de errores, porque suena a “premio-castigo” hacia los papás, pero sí me parece clave poner este tema sobre la mesa a la hora de aprender a conocer a nuestros hijos… –A ver, obviamente que partimos de que nadie hace algo con mala intención, ¿no? Pero hay errores frecuentes y uno de ellos es creer que más es mejor. A veces los padres, sobre todo los primerizos, quieren llenar a ese bebé de más juguetes, más actividades, más estímulos y ese es el principal error, ¿no? El bebé sólo necesita de un ambiente calmo y un adulto que esté disponible para satisfacer sus necesidades, con eso está feliz y no necesita mucho más que eso.
EL JUEGO
–Vamos a meternos de lleno en el juego, en cómo fomentarlo y en qué se diferencia el que podemos proponerle a un bebé versus a un chico más grande… –Bueno, el juego tiene un rol fundamental en el desarrollo de los niños desde etapas muy tempranas, incluso desde el nacimiento. El error principal es creer que el juego es ofrecer un juguete, y no siempre el juego tiene que tener un material físico de intermediario. Cuando son bebés, el juego consiste en intercambiar miradas, sonrisas, cantarle, hablarle, responder a lo que se llaman las protoconversaciones, es decir, cuando empiezan a balbucear y esperan que uno le conteste, esconderse y aparecer; todas esas cuestiones son juego para el bebé y también lo ayudan a empezar a conocer el mundo que lo rodea. –No imaginarnos cosas muy elaboradas, al contrario, son situaciones muy cotidianas las que marcás… –Sí, y que las podemos hacer sin necesitar de mucho más. –Y hasta tal vez no las asociemos con que estamos jugando cuando lo hacemos, ¿no? –Exacto, pero para el bebé eso es juego y es el juego principal en los primeros meses de vida.
–Entiendo que el juego cambia o evoluciona a medida que los chicos van creciendo –Sí, el juego también tiene su propio desarrollo. Como decíamos, en los primeros meses es más motoro, más sensorial. Todo lo que genere más estímulos sensoriales, como la sonrisa, las voces y demás. A medida que el niño va creciendo, va evolucionando. Aparece más lo que es el juego simbólico, esto es a jugar “como si…”, jugar a simular o a representar situaciones de la vida cotidiana. Después, a medida que van interactuando con otros chicos, el juego es más con reglas, donde tienen que esperar turnos. Y más adelante, con niños más grandes, son juegos grupales o de equipo. –Ya saben compartir…¡Cómo cuesta ese quiebre! –Sí, tiene su evolución también el juego a medida que el niño va creciendo. –Sin hablar de marcas, ¿podemos hablar de distintos tipos de juguetes? ¿Cuáles nos aconsejás para cada franja etaria? –En lo que es bebés, como dije anteriormente, como el juego es más motor y sensorial, y el bebé está descubriendo su propio cuerpo, lo ideal son todos juegos que generen ese tipo de estímulos. Por ejemplo, sonajeros, cosas que él puede empezar a manipular con su mano y generen algún tipo de respuesta. Hay muchos juguetes que ofrecen distintas texturas y sonidos a medida que el bebé va presionando, algunos libros, o los móviles que desarrollan todo lo que es el estímulo visual. Después, a medida que el niño se va perfeccionando en cuanto a motricidad fina, aparecen los juegos más de encastre, que tienen más precisión, o los bloques, que son juegos más complejos en cuanto a motricidad. Y después, cuando aparece el juego simbólico, todo lo que son disfraces, juegos de roles, historietas, personajes, autitos, muñecos; empieza toda esa etapa. Luego, a partir de los seis, siete años, los juegos de mesa o de turnos, o juegos más formales, en los cuales ya hay reglas y tienen que esperar su turno y, aceptar que, a veces se gana, a veces se pierde, y tolerar esa frustración. –Y el juego también me da pie a hablar un poco del aprendizaje y de las habilidades que el niño va incorporando. ¿Cuáles podríamos mencionar? –El juego es una herramienta poderosísima en el desarrollo. Desde bebés se aprende lo que es el desarrollo del lenguaje y la comunicación. También la motricidad fina, la motricidad gruesa, como cuando aprende a patear una pelota, eso es un hito importantísimo. Además influye en el desarrollo social, la interacción con pares, la empatía, la resolución de problemas y de conflictos. –Si nos vamos a chicos más grandes y, lo vemos en lo cotidiano, aparecen esas agendas apretadas de actividades extracurriculares versus el aburrimiento. Pero los adultos no sabemos aburrirnos…¿Qué pasa con eso? –Los adultos no sabemos y entonces no permitimos que el niño se aburra. El aburrimiento tiene una connotación negativa y, en realidad, para nosotros -los profesionales- es una puerta abierta a la creatividad. En el tiempo libre es donde el niño se permite explorar un poco más sus intereses y descubrirlos. Y lo vemos, como vos decís, en niños mayores, donde tenemos escuela y actividades extraescolares. Muchos de mis pacientes van a terapias, después llegan a casa y tienen tareas, entonces no tienen ese tiempo libre para poder explorar, descubrir otras maneras de entretenerse, o simplemente descansar.
–Frente a estas situaciones en las que vienen los chicos y nos plantean que se aburren, ¿cómo tenemos que actuar los papás? –Esto que hablábamos antes de la sobreestimulación…Todo el tiempo les estamos ofreciendo cosas a los niños, entonces ellos se van acostumbrando a que todo el estímulo y el entretenimiento siempre vienen de afuera. A veces hay que permitirles aburrirse y decírselos: “Bueno, buscá la manera de entretenerte; buscá cosas para hacer; buscá la manera de explorar”. –Y mantenerse firme, porque me imagino que tampoco es fácil… –Uno cae en la tentación de no poder tolerar que el niño se aburra. Un niño aburrido es un niño que demanda y muchas veces requiere que uno se siente en el piso a jugar con él, o a transitar ese momento en que no tenemos actividades o nada para hacer. Pero, bueno, es como digo, muchas veces demanda de la presencia del adulto y eso es a veces lo que nos cuesta un poco: “Ahora yo me siento en el piso a jugar con vos” o “Nos sentamos juntos a ver qué podemos hacer, qué podemos inventar”.
LAS PANTALLAS
–Además es sentarse a jugar y estar presentes sin el celular, sin usarlo o a la vista, ¿no? –Sí, ese es el ejemplo que tenemos que darles. –Porque no hay que desconocer que los más chiquitos imitan todo, lo bueno y lo malo. Y si estamos con el celular, que no imiten la desconexión con la que estamos… –Tendríamos que ser el ejemplo, claro. Y también permitirnos a nosotros tener momentos en casa en los que por ahí estamos más tranquilos, o estamos sentados en un sillón leyendo o descansando. Uno enseña con el ejemplo, principalmente.
–Exacto, pero somos cada vez más dependientes de la tecnología. Entonces la pregunta que me gustaría hacerte, y sé que es complicada porque se ponen en juego muchos factores, es: ¿cómo encontrar ese equilibrio en el uso de las pantallas? –Es un tema re importante el de las pantallas porque ellos nacieron en la era tecnológica, ya nacieron con la pantalla incorporada. Buscar el equilibrio a veces es difícil, o generalmente es difícil, para el adulto. Y después nosotros pretendemos que ellos encuentren el equilibrio cuando nosotros mismos no lo encontramos, ¿no? Lo que recomiendan las sociedades pediátricas es pantalla cero los primeros dos años de vida. Incluso ahora se actualizó a seis años. Es difícil, no quiero decir imposible, para no desalentar. Pero, a ver, la tecnología también es una herramienta valiosa cuando es bien utilizada. O sea, no se trata de demonizar a las pantallas, tenemos que saber utilizarlas. El riesgo que tienen las pantallas es que quitan tiempo a la interacción cara a cara, con pares, que es donde uno más aprende, como hablábamos anteriormente. Entonces, siempre buscar el equilibrio, que tengan su tiempo de pantalla, pero que también tengan tiempo de jugar al aire libre, de explorar, de tener contacto con pares y que la pantalla no reemplace del todo esta interacción humana, que es la que más enriquece. –Porque está puesta como el recurso salvador de todos los males o situaciones complicadas o berrinches, o…podríamos seguir enumerando… –Es lo que hablábamos antes. O sea, el niño que se aburre y enseguida ya le colocamos una pantalla, que es el recurso salvador. Bueno, no hay que demonizarla, pero siempre tratar de buscar el equilibrio y entender que la pantalla no reemplaza el aprendizaje que genera la interacción humana. –Claro, y saber que existen, pero que es importante esto de limitarlas en el día a día… –Yo siempre sugiero que tratemos de tener todos, familiarmente, momentos sin pantallas, que tengamos momentos que para la familia sean sagrados y en los cuales ni mamá, ni papá, ni tampoco los niños, agarren el teléfono. Entonces, por ejemplo, las comidas son un momento clave o los momentos en los que estamos todos en casa. Por ahí, podemos decir: “Bueno, por un rato dejamos las pantallas y buscamos una actividad para hacer todo juntos”.
Fuente: La Nación