Para su gran día, ella tiene todo pensado. Algunas de las veintiocho obras que integran su segunda muestra de pintura irán ubicadas en el espacio que funciona como distribuidor, donde ahora hay una obra de Julio Le Parc y el inmenso cuadro de Rómulo Macció. Otras irán en el primer living, donde está la biblioteca, y en el segundo living, donde hay otro Le Parc y obras gigantes de Guillermo Conte. En todo el jardín y alrededor de la pileta, distribuirá las restantes. Y habrá flores, muchos amigos y su gran familia. “Estoy feliz”, dice a ¡HOLA! Argentina Elena Lynch de Grondona, mientras controla los cuadros –todavía embalados– que esperan en el hall de entrada.
Ubicada en Barrio Parque, un oasis porteño de belleza, silencio y verde, la casa tiene en cada uno de sus rincones el buen gusto inconfundible de Elena, el único y gran amor del reconocido periodista y analista político Mariano Grondona. Fue ella quien descubrió la propiedad y convenció a su marido –conductor de programas que hicieron historia, como Tiempo nuevo y Hora clave– para comprarla. Desde entonces, llevó adelante dos grandes reformas: la primera, cuando los hijos de la pareja (son tres: Mariano, abogado; María, decoradora; y Jacinta, artista visual) eran chicos y otra, cuando se quedaron solos. Y fue Elena, inquieta y detallista (y muy coqueta: evitará en todo momento revelar su edad), quien se encargó de diseñar y decorar cada espacio. “Mariano nunca objetó ninguna de mis decisiones estéticas: siempre me dejó hacer…”, cuenta ella, que es abuela de nueve chicos, bisabuela de seis y autora de muchas de las pinturas que visten sus paredes. “No soy pintora; yo pinto”, aclara con una sonrisa.
–¿Y qué pinta?
–Mis inspiraciones son varias… Tengo, por ejemplo, una serie con caballos, todos con crines largas, divinos. Cuando mi hijo Mariano vio las pinturas, me dijo: “Pero mamá, ¡estás pintando caballos femeninos!”. [Se ríe]. Y le respondí: “¿Que querés que te diga? Soy mujer, soy femenina, pinto cuadros a mi estilo”. Tengo varias series de lámparas… Esa fue una etapa de iluminación [se ríe] y otra, de vestidos. “¿Por qué no pintar esos vestidos divinos que las mujeres lucimos desde la época de los palacios?”, me dije. Pinté varias obras con ángeles y también algunas piezas que son producto de fantasías. Cuando la NASA anunció el descubrimiento de un nuevo exoplaneta en el que podría haber vida, empecé a preguntarme cómo serían esos seres y qué pasaría si aparecieran en la Tierra. Y el resultado fue una pintura en donde hay personajes negros y personajes blancos. En esta segunda exposición que realizo, se verán todas mis etapas.
–¿Pinta desde siempre?
–No. Se ve que se despertó una célula que tenía dormida. No pinto a modo de terapia: es algo mío. El arte, la decoración y las actividades manuales me apasionan de toda la vida. Hace algunos años patinaba muebles y hacía porcelana. Mi hija Jacinta me recomendó una compañera suya, Clara Viale, que tiene su atelier en San Isidro. Habría estudiado Historia del Arte o Bellas Artes; pero, por un lado, soy de esa generación en la cual no se alentaba a las mujeres para que estudiaran y, por el otro, no me dio el tiempo para estudiar: me casé muy joven, a los 18 años.
–¿Lo dice con algo de angustia?
–¡Pero no! ¿Por qué me iba a angustiar? Tuve una vida increíble con Mariano: activa e interesante. Por su trabajo, viajamos muchísimo, vivimos un tiempo en los Estados Unidos [cuando él dictaba clases en la Universidad de Harvard]; conocí gente espectacular. Mi casa ha sido siempre lugar de reunión: no sabés la cantidad de gente que he recibido acá… Los políticos y los presidentes que se te ocurran, incluso, Salman Rushdie. Hubo momentos en la historia de Mariano en la que no se podía ni siquiera cocinar porque el teléfono y las puertas no daban abasto.
–Bueno… podría ser divertido, pero también podría haber generado un poco de fastidio.
–¡Ningún fastidio! Yo acompañé siempre. Por su rol, Mariano tenía muchas limitaciones. Me ocupaba de los chicos y, como tenía más tiempo, recorría galerías, iba al Instituto Di Tella, podía enterarme de las novedades que sucedían en el mundo del arte. Él era más tranquilo. Yo, en cambio, era más fiestera. “Fiestera” en el sentido de ‘más salidora’. [Se ríe].
–Se compensaban.
–Éramos distintos: él venía de una familia en la que su padre había muerto muy joven [Mariano Grondona tenía un año cuando murió su padre, que se llamaba igual que él] y su madre [María Emilia Poggio] llevó el rol de viuda toda su vida. Era una familia un poco tristona: Mariano era el único varón después de tres hermanas. Mi familia, en cambio, era divertida: yo soy la tercera de siete hermanos. En mi casa, había gente todo el día. Nos conocimos en el campo y nos casamos en 1956.
–Y cuando los chicos eran chicos, ¿Mariano era el que ponía paños fríos en las peleas?
–Te aclaro que yo también fui de amenazar con eso de “Van a ver cuando vuelva papá”. Pero, al final, cuando Mariano volvía a casa, no hacía nada. [Se ríe]. Él estaba enganchado con lo suyo, con la política. Nunca se tomaba vacaciones. Es verdad que íbamos a Punta del Este en verano, pero seguía leyendo, estudiando. Sí, él era tranquilo y estaba siempre concentrado, pero hacíamos planes. Con Bernardo [Neustadt], con quien éramos muy amigos, salíamos un montón. La etapa que más salimos los cuatro juntos fue cuando él estaba con Any Costaguta; con Claudia Cordero Biedma un poco menos y nada-nada con Adriana Díaz Pavicich. Con Mariano nos teníamos respeto mutuo y admiración. Con inteligencia, se puede alcanzar una relación de pareja exitosa.
–¿Cómo impactó en su vida el accidente cerebrovascular (ACV) que su marido tuvo hace doce años, en mayo de 2012?
–Quien la ha vivido de cerca sabe bien que la enfermedad cerebrovascular es brutal; es un problemón familiar. Tener un derrame en el cerebro afecta absolutamente todo. Mariano era una persona superactiva, vivía trabajando, en la radio, en la televisión, viajaba y daba conferencias… De pronto, todo eso se detuvo. Mi vida cambió totalmente. Por suerte, yo no tengo problemas físicos y tengo a mi familia, que me ha acompañado mucho.
–Una de sus últimas apariciones en público fue en 2019, cuando fue a votar.
–Al principio, las secuelas del ACV fueron más suaves: aunque tenía dificultades para caminar y problemas en una de sus manos, pudo participar en varios programas [hasta 2016, hizo Hora clave acompañado por el periodista Pablo Rossi]; y también en radio [hasta que se retiró definitivamente, hizo Pensando con Mariano Grondona con Carlos Strione, por Radio Latina]. Podía pasear por la calle, una actividad clave para que se despejara un poco y que no estuviera ajeno del mundo. Después, eso se volvió más difícil; dejó de interesarle.
–Habrán descubierto otros intereses…
–Mariano, por ejemplo, no fue más a su escritorio. Todo sigue ahí, su biblioteca con sus libros… pero se le borró. El escritorio está en el entrepiso que tiene la casa y yo, muchas veces, solía espiarlo mientras, por ejemplo, preparaba una clase para la facultad [además de escritor, ensayista, sociólogo, Grondona fue profesor universitario]. Él fue siempre muy estricto consigo mismo: todos los días leía muchísimo. ¡Si lo hubieras visto! A mí me asombraba. Era como un chico del colegio que no paraba de estudiar; se sabía todo de memoria. No repetía nunca un tema; sabía griego y latín. También jugaba al tenis y le encantaba andar a caballo. Pero se acabó el tenis y no anduvo más a caballo ni nada. No puede hacer ejercicio físico. Gracias a Dios, la televisión existe. Porque, para un enfermo como él –¡y hay tantas personas en su mismo estado!–, la televisión es una gran compañía. Ve las noticias y películas. Series no porque ese formato supone una gran memoria: para avanzar con los capítulos, tenés que recordar lo que pasó en el anterior.
–Ser cuidador de una pareja, hijo o un ser querido supone un gran desafío…
–Si tu marido –o al familiar que le haya pasado algo así– tiene que ir al dentista o al oculista, no lo acompañás: va solo por sus propios medios. Pero, en este caso, no sucede eso: Mariano no hace nada solo; yo lo llevo a todos lados. Hace unas semanas fuimos a Pehuajó, al campo, y estuvo con una tos tremenda. Me asusté muchísimo: pensé que podía derivar en neumonía… Todo lo que hacés como acompañante te sale de manera natural. Se trata de acompañar, de cuidar con mucho amor y de adaptarse a la situación sin dramatizar. Hay días que son bravísimos y en los que tengo el tiempo muy acotado. Pero hay otros en los que Mariano está tranquilo. Entonces, después de recibir a los enfermeros y al médico y, mientras él está mirando televisión, yo pinto y pinto. O, como ahora, descuelgo algunos cuadros para subir otros y me reúno con el florista para definir qué flores habrá en mi vernissage.
Fuente: La Nación