“Después de que murió El Negro nadie quería hacerme un casting y entonces me puse a estudiar mucho”, cuenta Silvia Pérez cuando recibe a LA NACIÓN en la intimidad de su departamento del barrio de Belgrano. Corrían los finales de la fulgurante década del ‘80 y ella, identificada como una de las llamadas “chicas Olmedo”, se veía obligada a reformular su carrera luego de la trágica partida del capocómico, ocurrida el 5 de marzo de 1988 en Mar del Plata, mientras protagonizaba en teatro la comedia Éramos tan pobres
“Sé que así voy a ser considerada durante toda mi vida y no me molesta eso ni que me hayan calificado como una sex symbol. Hoy para mí es un honor haber formado parte de ese grupo que encabezaba Alberto. Pero como te conté, me vi obligada a capacitarme aún más con varios maestros para reinsertarme en el medio, como Luis Agustoni, Alberto Ure, Julio Chávez, Augusto Fernández y Carlos Gandolfo, que me dio un tip esencial para mi vida profesional: ‘Siempre hay que pensar en lo que uno le va a dar al público’. Fue clave su consejo. Entonces busqué una obra y la produje yo: El último pasaje. Una comedia dramática. A partir de ahí la prensa empezó a mirarme de otra manera, pude reinventarme”, detalla Silvia a la distancia.
Hoy la actriz protagoniza La última Bonaparte, en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) junto a Mauro Álvarez y el músico Agustín Buquete, basada en el libro de Walter Ghedin, dirigida por Dennis Smith. Un docudrama donde se entrecruzan dos vidas: la de Marie Bonaparte, última descendiente de Napoléon, princesa griega, discípula de Freud y obsesiva investigadora de su propia anorgasmia. Y la suya propia, con una infancia dura que la marcó desde su nacimiento en Villa del Parque, hasta que a sus nueve años debió enfrentar junto a su mamá y sus dos hermanas la primera situación difícil que la afectó y marcó su vida.
“Mi papá, José Pérez, se cayó y le dio un derrame cerebral. Sobrevivió pero le llevó mucho tiempo; tuve una niñez muy dolorosa. Él tenía solo cuarenta y dos años, una empresa constructora y sedería. Durante nuestra infancia y adolescencia papá no pudo caminar ni hablar, mi mamá, María Ester Nava, tomó el mando de la casa. Gracias a Dios a ella la pude disfrutar hasta sus 98 años”, narra sobres aquellos años difíciles. “De adolescentes las tres hermanas empezamos a trabajar para mantener la familia. Él después se recuperó, pero ya era grande y estuvo conmigo como asistente. Aquel problema de salud de papá es la primera escena que tocamos en la obra. Después pasamos a los once de Marie Bonaparte. Y así vamos y volvemos, llegan mis 18 cuando gané el concurso Miss Siete Días”, describe con sentida emoción.
Luego se consagraría Miss Argentina 1974 y llegarían sus trabajos en Los Hijos de López, con Hugo Moser; Mesa de Noticias, Las Comedias de Darío Vittori; Amo y Señor, con Arnaldo André. Zona de Riesgo, con Gerardo Romano y Rodolfo Ranni; Los Galancitos en teatro y No toca botón, con Alberto Olmedo y Hugo Sofovich, que la llevó a su máximo éxito. “Siempre digo que con la persona que más aprendí en mi vida fue con El Negro; a trabajar sin red, a improvisar, fue fantástico. Me siento honrada por eso. Cuando hice otros trabajos con guiones establecidos me fue muy fácil, logré un timming increíble”, completa.
A partir de ahí, señala cómo fue su evolución o, mejor dicho, las etapas que atravesó. “Reconozco que nací con un personaje sexy pero no me quedé en eso. Fue un trabajo arduo, eh. Hice como el camino inverso a todos los actores. No reniego de eso, lo disfruté. Me han marcado que pasé de lo comercial a lo alternativo, que en general se busca que suceda al revés. A mí me gusta hacer todo, pero tuve que intentar despegarme del pasado para evolucionar y avanzar. Pasa el tiempo y querés otras cosas y la gente también las pretende de vos. No me resultó sencillo. Muchas cosas las hice sin darme cuenta”, detalla.
“En la obra también se comenta lo que significó el cuerpo de la mujer en la cultura de los años 80 y lo que representa ahora. Al final habla Marie sobre esto y es muy emocionante. Dice que es un territorio que nadie está dispuesto a investigar y todos quieren solo conquistarlo. Era una mujer luchadora, valiente… siento puntos de encuentros con ella. Estoy feliz, porque también estoy haciendo otra obra, La navidad de Georgina, en El Tinglado, donde interpreto a una madre de esas que no tienen filtro. No sabés las barbaridades que les digo a mis hijos. Es una comedia dramática en una noche de Navidad donde se reúne la familia. Cuando la leí me encantó. Me permite hacer un personaje totalmente diferente al de La última Bonaparte”, reflexiona Silvia.
-Remarcó que la obra comienza con sus nueve años.
-Sí, lo destaco porque eso me marcó y así lo tomó el autor después de entrevistarme varias veces para hacer la dramaturgia. Fue cuando me pasó el primer quiebre importante, después se sucedieron otros. Pero soy una agradecida, porque lo principal para mí fue que siempre tuve trabajo y pude criar a mi hija. Pero como la vida es difícil, esto tiene y deja consecuencias…HALLARON UNA “CÁPSULA DEL TIEMPO” DE 600 MILLONES DE AÑOS EN EL HIMALAYA
-Siempre se la vio muy cerca de tu hija (Julieta Bal, hija de Santiago) que en un tiempo sufrió la distancia con su padre y hasta con sus hermanos.
-Lo importante es qué se hace con lo que nos toca. Ella trató permanentemente de componer, fue un aprendizaje para ella. Yo siempre traté de conciliar, de no echar leña al fuego. A mí me importaba tener trabajo para mantenerla, sí le pedía mucho a él (Santiago) que la viniera a ver. Julieta siempre fue muy celosa, tenía el mismo carácter que el padre; ahora ya no. Hoy es consteladora familiar, pasó del otro lado, le cambió la vida.
-¿Se hablaban con Santiago más allá de separarse?
-Cuando Juli era chiquita sí, ya de grande no. Como te dije le pedía que viniera a verla y él no pudo hacerlo, no tuvo esa disponibilidad, qué vamos a hacer. Yo tenía veinte años, me pasaban otras cosas, otros enojos. Hoy miro a la distancia y digo: ‘No pudo’. También nos elegimos, tuvimos una hija, el tiempo es sabio porque nos permite ir creciendo, el tema es que no te pase en vano.
-¿Tuvo otros amores, digamos, potentes?
-Amores verdaderos tuve un par, algunos conocidos.
-Como el de Olmedo.
-Sí, pero no fue “el amor”, fue una mezcla de padre, de amigo, de fascinación, muchas cosas juntas.
-¿La relación de pareja la disfrutaron?
-Fue complicado; vení a ver la obra y te vas a dar cuenta porque recorre toda mi vida.
-¿De otros amores qué puede contar?
-A esta altura no los voy a decir, prefiero callar. Tuve tres personas con las que conviví luego de tener a mi hija y separarme. Pablo Codevila, otra que no es conocida; y Federico, abogado, que es con quien estoy hace trece años.
-¿Por qué hizo su primer viaje a la India?
-Fue hace treinta años sin darme cuenta. Estaba bastante en crisis porque hacía poco que había fallecido Olmedo. Una amiga me había regalado un libro que se llama Sai Baba y el Psiquiatra, de Samuel Sandweiss, psiquiatra americano. Leí diez páginas y dije: ‘Me voy a la India’. Sentí una necesidad. Logré contactar con el conocimiento de lo que es un avatar, que es la manifestación de la divinidad en un cuerpo, como fue Jesús. Siempre fui una persona muy creyente. Lo sentí. Estuve un mes allá. Viví en una comunidad, volví doce veces, trabajé para la Organización Mundial de Educación, hice una obra de teatro como directora. La última vez que estuve fue en 2008. Ahora tengo ganas de volver. Con la muerte del Negro también empecé a estudiar yoga. Primero tomé clases, luego hice el profesorado. En la pandemia empecé a hacer videos en Instagram para la gente, y luego en la Fundación Hastinapura hice el posgrado, que terminé hace poco. Es evidente que el Negro marcó mi vida… ¡y cómo!
Fuente: Miguel Braillard, La Nación