Firme en el primer puesto del ranking elaborado por U.S. News & World Report, la dieta mediterránea es, sin discusión, saludable, equilibrada, fácil de seguir y genera resultados óptimos tanto en un plan de mantenimiento como de para bajar de peso. Basada en alimentos frescos provenientes de las regiones cercanas al mar Mediterráneo, el resto del planeta trata de adoptarla. En nuestro país, es también posible hacerlo si se adaptan ciertos productos que en estas latitudes no están tan al alcance de la mano.
Sin restricciones, se trata de una dieta que no presenta dificultades en el día a día porque “es, en realidad, un hábito alimentario que heredaron los pueblos que rodean al mar Mediterráneo, con el aprovechamiento de su propia producción de alimentos, debido a que no existía la posibilidad de intercambiar costumbres, productos y estilos, como ocurre en la actualidad”, aclara la licenciada en nutrición Jorgelina Latorraga, jefa del servicio de Alimentación y Nutrición del Sanatorio Finochietto y miembro del equipo médico de Wellness de ASE Nacional.
Los profesionales de la salud saben “que no es una dieta de moda; ha sido reconocida por la Unesco como una alimentación equilibrada y saludable”, añade la profesional.
Aceite de oliva, pescados de mar, pollo -dos veces por semana-, lácteos enteros, granos enteros, semillas, frutas, verduras y legumbres son la base de una dieta que “permite una alimentación casera, armoniosa y con aporte de grasas de buena calidad, omega 9, omega 3 y mucha fibra alimentaria”, señala Latorraga. Las carnes rojas no se descartan, pero “se limitan a tres veces por semana”, indica.
Sus beneficios en la salud son muchos: a corto plazo evita la constipación, baja el colesterol malo, sube el bueno y permite un equilibrio en los niveles de glucemia, triglicéridos y ácido úrico, “por lo que también se la llama dieta protectora cardiovascular”, apunta la nutricionista.
A largo plazo, este régimen alimentario, convertido en hábito, sumado a una vida activa, contribuye al descenso de peso, mejora la flora intestinal o microbiota y los problemas de distensión abdominal y pólipos intestinales. En la disminución de grasa corporal, la dieta “tendrá un impacto proporcional a lo que se venía consumiendo. Por ejemplo, si el desayuno consistía en galletitas rellenas o facturas y durante el día se bebía gaseosa regular con azúcar, el descenso será más rápido que si se comía más equilibradamente”, explica Latorraga.
Lejos del Mediterráneo, en Argentina el clima y las condiciones son diferentes, pero la dieta mediterránea se puede adaptar a esta realidad. “La calidad de los nutrientes puede cambiar de un país al otro; el acceso a pescados no es fácil para todos y la vida urbanizada puede complicar la naturaleza de los alimentos. Pero, puedo confirmar que, según cómo estén alimentados los peces, hasta los de río pueden tener algo de omega 3″, acota la profesional.
El omega 3 -fundamental para conservar un cerebro y un corazón saludables- que provee el pescado de mar también puede obtenerse de semillas de chía o de lino, así como también de caballa, atún y sardinas enlatados “que contienen más sal, pero seguro que es menos que lo que contiene un salame o un queso de picada”, recalca. Para minimizar la presencia de sal, recomienda lavarlos y usarlos en rellenos y preparaciones.
Otro nutriente presente en la dieta mediterránea es la fibra. En este caso, la nutricionista no advierte diferencias entre un país y otro, pero aconseja preferir la versión integral y los granos enteros, es decir, el arroz salvaje, la quinoa, el trigo sarraceno, la avena y el amaranto. En cuanto al aceite de oliva, “los argentinos producimos muy buenas calidades y es suficiente con que sea extra virgen. Esto quiere decir que sea de la primera prensada, para que contenga la mejor calidad de omega 9″, destaca la especialista.
Fuente: Malú Pandolfo, La Nación