Qué es el síndrome de switch off y por qué nadie te contesta el teléfono en estas fechas

María Freire llamó esta mañana a un juzgado de Capital por un trámite pendiente. «¿Adiviná si me contestó alguien?», le dijo a su marido. La respuesta obvia fue que no.

Leticia Marquez está esperando que le den una respuesta de la inmobiliaria por una casa que quiere alquilar. «Hasta la semana que viene, nada», le dijeron. Renata Núñez llamó al plomero porque tiene la casa inundada. «Ni me contesta los mensajes», dice. Parece que todos, el juez, el martillero y el plomero estuvieran invitados a la misma fiesta y dejaron sus teléfonos en modo avión. El problema parece ser un rasgo muy argentino que cada vez se profundiza más. En la semana que va entre Navidad y Año Nuevo, no pasa absolutamente nada relevante. Y si se trabaja, se hace en modo piloto automático.

En Brasil, a este período le dicen Reveillon y es como un feriado mega extralargo donde se rebota de fiesta en fiesta hasta el Año Nuevo. En Estados Unidos, durante las «holiday season», los chicos no van a clase y los grandes se inventan un paréntesis en el tiempo, como una capsula que los transporta al nuevo almanaque. En Argentina, los días laborales que quedan atrapados entre las dos fiestas, desencadenan lo que algunos especialistas comenzaron a llamar síndrome del «switch off«. Se vive como una época de desacelere repentino, en la que casi no se toman decisiones importantes.

«Se trata de un fenómeno social que se viene dando desde hace unos años, tal vez sin que las personas tengan mucha conciencia de ello: unos días antes de Navidad y unos días después de fin de año se produce un paréntesis, una desconexión en las actividades cotidianas sobre todo las laborales para conectarse con otro tipo de tareas y situaciones, sería algo así como haber terminado el año laboral antes y se escuchan frases como ´ya cerré el año, lo pendiente y lo dejaré para el año próximo ,este año ya está´. Este periodo incluye a veces las vacaciones y de a poco, luego, la mayoría de las personas vuelven a reconectarse a partir de febrero o marzo», dice Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

» Vivimos en la sociedad del cansancio, parafraseando a Byung-Chul Han (ensayista surcoreano). Se trata de una sociedad de alto rendimiento, activa competitiva, narcisista con numerosa información para procesar y que produce, un agotamiento y cansancio excesivo como estado psíquico. Este cansancio aísla al individuo los separa lo enajena trayendo como consecuencia la ruptura del lazo social; por lo tanto una forma de defenderse, un mecanismo de defensa frente a esta situación, está relacionado con este paréntesis, este lapso de tiempo qué las personas se toman para recuperarse y recuperar los lazos afectivos», agrega Cruppi.

Nada de tomar decisiones difíciles. Ni siquiera las más cotidianas. Cualquier cosa que vaya más allá de definir el menú de fin de año o de armar las valijas para aquellos que se van de vacaciones, pasará para el comienzo real del año, que es marzo.

Gambeta veraniega

«Quien piense en divorciarse, mudarse o cambiar de trabajo, presume que nada mejor que dejarlo para marzo. Esta singular gambeta veraniega enseña que el 20 de diciembre los conflictos se suspenden, de modo que cualquier decisión que suponga ansiedades o rispideces queda cancelada hasta mejor momento. A modo de ejemplo recordemos a algunas parejas en crisis, que deciden jugar en las vacaciones el último intento antes de separarse. Tal vez, esperan, el sol haga florecer lo que el amor no pudo. La idea, mágica, es volver a encontrar aquel tiempo libre de rutinas, sin hijos ni horarios que alguna vez los unió, como si fuera posible volver a ser los de entonces», explica el doctor Pedro Horvat, médico psiquiatra y psicoanalista.

Esperar que alguien atienda, el desafío de esta semana

«Desde siempre, la llegada de la Navidad y el verano, auguró más luz, más calor, mayor abundancia. Hoy, además de eso, también trae mayores permisos. Permiso para el sexo, para olvidarse de la dieta, para hacer todo lo que no hacemos y, particularmente, para evitar la angustia. De todos modos, al final de tanta licencia, siempre, inamovible, estará marzo, que es el nombre que el calendario le da a la realidad», agrega el especialista.

No todos coinciden con el concepto del apagón generalizado. Aunque advierten que es una época particular para la psiquis, donde se potencian las emociones y emergen los síntomas de estrés. «No existe tal cosa como un síndrome de switch off, sin embargo muchas personas cuando llega esta época del año experimentan sentimientos encontrados. Lo han denominado ´christmas blues´. En nuestro país, las Fiestas coinciden con el final del ciclo lectivo y laboral, con lo cual la impronta de balance es inevitable. Esto exacerba frustraciones vinculadas a los objetivos no alcanzados, lo que aumenta el malestar y la frustración, potenciando los síntomas de estrés», explica Marcelo Cetkovich, psiquiatra y director médico del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).

Por otro lado, menciona Cetkovich, están los estresores vinculados a los logros: Hay que preparar los festejos, comprar regalos y estar de buen humor sin que interfiera el hecho de que llegamos a fin de año agotados por la carga laboral y la incertidumbre financiera.

» Este es un escenario ideal para que emerjan los síntomas vinculados al estrés: ansiedad, insomnio, irritabilidad, cansancio, dolores de cabeza y malestares digestivos junto con contracturas musculares. Si a eso agregamos los excesos y la cantidad de muebles que tuvimos que correr para acomodar el árbol de Navidad, la espalda será un escenario ineludible de la crisis», reflexiona el especialista de Ineco.

La clave es, dice, concentrarse en los festejos y en la posibilidad del encuentro. » La contención social ha demostrado ser uno de los más potentes agentes preventivos de enfermedades y padecimiento. Pensemos que encontrarnos con los seres queridos, más que una obligación, es un antídoto que nos protege de los males de un entorno que abunda en incertidumbre», concluye Cetkovich.

Fuente: La Nación