“Hacer una vaquita”, de “Bueyes Perdidos”, “Papas fritas a caballo” y el porqué de estas frases con animales protagonistas

El caballo (hippo en griego, equus en latín) ofrece numerosos legados al vocabulario. La voz romana nos dio el español “equino”, “ecuestre”, “equitación” y también “yegua”, que deriva de equa (hembra del caballo).

Mientras que en el legado de hippo mencionamos “hípico” e “hipódromo”, además de unirse a pótamos (río) para crear “hipopótamo”, es decir, “caballo de río”. Asimismo, con el griego philo (amigo, amante) y el plural de hippos se formó Philippos, “amigo de los caballos”, en español Felipe.

De todos modos, en la lengua española, la forma habitual de designar al noble animal es «caballo». El término tuvo su base en el latín vulgar —aquel que se hablaba coloquialmente, más allá del escrito—, donde caballus era la denominación para el ejemplar que realizaba las tareas rurales, a diferencia del equus, reservado tanto para la guerra como para el ocio. Este animal inspiró el nombre del «bidé», a partir de un antiguo diminutivo italiano, el bidetto (pequeño caballo), por la postura que se adopta al usarlo.

¿Por qué le habrán puesto caballa?

Por su salto sobre las olas, el pez fue bautizado «caballa», que no era otra cosa que la forma femenina de caballo, por más que la que sobrevivió fue yegua, como explicamos. Además de «caballete» (armazón de madera), «caballero» (aquel que se distinguía por poseer caballo) y la acción de «cabalgar», señalamos la frase: «Volver con el caballo cansado». Se decía de aquel que partía en larga travesía y al pasar por el frente de alguna casa aislada, andaba al galope y erguido. Esa falsa postura, puesto que no había forma de que mantuviera el porte y el ritmo, provocaba la frase: «Ya volverá con el caballo cansado».

En la gastronomía tenemos una versión muy local: las papas fritas «a caballo». Para ofrecer apenas una aproximación a su origen sin detenernos demasiado en el asunto, le pido que imagine a un jinete, no a una amazona, montado en el animal.

El caballo también se vincula al «mariscal», pues el mares-calcus era el encargado de su cuidado. Fue originada en el alto alemán donde se los conocía como Marschall (March era «caballo» y Schalk, «criado»). Allí tenemos al famoso marshall de las historias de cowboys o «vaqueros» (estos dos, cuidadores de vacas o cows en inglés). «Vacuna», ¿ya que estamos? Es por el vacuno. La primera respuesta específica contra la viruela se descubrió al analizar el pus de un forúnculo en ganado enfermo. Conviene aclarar que el método fue desarrollado por Edward Jenner en 1796. En 1880, Louis Pasteur perfeccionó el sistema y mantuvo el nombre de «vacuna», esta vez, ya generalizado a todos los usos.

Los bueyes perdidos

El griego bous (buey) fue la base de muchas palabras, empezando por «bovino» y «boyero», que es el conductor de bueyes. Boatus, el mugido del bous, derivó en «boato» que primero significó griterío, luego búsqueda de captar la atención y, por último, ostentación. La «bulimia» (bous más limos, «hambre») son las ganas desmesuradas de comer. «Bostar» era el establo donde se guardaban los bueyes y originó «bosta». Mientras que, en Grecia, bous y tyros (queso) se fusionaron en boutyron. De allí, al latín buttur (manteca) y al inglés butter. Es necesaria una aclaración: estas dos civilizaciones no fueron consumidoras, pero igual aportaron los respectivos términos a sus lenguas a partir de los relatos de viajeros. En cuanto a los griegos, realizaban ofrendas con alto fervor religioso. Por ejemplo, sacrificaban cien bueyes, provocando «hecatombes» (hekatón, «ciento», más bous), término que para nosotros es sinónimo de desgracia con gran mortandad.

Aquel bou helénico se convirtió en el francés boeuf y en el inglés beef. Los británicos lo asaron (to roast) y lo llamaron roastbeef o beefsteak (steak es tajada), castellanizados en «rosbif» y «bistec». En Sudamérica dimos una vuelta más de tuerca y lo rebautizamos «bife».

Daniel Balmaceda
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Para ir finalizando, una acotación. Si bien la frase «hablar de bueyes perdidos» hoy significa conversar sobre temas secundarios o intrascendentes, en el siglo XIX era más específica. Formulaba la idea de que se hablaba sobre algún asunto irremediable. Es decir, los bueyes ya se perdieron, no van a volver. También ha atravesado los siglos una expresión que nos resulta muy coloquial: «hacer una vaquita». Todo comenzó con celebraciones en poblados de España que convocaban a todo el vecindario. Era habitual que en estos encuentros se capeara una vaca brava. Aclaremos que no la sacrificaban. Pero la tomaban de punto.

Se generalizó la frase «hacer la vaca» para referirse a ese segmento principal de las fiestas pueblerinas. Más adelante, el bovino quedó vinculado a los casamientos. En el siglo XV se llamaba «vaca de la boda» al amigo que entretenía a los invitados o al que corría con todos los gastos. El próximo paso fue que «la vaca» la hicieran entre todos, contribuyendo por partes iguales para el festejo.

Por la mención de la vaca de la boda, más bien de esta, deseamos agregar que, en latín, sponsor era el que hacía una promesa solemne (de ahí las voces «esponsales» y «esposo»). En el 1600, los ingleses llamaron sponsor a los padrinos.

Fuente: La Nación