La pesadilla cotidiana del librero: cuántos y qué tipo de libros se roba por mes en los locales de la ciudad de Buenos Aires

Siempre entra cuando hay gente y nunca saluda, ni al llegar ni al irse. Con imperturbable seriedad revisa uno por uno los estantes de la librería. Cada rincón, cada centímetro. (…) A veces agarra un libro y lo mira, lo abre, pasa sus hojas, lee un poco, después lo deja. Nunca pregunta un precio. Jamás compró un libro. No conozco el sonido de su voz”. Este relato que Patricio Rago -escritor y librero de “usados”- plasmó en su libro “Ejemplares únicos” (editorial Bajo La Luna) no se refiere en lo más mínimo al –en adelante mítico- embajador mexicano Oscar Ricardo Valero Recio Becerra, que por estas horas está en boca de todos, tras haber intentado manotear un ejemplar de 590 pesos de la librería El Ateneo-Grand Splendid. Sin embargo, el ladrón de Rago también es real.

Algunos los llaman “ladrones». Otros más condescendientes, “clientes que se llevan libros”. Clarín habló con varios encargados de locales de algunas librerías porteñas y las respuestas, aunque no se basen en resultados cuantificables, mostraron sorprendentes coincidencias: se roba libros y se roba mucho. La preferencia es por los best sellers, las “novedades” y, llamativamente, los de psicoanálisis. Y así como hay varias modalidades de “choreo”, predominan dos tipos básicos de ladrones.

Algo de esto resumió la encargada de un local de una prestigiosa cadena de librerías, ubicado dentro de un shopping en el barrio de Caballito: “La cantidad depende de la ubicación, pero, luego de haber trabajado en varios locales, realmente sé que pasa muy seguido. Aprovechan cuando hay muchos clientes, los fines de semana. Y, también, cuando no hay mucho personal”. ¿Cómo miden esas variables? “Tienen todo calculado. Observan. Sin embargo, nosotros también”, dijo con firmeza.

Es que, según esta vendedora, las mismas personas van yirando de librería en librería. Y entre los locales se pasan la información: los rasgos de la persona o, incluso, fotos: “Hoy tenemos a varios señores identificados, de modo que muchas veces podemos prever la situación y evitarla. Uno los ve y sabe”.

Sin embargo, son muchas las veces que los merodeadores se salen con la suya: “¿Una cifra? Si tuviera que arrojar un número diría que son unos 30 a 40 los libros faltantes cada mes”.

En las inmediaciones de Scalabrini Ortiz y Corrientes, a Betty la conocen todos. Es la histórica encargada de la librería Nadir. “Al ser esto muy barrio, uno conoce a todos los que entran y por eso no faltan más de tres o cuatro por mes”. En otras sucursales es mucho peor, aseguró: “Me acuerdo cuando abrió el local de Villa del Parque: en la entrada había un panel con las Obras Completas de Freud y minutos después estaba vacío. Por eso algunos libros de psicoanálisis, como los de Freud o Lacan, que son muy caros, los tengo más cerca del mostrador”.

Para reventa o uso personal, los dos objetivos de quienes roban libros, según los libreros. / Shutterstock

Para reventa o uso personal, los dos objetivos de quienes roban libros, según los libreros. / Shutterstock

Ese diagnóstico coincide con lo que observan en el local del shopping de Caballito: “Los de psicoanálisis directamente no los exhibimos en los estantes. Lo mismo, los que piden para lectura complementaria del colegio, que tienen demanda constante. Esos van a parar atrás del mostrador”.

“También en Belgrano roban mucho”, siguió Betty: “Ahí siempre robaron a mansalva. Hace diez días nos mandaron una foto de una señora con el aviso de que robaba libros. Parece que se había metido uno en la bolsa y el encargado la agarró y le dijo ‘dámelo o llamo a la Policía’. Ella lo tuvo que devolver, pero se hizo la ofendida”.

También en su local a veces pierde el control: “No me acuerdo si era Historia de la belleza o Historia de la fealdad (ambos de Umberto Eco), pero era un libro gordo y muy caro. Lo dejamos en la mesa frente a mis ojos y, un minuto después, no estaba. Yo les digo a los chicos (los vendedores del local) que estén cerca de la gente, pero no es fácil. Vos les ofrecés ayuda y te dicen ‘no, gracias… estoy mirando’».

Estrategias de los que roban

El ingenio de la metodología de robo es información que los libreros comparten. Según Betty, “hay quienes sacan el libro y lo dejan apoyado por ahí, o lo ponen en otro estante. Después dan una vuelta por el lugar, vuelven a pasar y, chau, se lo llevan”.

Es común ver libros recién salidos al mercado en las ferias de usados. / Archivo

Es común ver libros recién salidos al mercado en las ferias de usados. / Archivo

En la librería del shopping referida más arriba aseguran que “lo más usual es que se metan el libro en la campera, cosa que en verano es más difícil. Cada tanto se ve alguno que agarra un libro y sale corriendo, aunque estando adentro de un shopping es medio jugado”.

La encargada de ese local explicó que “algunos roban para consumo propio y otros parecen más organizados… por ahí tienen un puestito en una feria o los venden online”. Sin embargo, agregó: “No creo que nadie robe por falta de dinero. O sea, el libro no es un producto de necesidad básica. En todo caso te lo robás por el fetiche que te representa el libro”.

Patricio Rago, escritor y librero de Aristipo, en Villa Crespo, compartió su experiencia en materia de “usados”: “No te puedo decir cuántos se roban porque no me gusta estar encima de los clientes, es muy violento… Y en el caso de los usados es difícil llevar un catálogo completo de lo que tenés. Pero siempre hay una sospecha, una duda frente a gente que entra y tiene un comportamiento extraño”.

¿Un ejemplo? “Me pasó con un tipo del que me habían advertido con una foto. Entró y vi que tenía una mochila en la que claramente había objetos pesados. Se creó una cuestión energética, una atmósfera, como si fuera un duelo del lejano Oeste. En esa tensión, el tipo sabía que yo lo estaba mirando fijo y que él no podía hacer nada”.

Por precaución, algunos de los libros más caros son guardados tras el mostrador de ventas./ Shutterstock

Por precaución, algunos de los libros más caros son guardados tras el mostrador de ventas./ Shutterstock

Para Rago, los ladrones se dividen según su objetivo: “El que roba para vender, como un trabajo o changa, y también el que tiene un morbo o esa adrenalina del gran lector. Creería que al embajador de México lo movió esa adrenalina…”

En cuanto al «cómo», Rago explicó que “además del clásico de la campera está el que entra al local con dos o tres libros bajo el brazo y, en un momento de distracción, suma uno a la pila”.

Con las mejores intenciones

Una suerte de «panacea» para el ladrón de libros son los eventos multitudinarios. Por ejemplo, la Feria del Libro, contó María Teresa Carbano, presidenta de la Fundación El Libro y directora del Grupo Imaginador: “Los robos en la Feria del Libro son bastante usuales. Incluso lo viví como expositora… No sé si es una cantidad impresionante, pero ocurre y es parte del riesgo.”

Sin embargo, Carbano le dio una interesante vuelta de tuerca a toda la cuestión. Porque, desde cierta perspectiva (“que podría resultar un sacrilegio”, afirmó), robar libros es un hurto sujeto a una naturaleza diferente.

“Posiblemente haya casos de gente que roba para vender y también creo que la necesidad de los últimos tiempos quizás agudizó esto un poco. Pero cuando alguien roba un libro digo, ‘bueno, pero es un libro’”, admitió, y contó: “Justo vengo de la feria de Guadalajara. Expusimos en el pabellón de Argentina. Ya el primer día que hubo jornadas profesionales nos robaron un libro. Hablando de esto con la persona a cargo del stand, terminé diciéndole: ‘Por lo menos quiere decir que le gustó’”.

Luis Mey es escritor y trabajó diez años en Yenny. Aseguró que «se roba muchísimos libros, pero hay que destacar a los guardias del Splendid (se refiere al ex cine que ahora es la librería en la que robó el embajador). En general vienen de trabajos en fábricas, trabajos nocturnos bastante horribles, y se nota el amor que le ponen a que el robo no suceda en librerías. Se los ve felices de por fin estar haciendo algo que vale la pena«. Y agregó: «El ladrón de libros puede portar cualquier máscara, y en el caso del embajador es clarísimo».

Rago coincidió con esa idea: “Debe haber una especie de carácter mágico del objeto por lo cual no está tan mal visto, como eso de prestar un libro y que no te lo devuelvan. O la carga romántica del estudiante que no tiene un mango y se roba un texto de Onetti o de Borges”.

Carbano, por fin, concluyó: “Se sabe que si uno tiene un vehículo de la editorial para transporte libros y le imprime la leyenda ‘transporto libros’, es más difícil que te lo roben. Porque, salvo los regímenes fascistas, que queman libros, en general el libro se respeta. Al ser transmisor de conocimiento, tiene un plus. El libro está sacralizado”.

Fuente: Clarín