Anette Ivonne Wyss tiene 60 años y su agenda marca varias horas diarias de entrenamiento de bocha inglesa, deporte por el que en unos meses va a viajar a Australia a representar al país. “Juego al golf, visito a mi mamá, tengo mucha actividad social”, describe sobre cómo es un día en su vida. Sus tres hijas Moira, Érica y Astrid, de 31, 29 y 23 años viven en Holanda. Y ella en un barrio cerrado en Ezeiza. “Viajo bastante… Si tuviera nietos, viajaría más”, dispara. Y sabe que inmediatamente tiene que matizar el comentario que acaba de hacer, porque sino conllevaría una réplica por parte de su descendencia. “Si, sí, ya sé, pero según me dicen, eso por ahora no va a ocurrir”, dice.
“Mis hijas están muy cómodas y contentas cómo están. Tienen proyectos, buenos trabajos, cambian de ciudad, de casa, de trabajo. Si me llaman para darme una buena noticia, ni se me ocurre preguntar si están embarazadas, no las quiero hostigar, pero en el fondo es lo que una espera. Lo que pasa es que mi patrón de vida, mi mandato, decía que ser feliz era tener hijos. No se me ocurría otra cosa. Ahora como que no está mal visto, o se usa, retrasar la maternidad hasta los 40. Estamos rodeados de un ambiente de mujeres que no tienen ganas de ser madres. Tener hijos ya no es un mandato social. No las juzgo, sólo les hablo de lo lindo que fue tener hijos. ¡Quiero tener nietos! Ellas me dicen, vos fuiste una mamá espectacular, pero no es para mí. Están muy enfocadas en el no”, cuenta Anette. “Mientras tanto, les tejo a los nietos de mis amigas, pero no son muchos tampoco. De mis compañeras de colegio son pocas las que son abuelas. Malcrío a mascotas y niños que veo cerca. Y si alguna de mis hijas me lo pide, viajo a Holanda para cuidarle el gato o el perro”, cuenta.
Anette es parte de una generación de adultos mayores que llegan a la edad en la que se imaginaron rodeados de nietos, pero los nietos no llegan. Las razones son muchas: se viven más años, son más las mujeres que deciden no tener hijos, o que tienen su primer hijo después de los 35 años. Según un estudio que presentó hace una semana la Universidad Austral, en base a un entrecruzamiento de datos de la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH) y el último censo, hoy en el 57% de los hogares argentinos no hay niños ni adolescentes. Además, la natalidad tuvo una caída abrupta: un 40% en apenas una década. Y a su vez, la edad en la que más mujeres se convierten en madres pasó de ser entre los 25 y los 29 años, seguida por la franja de las mujeres de entre 20 y 24 años, a aquellas que tienen entre los 30 y los 34 años, seguidas por aquellas que tienen entre 35 y 39 años.
Una tendencia que se asienta
Fuente: Universidad Austral
“Hoy tenemos más adultos mayores: el 12% de la población, según el último censo, aunque, por la caída de la natalidad no todos ellos son abuelos. La imposibilidad de ser abuelo o abuela crea una vacancia de roles y funciones, los que antes los y las habilitaban a colaborar en el cuidado y crianza de las nuevas generaciones”, explica Lorena Bolzón, directora del Instituto de Ciencias de la Familia de la UA, que dirigió el estudio.
Hay otra estadística que cita y que explica el fenómeno: cada vez son más las mujeres en edad fértil que expresan directamente que no quieren tener hijos. “En el informe que presentamos el año pasado citamos un relevamiento hecho por Voices 2023 al respecto: para el 40% de las encuestadas, tener hijos es importante pero no esencial. Además, para el 20% de las jóvenes no es una opción o deseo importante. De hecho, 5 de cada 10 mujeres jóvenes (18 a 24 años) no muestran intención futura de convertirse en madres”, explica.
“No hay análisis académicos profundos que expliquen los motivos. Los argumentos y causas son muchos y se suman: temor a no tener la capacidad económica para sostener una crianza; la responsabilidad afectiva e individual que implica la maternidad y el no sentirse preparadas para el rol; la falta de parejas estables con quien construir un proyecto familiar; la meta del éxito profesional y enfocarse en su vida o la vida en pareja; o simplemente, la elección de otras metas de placer como el viajar, los amigos y la libertad horaria. Asistimos a un cambio cultural en las últimas décadas que lleva a muchas mujeres a sentir que tienen que optar por la vida familiar o la profesional. Esta situación las pone en una disyuntiva de dos realidades que parecen proyectos contrapuestos. No siempre puede optar por lo que desea sino decidir en base a las circunstancias”, dice Bolzon.
Lo cierto es que estas estadísticas son motivos de fricción entre generaciones. “Muchas veces los padres se ponen intensos con el tema de los nietos que ellos desean y esperan. Y les cuesta entender que no están en nuestros planes”, dice Anibal Lucca, de 33 años, en pareja desde hace cinco años. “Mi mamá el otro día me dice, “¿sabés lo feliz que sería yo con otro nieto?”, porque ya tiene uno, de mi hermano. Yo la miro con cara de ¿otra vez vamos a tener esta conversación? ¿Cómo puede ser que no entiendan que no tenemos ganas? Y a todos mis amigos les pasa lo mismo. Ella no me lo dice, pero yo sé que debe pensar, toda una vida dedicada a criarte y cuando llego a la edad de poder disfrutar los nietos, me los negás. Bueno, que busque algo para hacer mientras tanto”, dice.
Gabriela Samasa tiene 56 años y es rectora de un colegio de Palermo. “Soy joven para ser abuela, pero como fui una mamá joven siempre me imaginé que iba a ser una abuela joven. Pero parece que no…”, cuenta. Su hija mayor tiene 31 años y tiene dos hijas mellizas de 29 años.
“No hay ganas. Todo confabula contra la posibilidad de ser abuela. Creo que mis hijas canalizan las ganas de maternar con sus perritos. Cuando las visito, dicen mirá vino la abuela. Pero yo les digo, no, yo todavía no tengo nietos. Pero bueno, Canela es un poco mi perrinieta”, cuenta. Y agrega: “En este punto no me preocupa mi edad sino la de mis hijas. Yo me había imaginado tener unos siete nietos, estar rodeada de nietos y ahora asumo que con suerte tendré dos. Porque nadie quiere tener hijos muy joven, entonces, las chances bajan”, dice Samasa.
Bolzón menciona una estadística: “cuanto más pospongamos la maternidad más difícil nos será poder alcanzarla. Así una mujer que intente quedar embarazada a los 30 años tendrá una posibilidad de aproximadamente el 22% de lograrlo, mientras que una mujer de 42 años y más, solo tendrá un 6% de probabilidades, Incluso si se recurriera a técnicas de reproducción asistida. El retraso de la maternidad incide directamente en la baja de la natalidad. Sucede que biológicamente las mujeres somos fértiles entre los 20 y los 30 años”, explica.
Tener o no tener hijos y, en consecuencia, nietos parece haberse convertido en la nueva grieta. Una grieta que en algunos casos se transita con mucha conflictividad pero en otros, se vive en silencio para no generar peleas, pero conlleva un duelo para el proyecto de vida del adulto mayor.
“Ser abuelo sin nietos es transitar el duelo por el rol que no llega”, explica Adriana Ceballos, directora de la escuela de coaching de familia Ecofam. “Para muchas personas, la idea de la vejez está entrelazada con la imagen de los nietos. Ser abuelo es una expectativa, casi un derecho afectivo que acompaña el cierre de una etapa vital. Al no llegar esa etapa, hay una pérdida simbólica, una ilusión que se desvanece, quizás con tristeza, frustración, enojo o sensación de vacío. Es un tipo de duelo que, al no ser validado socialmente, no se llora públicamente, pero ahí está, frustrando expectativas por no ser aceptado. Y no es solo por el nieto real, sino por un nieto imaginado que existió en la mente y el corazón por décadas. Esta situación invita a revisar creencias y juicios sobre el deber ser. ¿Qué historia me conté sobre la vejez? ¿De quién es el sueño o la expectativa? ¿Mío o también de mis hijos?”, apunta.
Y también agrega el duelo de aquellos adultos, cuyos hijos emigraron y temen convertirse en abuelos a la distancia y que la llegada de los nietos no solo los encuentre lejos sino que también sea la razón por la que sus hijos se afinquen permanentemente en otro país. “Algunos abuelos dicen que se sienten frustrados por no poder compartir juegos, abrazos ni historias cotidianas con sus nietos. Pero también vemos abuelos que aprovechan las videollamadas para estar cerca de esos nietos que crecen lejos, o que comparten con ellos un partido de fútbol a la distancia, o hacen manualidades océano de por medio. A la distancia, el amor se sostiene igual”, apunta Ceballos. “Se pueden crear rutinas simbólicas, como hacer una videollamada semana, una carta mensual, leer un cuento grabado, lo importante es la constancia y no la duración”, dice.
Andrea Bogliotti tiene 52 años, y tres hijos. La mayor tiene 29 y está en pareja desde hace tres años. “Me dice que no va a ser ella, sino mis hijos menores los que me hagan abuela. No le interesa. Ella está estudiando Trabajo Social y su pareja, Ingeniería. Es su segunda carrera. Siempre quieren estudiar algo más, perfeccionarse, me parece muy bien. Pero ellos se priorizan como pareja, quieren viajar, salir a comer, pasar el fin de semana con sus amigos. Yo veo que su generación es así. Me dice que la maternidad no es para ella. Yo le explico no es que siempre haya querido ser mamá, pero que cuando me enteré que estaba embarazada de ella fue la mejor noticia de mi vida. Pero la nueva generación lo ve distinto”, cuenta.
El duelo de los adultos mayores
El duelo de la generación de adultos que no van a ser abuelos es uno de los temas que desde sus redes sociales viene agitando desde hace un tiempo la vicejefa de gobierno porteño, Clara Muzzio, que suele hacer foco en las consecuencias de la baja en la natalidad.
“La caída de la natalidad tiene otras consecuencias, entre ellas el desasosiego que parece activarse en muchos adultos cuando se resignan a que sus hijos no les darán nietos. Se trata del fin de una expectativa vital que tuvieron desde que ellos mismos fueron padres y que termina para siempre: deben aceptar que jamás serán abuelos”, apunta Muzzio. “La dinámica familiar en la que los abuelos ocupaban un rol existencial, desaparece. Y así como digo que un mundo sin niños es un mundo peor, estoy convencida de que un mundo sin abuelos es un mundo más triste.
En este punto el debate parece ser: ¿existe el derecho a ser abuelos? ¿Es algo exigible a la siguiente generación? “No, no es un derecho y no hay nada que exigir. Los individuos son libres de tener o no hijos y sus padres no pueden demandar nada. Pero sí tienen derecho a lamentarse por eso. Y vemos que esas expresiones de pena o angustia producen conflictos con sus hijos, que se sienten presionados, como si la tristeza misma fuese un reclamo”, dice.
¿Hay alguna política desde el Estado que sirva para evitar el acebollamiento de la pirámide poblacional que produce la baja natalidad y el aumento de la población mayor? Muzzio dice que todas fracasaron: “Incentivos de todo tipo han tenido efectos nulos o cercanos a cero en el estímulo de la natalidad. Corea del Sur lleva invertidos casi 300 mil millones de dólares en dos décadas y tiene la tasa de natalidad más baja del mundo, con 0,72 hijos por mujer. Estados Unidos estudia entregar un bono de U$S 5000 por nacimiento ¿funcionará? Rusia analiza cobrar impuestos a los que no tienen hijos, parece bastante loco. Finlandia vive la paradoja de la infertilidad: aun teniendo todos los indicadores de bienestar y seguridad garantizados, la natalidad cae. El mundo no sabe qué hacer”, asegura.
“El amor romántico fue sistemáticamente atacado y repudiado por el feminismo, y esto produjo efectos culturales. ¿Qué pueden hacer los estados si las personas ni siquiera quieren o pueden formar pareja? Muy poco”, dice, y agrega. “Lo único, y es lo que yo hago en mis redes, es fomentar la conversación ardiente sobre este tema. Hay que romper con la naturalización y la banalización de la vida, cuestionar todas y cada una de las consignas impuestas que crearon una atmósfera antiniños, como la que asocia a la maternidad con el fracaso de las mujeres y esperar que funcione. Si no funciona, el famoso invierno demográfico nos alcanzará”, dice.
“Hay un argumento devaluado en ese discurso. Se lo digo a mis papás siempre, me molesta esa presión. Entiendo su dolor, pero no llegamos a esa edad con ganas de ser madres y padres. Nadie nos puede exigir que tengamos hijos. En todo caso, si no queremos tenerlos, por algo será, ¿no?”, dice Nadia F, de 34 años, diseñadora, que vive en Villa Urquiza.
Bolzón cuenta que suele hacer un ejercicio entre los estudiantes de la universidad. Primero les pregunta si quieren tener hijos. “La mayoría tienen veintipico y suelen decir que no, que eso no está en el horizonte ahora, pero tampoco más adelante. Unas semanas más tarde les pido que me describan en un ejercicio cómo se imaginan ellos a los 75 años. La mayoría pone, rodeados de nietos. Y describen el vínculo emocional que tuvieron ellos con sus abuelos. Entonces les pregunto, ¿pero si ustedes no quieren ser padres o madres, cómo piensan que eso va a ocurrir? Existe una brecha, una desconexión entre el proyecto vital de hoy y el del futuro. Es una marca generacional”, explica la especialista.
Fuente: Evangelina Himitian, La Nación