La música y el vino siempre fueron compatibles. Qué mejor plan que escuchar un buen disco o disfrutar de un show con una copa en la mano. Y cuántos grandes artistas eligen poner una botella de tinto en sus camarines antes de salir a tocar.
l encuentro entre ambos placeres tiene otros puntos en común. Se utilizan similares terminologías tanto para hablar de la composición de un tema como para referirse a la elaboración de un vino: «los mejores cortes», «sus estilos únicos», «las mezclas», «los ensambles» y hasta los ensayos necesarios para lograr el resultado buscado.
Y lo más interesante de este mix es cuando son los músicos quienes usan estas frases para hablar de sus propios vinos.
En los últimos años, las producciones de muchos rockeros locales fueron engrosando la lista de los vinos que se encuentran a la venta en las bateas de las vinotecas. Coti Sorokin, Juanchi Baleirón, Germán Daffunchio, Fernando Ruiz Díaz, Gustavo Santaolalla, Pedro Aznar, Adrián Barilari, Felipe Staiti y Gillespi son parte de un grupo enamorado de los tintos que decidió ir más allá de sus composiciones y ponerles música a sus botellas. Un sonido que vibra cuando se degustan sus vinos.
Algunos comenzaron esta actividad como un hobby, y luego el interés los llevó a desplegar el arte vínico en una empresa. Otros arrancaron con la idea de tener su bodega como un proyecto totalmente separado de la música. Hubo quien lo pensó como una forma de acompañar a sus fanáticos, y en este afán terminaron enamorándose del proceso. Cada uno con su estilo, llevó adelante su aventura.
Los crean en silencio, acompañan la inspiración con música, se inspiran escribiendo poesías. Cada uno se toma más o menos tiempo, les cantan a las barricas y hasta deciden hacer percusión despertando a dios Baco.
Son músicos internacionales que cargan sus vinos en la maleta y los sacan al mundo representando al país. A todos lados llegan con sus vinos, generalmente con muy buenos puntajes de la crítica, y los presentan en degustaciones atípicas, catas que se convierten en shows, porque finalmente es allí en donde pueden unir sus dos pasiones.
Una camada surgió con el empuje de uno de los mejores enólogos de Argentina y músico, Marcelo Pelleriti, quien creó el festival Wine Rock y sedujo a varios músicos a meterse en este fascinante mundo. «Siempre me gusto la música, siempre toqué en alguna banda y los ensayos que tenía con mis grupos eran en la terraza de la bodega Monteviejo. Empezaron a venir músicos a la bodega y en 2011 organicé el Wine Rock. A partir de entonces empezó a crecer el rumor y enseguida me visitó Pedro Aznar y otros músicos. A todos los que venían a la bodega, como un juego, les hacía elaborar su corte. Les ponía 15 o 20 muestras de vinos y hacían un corte. Se llevaban su propia barrica con el vino que habían elegido. Son 300 botellas», explica Pelleriti, quien divide su tiempo entre las cosechas de Valle de Uco, en Mendoza, y Pomerol, en Francia. «Con Pedro Aznar, por ejemplo, armamos una empresa que se llama Abremundo, y en algún momento vamos a construir una bodega. Cuando vino Jaime Roos, iba probando las muestras mientras tocaba el charango, fue maravilloso».
Para Marcelo, primero fue como un obsequio por participar en su festival. Sin embargo, algunos de esos músicos quisieron seguir con el proyecto. «Lo importante era que entendieran y tomaran conciencia de que son proyectos que hay que hacerlos funcionar. No es fácil vender vino y hay que ocuparse mucho -aclara-. Ellos mismos viajan con sus botellas, las ofrecen y es algo muy lindo».
Fernando Ruiz Díaz
Es el vocalista, compositor y guitarrista de Catupecu Machu. Pero sus vinos llevan el nombre de Vanthra, el mismo de su proyecto musical paralelo. A Fernando no le interesan los varietales, él se juega por los blends, la mezcla de uvas.
«Es una cuestión de gustos -aclara-. Me gusta la guitarra, me gusta viajar en moto, me gustan los autos. Y en el caso de los vinos, para mí tienen que ser ricos, fáciles de tomar y complejos a la vez. Eso lo encuentro más en el blend, me saben más complejos que los de una sola uva. Lo relaciono más con un trío: guitarra, bajo y batería. Y cuando se destapa el vino, la voz se la pone el intérprete al tomarlo. Y cada cual le da la suya».
Fernando se toma su tiempo para hacer el blend: «Pienso y busco entender cómo va a evolucionar, cuál es su acidez natural y qué trucos hacer. Con mis vinos, Vanthra y Cantor, logré que sean ricos, complejos y fáciles de tomar. Además, los probás y parece que fueran mucho más caros de lo que salen».
Y continúa: «Para esta última cosecha mi ritual fue estar cuatro días viviendo dentro de la bodega, al pie de la cordillera, en Mendoza. Subimos a la terraza, tocamos con algunos amigos. La idea es estar en el Valle de Uco y entrar en sintonía con los espíritus de la tierra, con los espíritus del vino. De repente llega el momento, me siento y hago el corte. Entro como en un trance donde lo que me está pasando es mucho más de lo que me pasa en boca. Es sumergirte en otro universo y dejar que la alquimia sea el eje vector. Luego, mientras espero el vino, voy a Mendoza, les canto a las barricas, las tocamos, hacemos percusión, vamos con la guitarra. Son mi creación, son un ente vivo, tanto espiritual como físico. Adentro todo está trabajando, evolucionando, y por eso no hay dos botellas de vinos iguales.
Cuando componés, ¿tomás vino?
Tengo mis momentos. Hay un tema que es de los que más me gustan, uno que hacemos con Vanthra, es el que abre el show y se llama «El desierto de Dios». Es un tema que escribí entre Buenos Aires, Córdoba y mucho en Mendoza y México, pero siempre con la cabeza en el Valle de Uco. Empieza diciendo «una linda flor destila fronteras». Y hago referencia al vino Linda Flor 2009, de Marcelo Pelleriti, un Malbec y Syrah que nunca me voy a olvidar. Y sigue. «tiempo de salir y mirar afuera». Justamente me iba a México, que para mí también, al igual que Mendoza, tiene mucho de desierto. Las presentaciones de vinos también las convierto en un show. Toco mucho en Los Ángeles, Francia, Argentina.
Gustavo Santaolalla
Compositor, músico, productor musical, documentalista. Líder de Bajofondo, propietario de un sello discográfico y winemaker. Con 18 Grammy, 2 Oscar, 1 Golden Globe, dos Bafta, entre muchos otros premios, es el único músico argentino con bodega propia. Un proyecto que comenzó en 2005, que se llama Cielo y Tierra, y que hoy marca su propio ritmo de éxitos internacionales.
«Creo que el vino es una cosa sumamente creativa y cuenta con eso que tiene la música, que no siempre sale de la misma manera cuando la tocás, porque hay muchos componentes que la hacen -dice el exintegrante de Arco Iris-. En el caso de la música, elegir los acordes, la melodía; en el caso del vino, es determinar cuándo regás, cuánto podás o no. Existe un paralelismo, porque es una actividad sumamente creativa y yo encuentro una relación entre el vino y la música», explica Santaolalla durante su estadía en Buenos Aires, luego de su participación en Estados Unidos invitado por Eric Clapton, otro show en Dallas y una semana con 14 horas diarias de grabación en Madrid.
«Una de las cosas que siempre tuve claro, era que no me interesaba hacer un vino de celebrity -advierte-. Tuve la suerte y la bendición de tener muchos reconocimientos en mi vida, pero nunca me interesó hacer un vino para que fuera «el vino de Santaolalla». De hecho, siempre dije que si algún día un vino lleva mi nombre o apellido, a lo mejor lo pondrán mis nietos. Tengo mucho respeto por el negocio del vino y lo considero un negocio de familia y de generaciones. Lo que sí me interesa es que la gente tome un vino y que diga: «Qué buen vino, quién lo hace», y que recién ahí se entere de que lo hace alguien que viene de otro camino en la vida que no era necesariamente el vitivinícola. Me ha pasado y he tenido esa satisfacción. Es muy distinto que cuando uno le pone su marca al vino. Es muy válido y puede ser divertido también, no tengo nada en contra de eso, pero en mi caso el compromiso con el proyecto es de otro calibre».
¿Por qué hacer tu vino?
Siempre tuve la ilusión poética del vino. Siempre encontré una conexión entre el vino y el arte, y como amante de la comida, todo el mundo sabe que no hay mejor compañía para una buena comida que un buen vino. Cuando dejé Arco Iris -y todos esos años de abstinencia- comencé a tomar vino y comer carne. Dejé de ser vegetariano, aunque hoy lo soy nuevamente. En ese entonces empecé a apreciar nuevamente ciertos placeres de la vida. Con mi mujer, Alejandra Palacios, teníamos el sueño de tener un viñedo.
Finalmente, en 2005, Santaolalla compró dos fincas que bautizaron Luna, como su hija, y así comenzó el proyecto que hoy en día es la bodega Cielo y Tierra.
A la hora de elaborar los vinos, trabaja mano a mano con el enólogo Carlos Chavero. «Me gusta participar en los ensambles y los blends; elegir los varietales y mezclarlos es algo que no me resulta nada complicado porque me manejo muchísimo con mi intuición».
Respecto de los nombres de los vinos, Celador tiene que ver con una canción suya que grabó Mercedes Sosa, que se llama «Celador de sueños». «Algo que también se conecta con wine cellar, con celar, con cuidar. Era el vino que buscábamos para cuidar el proyecto. Don Juan Nahuel es por el nombre mi hijo y Callejón de las Brujas hace referencia al callejón que conduce a nuestra finca, que queda en Lulunta». De esta línea premium, acaba de lanzar un blend de blancos y otro de varietales más exóticos. «La idea es darle opciones a la gente joven que quiere probar varietales que no sean los comunes. En general, los buenos cuestan mucho dinero; nosotros queremos hacer algo más accesible para que la gente pueda probarlos. Algunos serán el tannat, el canarí, el petit verdot, y también un raro malbec blanco».
Juanchi Baleirón
Es productor, guitarrista y cantante de Los Pericos, pero además de su pasión musical profesa a viva voz su amor por la gastronomía y los vinos. Tiene un programa de radio que se llama Asado Vegano, en Nacional Rock, produce vinos, cocina y también cuenta con su aceite de oliva y su aceto balsámico, indispensables para terminar sus preparaciones.
¿Por qué quisiste tener tu vino?
Soy fanático del vino. Desde hace mucho me interesé en conocer quiénes eran los hacedores del mundo del vino y hace 10 años me hice muy amigo de Ale Vigil y Marcelo Pelleriti. Primero Marcelo me regaló una barrica vacía nueva, francesa, y me dijo: «La llenás con lo que quieras, la dejamos unos años y después la embotellamos y vemos que hacés». Quedé como loco, imaginate yo, fanático del vino, con los viajes, con el conocimiento que tenía y que un número uno me proponga eso. Es como si me dieran la cinta de los Beatles y me dijeran: «Mezclala». Armé mi blend y, como le había puesto tanta garra, decidí elaborar también un malbec para salir a competir al mercado. Le puse Malbecaster, por el nombre del famoso modelo de guitarra Stratocaster, y para la etiqueta me ayudó Federico Dell Albani, diseñador de tapas de discos. Más adelante saqué un rosado con el nombre Pink Flood, y obviamente en vez de una guitarra está el bajo de Roger Waters. El tercer vino es el Gran Baleirón (una guitarra acústica), ese que dio origen a esta historia, aquel vino de la primera barrica -que luego fueron siete- y que es el vino de alta gama, que logró 93 puntos. Ahora se viene un espumante que se llama Champ Amp y este tiene un amplificador en la etiqueta.
¿Cómo lo vendés?
Al vino yo le pongo el cuerpo, voy a las ferias, me pongo en el mostrador, cuento la historia, a veces llevo la guitarra y le doy color: por qué me interesa, por qué me apasiona estar detrás del vino. En mis redes sociales ( @JuanchiBaleiron), estoy constantemente bombardeando. Hay gente que tiene muy separada su carrera musical del vino; yo lo tengo todo mezclado porque me gusta y me defino así: con la música, la gastronomía y los vinos. El vino es como la música, no hay que explicarlo. A mí me gusta hacer un vino con estribillos. En la banda tocamos música con estribillos y la gente canta. Me gusta que el vino tenga eso, calidad y estribillo.
Adrián Barilari
Es el cantante de Rata Blanca, la banda que lleva más de tres décadas desparramando su heavy metal clásico por toda América Latina. Justamente entre vuelo y vuelo, debido a una gira por Colombia y otros países de la región, se refirió a su pasión por los vinos.
«Con los años me fue interesando más y vi que había varios artistas que tenían su marca. Casualidad o no, en un viaje a Mendoza conocí a un amigo, Gabriel Guardia, que es una persona abocada a esto. En un asado me dio un empujón y me dijo: «Tendrías que tener un vino con tu nombre». Primero lo tomé como una broma, pero con ayuda elaboré un malbec que se llama Abuso de Poder. Como me gustó y resultó muy bien, ahora estoy trabajando en uno nuevo que se llama Infierock, que es un rosado». Cada uno de los vinos lleva el nombre de los discos de su carrera solista.
Tener los vinos con su nombre le dan a los fans de la banda la posibilidad de tener algo más, como una remera o un disco, «Me encanta el vino y lo veo como parte del merchandising. La idea del vino es que sea rico y que le dé la posibilidad al fan o a la pareja de tener en su mesa el vino de Adrián y probarlo, obviamente dando un buen producto. Son vinos que están entre los 200 y 300 pesos». Cuando presentó su último disco solista, titulado Infierock, ofreció los nuevos vinos Rosé que se llaman igual que el corte.
¿Por qué quisiste un rosado?
Porque era como tener la pareja. «Abuso de poder» es un malbec de corte muy suave pero profundo, está pensado para hombre y mujer. Todos me preguntaban para cuándo el rosado o el blanco, entonces con la gente de Antigal hicimos un cabernet vinificado como rosado. Es rico, fresco y muy frutado. Ahora que se acerca el verano va a ser para tomarlo bien frío.
Coti Sorokin
Cantante y compositor rosarino, vive entre España y Argentina, tiene su propia cava y colecciona etiquetas de los lugares que visita. Pero sobre todo, el vino es la bebida que elige tener siempre en el camarín de sus conciertos. «Soy tomador de vino, descubrí diferentes denominaciones de origen viviendo en España y me hice un poco aficionado. Cansado de que los promotores de conciertos me pusieran vinos malos en los camarines, un día Marcelo Pelleriti me ofreció hacer mi propio vino para mis conciertos.
Y así lo hicimos. En realidad, en principio era para mí, para las giras, y después resultó tan bueno que decidimos sacarlo a la venta».
¿O sea que de un capricho personal pasó a ser un negocio?
No sé si llamarlo negocio, no me lo tomo con la presión de un negocio, pero me gusta todo lo que rodea al vino, me parece algo muy disfrutable, muy noble y me interesa; pero no me siento un empresario del vino. Me parece que marida mucho con la música y yo soy tomador de vino. Si tengo que elegir, elijo el mío, lo tomo casi todos los días y en mis conciertos me lo llevo siempre de gira.
Para Sorokin, hay un gran paralelismo entre el vino y la música: «Intento escribir canciones que vayan mejorando con el tiempo. No escribo canciones de usar y tirar como las gaseosas; escribo canciones como los vinos, canciones que ya tienen 15 o 20 años. Canciones que siguen vivas y se ponen cada vez mejores».
Y con canciones también lo presenta, lo hace como en un concierto. «Hago conciertos en lugares pequeños donde muestro el vino y hablo de él. Sobre todo de Verso, que es el que ya está acá en Europa. Vagabundo es el último». Coti elaboró su vinos luego de seleccionar entre una veintena de varietales de distintas añadas y latitudes. «No tenía ninguna referencia ni números, los fui probando y de cada uno escribía versos acerca de lo que me generaba esa muestra. Los versos me servían para recordar cada gusto que iba probando. Así fue que elegí los versos más lindos y salió el vino. Se produjo a partir de un juego muy lindo».
Dice que a sus clientes europeos el vino les encanta. «Se vuelven locos. Verso les resulta un vino parecido al Ribera, que es de España. Es fácil de tomar porque lo hice pensando en poder tomarlo a cualquier hora, está conpuesto por malbec, cabernet y syrah. Por eso lo tomo antes de los conciertos. No es un vino pesado, tomás una copa y estás perfecto, lo podés tomar incluso fresco. Gusta mucho». Hace unas semanas lo presentó en París y ya se vende en Barcelona, Málaga, Extremadura, Coruña y Madrid. Su otro vino, Vagabundo, es un cabernet franc.
Germán Daffunchio
El líder de Las Pelotas, también incursionó con el vino gracias al empuje de Alberto Moles, mendocino y director de PopArt y Tocka Discos. Como relata Moles, «a Germán le gusta mucho el vino y siempre que viajámos a tocar en Mendoza me decía que quería conocer una bodega, así fue que con mi amigo Pablo Silvestre, de Comercio Exterior de Las Perdices, le presentamos a Carlos Muñoz, director y winemaker de la bodega. Se fue tan entusiasmado por la historia de la bodega familiar que dijo: ‘Tengo ganas de hacer dos vinos, uno con el nombre Víctimas del Cielo y el otro con Brindando por nada’».
Así que fue que entre Mendoza y Nono fue probando muestras que le mandaban y ahí surgió el primero, que, como cuenta la etiqueta, habla de lo que soportó una uva para llegar a estar en esa botella: «Soportó piedra, helada, viento y lluvia, fue también Víctima del Cielo. Sin embargo, dio nacimiento a este único cabernet franc para compartir el aire que nos queda», propone Daffunchio en la contraetiqueta.
El otro vino lo pensó en medio del viñedo con la idea que lleve el nombre del disco más vendido de la banda, «Brindando por nada». Y pensando en un público fanático se decidió por el malbec, el varietal referente de la industria para el disco referente de la banda. «Este malbec. Si es el remedio para todos los dolores de la vida, hoy tendrás después, hoy vendrás después un nuevo final. Brindemos por nada», escribió Germán Daffunchio.
En estos días de noviembre, la banda volvió a tocar a Mendoza y a pensar con Las Perdices en lo que se viene. En marzo sacan nuevo disco, que lo presentan en el Hipódromo de Buenos Aires. Nadie Fue y Dando Vueltas son canciones que se vienen, ¿serán vinos también?
Felipe Staiti
Es el histórico guitarrista de Los Enanitos Verdes, la emblemática banda de Mendoza. Además de haber nacido con los viñedos en su paisaje, Staiti no solo hace sus vinos en Mendoza, sino que junto con su hijo, que vive en Italia, elabora vinos de la Familia Staiti en el Véneto.
Desde Madrid, relata que llegó para juntarse con el crítico de vinos Luis Gutiérrez, el que decide los puntajes de Robert Parker para las etiquetas hispanoparlantes. «Aunque ya los había probado en Argentina, le traje el prosecco (espumante) que estoy haciendo en Italia». De su casa mendocina, a la que siempre vuelve, salió de gira por México, Los Ángeles y ahora España. «Luego voy a Italia, en donde vive mi hijo, con quien hacemos un pinot grigio y el prosecco.
En 2012, Marcelo Pelleriti le dijo: «Vos, Felipe, como una persona que ha trascendido las frontera de Mendoza con la música, que vas por todos lados, tenés que tener un vino que nos represente y que hable del lugar de donde uno es». Y el guitarrista de Los Enanitos abrazó esa idea con su corazón. «Como buen mendocino, mi relación con el vino siempre fue algo normal, igual que con la música, porque mi mamá era profesora de piano y mi infancia era ir a ver conciertos de música clásica y estar rodeado de música en el seno familiar. Así fue que Felipe Staiti Wines se transformó un proyecto familiar, Famiglia Staiti, al sumarle los vinos que hago en Treviso con mi hijo. Tenemos un portfolio interesante que exportamos a distintos países del mundo».
En cuanto a gustos, Felipe es un amante del syrah: «Siempre estoy buscando el Santo Grial en el syrah. Vértigo se llama su vino estrella (malbec, syrah y cabernet franc), porque en la primera edición obtuvo 97 puntos por parte del crítico James Suckling y este año los volvió a ganar. Además, produce un malbec que se llama Euforia y un tercero en la línea de alta gama que es un cabernet franc que se llama Honor, con el que obtuvo 98 puntos. «Es de los vinos mejor puntuados de Argentina. Estoy orgullo de poder hacer vino de esa calidad».
Para Staiti, descubrir esta posibilidad le abrió un nuevo panorama en su vida. «Es una aventura muy linda con la que hemos tenido muy buena aceptación y buenos puntajes de los críticos del vino. Eso nos hace apostar al proyecto y nos da el incentivo para seguir adelante. Nunca pensé ni dije que este iba a ser mi modo de vida, como cuando empecé con la música. Cuando comencé con Los Enanitos a tocar la guitarra quise hacer lo mejor y siempre intento eso, de hacerlo con el corazón. Los resultados terminan siendo una consecuencia de la perseverancia y las ganas que uno le pone».
Gillespi
Trompetista, humorista y conductor radial, está a punto de descorchar su vino. Es uno que puso en barrica en 2015 y que hoy está para ser embotellado para salir al mercado.
«Siempre me gustó el vino, pero como bebedor. En una oportunidad que fuimos a tocar a la bodega Monteviejo surgió la idea de hacer un vino. Hacer las catas con Marcelo Pelleriti, para mí, era como estar en Disney. Tener en mis manos el vino puro sacado de esos viñedos que veía por el vidrio. De esas viñas de máxima calidad cosechadas en el Valle de Uco. Imaginate que yo tomaba vino con mi viejo a los 20 años y siempre fui un amante del vino por sobre todas las bebidas, un buen vino no te lo cambio por nada. Siempre me gustó ir a las vinotecas, chusmear la parte de vinos, me gustan las bodegas boutique. Estoy siempre en esa sintonía. Tengo ganas de hacer un curso de sommelier para entender un poco más los misterios del vino, los sabores, los aromas y toda esa cuestión más exquisita para saber apreciarlo aún más».
¿Qué temas y qué vinos que te marcaron?
Pensando en la trompeta, que es el instrumento que toco, tengo una conexión con muchos trompetistas de los 40 y 50. Me gusta mucho Chet Baker, que es un trompetista blanco que tiene un sonido muy melodioso y muy melancólico; Miles Davis, que fue el gran innovador de la época de oro del jazz y el que más discos vendió, es el más famoso, y después me gustan mucho los pianistas como Bill Evans y Thelonious Monk, que es más loco, más arriesgado. Si vamos al terreno de los vinos, por una cuestión de bolsillo, nunca fui de los vinos de alta gama, soy un busca que trata de encontrar buenos vinos a precio razonable. No me compro uno de 1000 pesos, pero por ejemplo el Trumpeter nunca te defrauda, es muy rico y a un precio accesible. Soy muy clásico, también me gusta el Fond de Cave, que también es de esa gama. Igualmente, con los vinos pasa como con todo: tiene que ver el año, lo que pasó con el clima en ese momento, todo el entorno. Igual que en la música, decís que te gusta Genesis, pero cada disco de Genesis es distinto.
Con disco nuevo en bateas, para fin de año Gillespi también presentará con su banda a Don Gillespi, su icónico vino.
- Producción: Dolores Saavedra. Asistente de producción: Tomas Brugués. Asistentes de fotografía: Lucas Vázquez y Lucas Pérez Alonso. Make-up: Greta Bustos @greta.make.up. Agradecimiento: al enólogo Marcelo Pelleritti @marcelopelleritiwines
Pentagramas, olivas y acetos
Para una buena reunión se necesita música, vinos y rica comida, que debe tener su justo balance gracias a los condimentos. Es por eso que primero Nito Mestre y luego otros artistas también se decidieron por completar su álbum gourmet con olivas y acetos. Así fue como Gabriel Guardia, de la olivícola Laur, crea varietales exclusivos para ellos.
«Hace unos cuatro años nos visitó Nito Mestre en su paso por un recital en Mendoza, y lo recibí con un aceite personalizado al que llamé Rasguña las Piedras, y con un Aceto llamado Mr. Jones -explica Gabriel Guardia, el alma pater de Laur-. Como quedó encantado, quiso hacer su propio aceite de oliva, Distinto Tiempo, nombre de una canción de su carrera solista».
El aceite de Nito tiene el estilo de La Toscana, bien picante y amargo. «Se hizo con la variedad de aceituna Arauco, única y típica de Argentina. Logramos un aceite muy equilibrado que manda sobre la comida», explica Guardia, que además elabora para la familia Millán en el único acetificio con la certificación de Módena; hay solo tres más en el mundo. «El mínimo de tiempo que se añeja el aceto es un año, y estamos esperando para los más añejos hasta los 15». Ya llevan ocho. En 15 años obtendrán sólo 60 litros que se venderán, como en Italia, por 100 mililitros.
Guardia elaboró otro junto con Juanchi Baleirón (que también tiene su aceto), con características más versátiles. «A él le gusta cocinar y buscaba un aceite que se pudiera usar para todo tipo de preparaciones. Que no protagonice la comida, sino que realce los sabores. Por eso elegimos un corte de arauco y arbequina, más herbáceo, que recuerda también al tomate».
También Fernando Ruiz Días hizo su aceite, que se llama Mágica Vida, pensando en un nombre para su hija.
Fuente: Sabrina Cuculiansky La Nación