Quiero ser así: por qué la pandemia disparó las cirugías estéticas en la Argentina

Desde la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica Estética estiman que la rinomodelación, por ejemplo, crece un 25% anualmente

Un usuario de Instagram podría preguntarse lo siguiente: ¿Por qué no quitarse las ojeras con un filtro antes de sacarse una selfie? Una buena opción sería el Kirsstal Beauty, que además de alisar la piel le da más volumen y altura al labio superior, levanta un poco las cejas y hace que la nariz se vea más armónica a pesar del primerísimo primer plano, algo que hubiera sido útil en las videollamadas durante la cuarentena. Luego, para publicar la foto solo debería tocar la pantalla del celular y listo: la historia estaría disponible para sus seguidores, que a los pocos segundos seguramente reaccionarían con fueguitos y aplausos. El usuario sabe que las publicaciones anteriores con ese filtro ya fueron un éxito.

La receta pareciera dar resultados en el mundo virtual. Amigos, familiares y pretendientes celebran en las redes rostros que no son del todo reales. De ese modo, indican los especialistas consultados por LA NACION, se empieza a fogonear el deseo de alcanzar una apariencia similar a la que otorgan los filtros de las redes sociales. Y eso hasta incluso lleva, en algunos casos, a que los usuarios tomen una cita con un cirujano plástico para pedirle al especialista que la magia del Krisstal Beauty se convierta en realidad.5Ads by

“Durante la pandemia aumentaron mucho las consultas para hacerse una cirugía estética, sobre todo de nariz. Hay filtros de Instagram que te angostan la nariz o te dan una punta más delicada y el paciente pide eso. Vienen con la foto sacada con el filtro y quieren imitar ese rostro. Llegan y te dicen ‘‘quiero esto, quiero ser así’—dice Marcelo Bernstein, especialista consultor en cirugía plástica e integrante del Comité de Prensa de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica Estética y Reparadora (SACPER)—. Y ahí es cuando uno debe decirles con mucha responsabilidad si es posible o no. De hecho, sucede que antes de la operación el paciente en WhatsApp ya usa una foto con ese filtro”.

Bernstein cree que esta fiebre por la rinoplastia tiene un origen en común. No solo juegan un rol los filtros de las redes sociales al ofrecer una apariencia simulada, sino que las videollamadas y los Zoom que se realizaron durante los meses de aislamiento han enfrentado a muchos con una imagen que los hizo sentir incómodos. Fueron horas y horas de verse dentro de una especie de foto carnet con movimiento en donde el rostro suele lucir más anguloso y muchos rasgos se distorsionan.

“No tengo dudas de que el aumento en la demanda de las operaciones de nariz está ligado con las videollamadas. Antes en un espejo grande nadie le daba bola a la nariz, pero en una videollamada las imperfecciones se acentúan. Para la nariz se está usando mucho una técnica de rinomodelación con ácido hialurónico (fillers), que es una modificación temporaria, dura entre cuatro y seis meses. No hay un registro formal, pero el número de intervenciones de este tipo debe crecer un 25% por año. Con esa técnica uno puede levantar la punta o llenar alguna depresión en el perfil. Mientras que para la piel se puede hacer un pilling para mejorar el aspecto cutáneo o un lifting para estirar. Pero siempre hay que ser honesto con el paciente y decirle cuáles son los límites de la cirugía platica”, agrega Bernstein.

Uno de los interrogantes que surgen es por qué quienes conocen a la persona suelen reaccionar de manera positiva frente a una foto que muestra un aspecto que, no solo se aparta de la realidad, sino que, además, hace que el rostro pierda su singularidad.

José Eduardo Abadi, médico psicoanalista, cree el festejo de una foto transformada por un filtro tiene que ver con una consagración de algo que parece estar siendo buscado. “Yo soy el hacedor de cómo soy, no soy el producto de lo que hicieron de mí o de la suerte: yo me hago a mí mismo. Es un ilusión de apropiación de la propia identidad en donde se pierde y se gana al mismo tiempo”, reflexiona el especialista.

Sin embargo, también hay matices. El uso de los filtros puede tener un fin lúdico y parte de la repercusión de una foto puede leerse como la celebración de un juego. Gabriela Goldstein, presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), argumenta que cambiar la imagen tiene muchas vertientes y puede ser interpretado de diversas maneras.

“Está en la naturaleza humana querer cambiar la imagen de las cosas. Puede haber un componente vinculado a la necesidad de transformar algo que no nos gusta, que nos duele o que no está. Pero, si la distorsión es permanente estaríamos hablando de una situación distinta. Todo depende de si uno lo incluye esa transformación como un juego o si es algo en lo que uno exclusivamente se sostiene”, indica Goldstein.

Los filtros ofrecen una imagen con parámetros estéticos hegemónicos, pero esos parámetros no son estáticos, sino que cambian con los años. Tal vez este sea uno de los puntos que expliquen el éxito de las intervenciones temporales con ácido hialurónico. Y si bien los ideales estéticos fueron mutando con el correr del tiempo, la vocación por transformar el propio aspecto al retratarse es una costumbre que las personas mantienen hace siglos.

“No es extraño, que las personas quieran modificar su rostro mediante artificios que respondan a aquel que quisiéramos ser. Esto no surge con Instagram. Desde el Renacimiento, las pinturas o los retratos realizados por encargo de los mecenas no reflejaban la realidad sino la manera como el retratado deseaba verse. Es cierto que la renovación de esta primacía otorgada al rostro se ha popularizado con las selfies y con la imágenes mejoradas o al menos modificadas en Instagram, pero es una vieja aspiración humana de juventud eterna”, explica Juan Tesone, psicoanalista y miembro de la APA.

Gabriel Recalde, gerente de Políticas Públicas de Instagram para Latinoamérica, asegura que la empresa está al tanto del efecto que puede generar un filtro en las personas y señala que han prohibido aquellos que promueven desórdenes alimenticios o que potencialmente pueden llevar a que alguien se practique una cirugía estética.

“Somos conscientes de la presión que pueden sentir las personas por verse de una cierta manera en redes sociales, y estamos trabajando para abordar esta cuestión tanto en Instagram como en Facebook — dijo Recalde ante la consulta de LA NACION—. Sabemos que los filtros tienen un papel en esto, por lo tanto prohibimos aquellos que claramente promueven desórdenes alimenticios, llevan potencialmente a peligrosos procedimientos de cirugía estética, o que directamente están en contra de las Guías Comunitarias de Instagram”.

Y agregó: “Además, nos asociamos a expertos alrededor del mundo, incluyendo Chicos.net en la Argentina, para desarrollar recursos para quienes necesitan apoyo. Continuaremos creando productos que ayuden a reducir la presión que puedan sentir las personas en nuestras plataformas”.

¿La culpa es de las redes?

Otra pregunta necesaria es si las redes sociales realmente instalan o potencian las ganas de iniciar una transformación estética. En Estados Unidos, el nivel de controversia por el efecto que tienen algunas herramientas de las redes sociales en las personas es aún mayor. En septiembre de este año se publicó un artículo de The Wall Street Journal en donde se detallaba cómo las investigaciones internas de Facebook mostraban que Instagram, una empresa de Facebook, puede empeorar los problemas que algunos jóvenes tienen con su imagen corporal.

Sin embargo, este es un debate de larga data que atravesó a casi todas las herramientas que se utilizaron para masificar estereotipos, como la televisión y, ahora, las redes sociales. Jorge Catelli, psicoanalista, miembro titular en función didáctica de la APA y profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires, explica que el narcisismo está en la base constitutiva del psiquismo humano, pero que las redes exacerban aún más ese modo de búsqueda de la satisfacción a través de la propia imagen.

Las redes sociales son isomórficas al procesamiento psíquico que tiene el ser humano, es decir, tienen un funcionamiento similar porque fueron creadas por ese mismo aparato psíquico. Están sostenidas por una idea de completitud del sujeto y de un narcisismo que está en la base constitutiva del ser humano. Lo que sí comienza a ocurrir con la irrupción de las redes sociales y la cultura de la imagen es que aparece una exacerbación de un modo narcisista de satisfacción. Las redes dieron la posibilidad de mostrarle a todo el mundo una imagen propia mejorada gracias a muchas variables, y es ahí cuando empieza a mellar la idea del ideal. Y el ideal depende de cada ser humano, pero también hay ideales de época sobre la belleza o sobre el modo de alcanzar la felicidad —reflexiona Catelli—. El objetivo entonces también pasa a ser la búsqueda de la aprobación de un espectador. Entonces, las redes no causan esa búsqueda de la supuesta perfección, pero sí estimulan un aspecto adictivo propio del ser humano. Pero, en el fondo, es la misma lucha de siempre; es decir, la del sujeto contra su finitud, contra su incompletitud y su falta en relación con un ideal”.

Tomás Balmaceda, especialista en filosofía de la tecnología, cree que en la actualidad ya no se puede separar al mundo digital del analógico, y que Instagram es un plano más en donde nos presentamos a los demás, solo que muchas veces la imagen que allí publicamos nos puede “entrampar”.

“Amoldamos nuestra imagen según el ámbito, y eso aplica también para las redes sociales. La persona que uno presenta en Instagram es real, lo que pasa es que luego uno puede quedar entrampado en ese recorte de la realidad que uno publica. Sin embargo, hay redes que son sanas y sustentables. Por ejemplo, Pinterest tiene cerca de 14.000.000 de usuarios mensuales en la Argentina, y cuando ingresás, te pregunta, entre otras cosas, tu color de piel, de pelo, etcétera. Entonces si luego uno busca un peinado para una fiesta, Pinterest solo te va a mostrar estilos que son alcanzables para vos y de ese modo se evita que haya una búsqueda de ideales alejados de la realidad de cada uno. Ellos tienen unas normas para evitar la toxicidad muy estrictas”.

Los filtros, ¿a contramano de la industria publicitaria?

Otro aspecto interesante sobre el uso masivo de los filtros de Instagram para retocar los rostros es que va a contramano de una de las tendencias dominantes en la industria publicitaria, que es romper con los estereotipos clásicos de belleza y empezar a modificar lo menos posible las fotos.

Sol Abadi es una de las fotógrafas de moda más reconocidas de la Argentina y junto con un fotógrafo norteamericano son los únicos dos profesionales de la fotografía en el mundo certificados por Sistema B, una organización internacional que invita a personas y empresas a tener una visión responsable y sostenible en la tarea que desempeñen

Ella es una de las que expresa el cambio que se está imponiendo en esa industria: “Como fotógrafos profesionales tenemos la responsabilidad de hackear los estereotipos estéticos hegemónicos y retocar menos las fotos para ser más transparentes en lo que comunicamos. Por ahí este aspecto antes no se tenía en agenda y se retocaban mucho las fotos, pero actualmente hay mucha más conciencia de lo que genera la comunicación y las imágenes que transmitimos. Ahora que modificar las fotos está al alcance de todos, nuestra responsabilidad para romper con esa idea de comunicar debe ser mayor”, señala Abadi.

De hecho, en Instagram también hay cuentas que buscan romper con los estereotipos. Por ejemplo, la cuenta Mujeres que no fueron tapa inició una campaña que se llama Hermana soltá la panza, en donde invitan a las mujeres a subir fotos de sus panzas y sentirse libres de mostrarlas.

“¿Qué nos roba el mandato de belleza? Tiempo, plata, poder, goce, pero sobre todo la posibilidad de experimentar la vida en todas sus dimensiones. Nos convierte en cosas, objetos para agradar. Nos roba la posibilidad de conexión con lo vital, con esta experiencia de ser cuerpo en esta vida y estar acá, sintiendo y siendo”, dicen en uno de los posteos.

Fuente: Alejandro Horvat, La Nación