San Valentín: El amor en el arte, una constante

El arte, las letras y la ciencia siguen preguntándose sobre los efectos de Cupido, un tema que los ocupa desde el medievo; cómo se ve una escultura clásica en la coyuntura de hoy. La fotografía de Robert Doisneau en París, una postal invencible para el Día de los Enamorados

CIUDAD DE MÉXICO.– ¿Qué se besa cuando se besa? ¿Qué hormonas y neurotransmisores asaltan al cuerpo y el cerebro antes del latigazo que sentirá el corazón cuando los labios de los amantes concreten al fin el roce ansiado?

El beso como erotismo exacerbado en la obra de auguste rodin (1840-1917), como pecado de la lujuria en la Divina Comedia de Dante alighieri (1265-1321), como ícono de amor en la célebre fotografía de la pareja besándose frente al ayuntamiento en el parís de la posguerra de robert Doisneau. O como celebración en aquella otra instantánea en blanco y negro de alfred Eisenstaedt en Times Square, cuando un marinero sorprende y besa a una enfermera mientras Japón se rendía y Estados Unidos festejaba en las calles el fin de la guerra en 1945 (un festejo incómodo para la destinataria del beso, Greta Friedman: “Me apretaba mucho. No estoy segura del beso”, contó en 2005, antes de su muerte). Incluso como trofeo, propone el argentino Julián Gorodischer en su libro La ruta del beso.

La labor de Cupido, uno de los personajes de la mitología griega que más hicieron para volverse inolvidables, sigue ocupando a la ciencia y ha sido tema de la literatura y el arte, con obras que encuentran hoy nuevas lecturas, a la luz de movimientos de reivindicación femeninos.

La obra de rodin tiene un “erotismo actual” y da nuevas claves sobre el pensamiento de su creador, dice alfonso Miranda, director general del Museo Soumaya de Ciudad de México, que alberga la mayor colección del escultor francés fuera de Francia. allí el artista representó un pasaje de la comedia del Dante, con los cuñados paolo y Francesca besándose, sorprendidos por el marido de ella y castigados a estar en un pozo sin fondo para quedar eternamente en el círculo infernal, por el pecado de la lujuria.

“Hoy día, en estos movimientos tan necesarios de participación femenina, encontramos en El beso una variante que nunca se había dado en la historia del arte, un impulso inédito de rodin, pero también alentado por la relación de trabajo intelectual, pasional y de amor como lo fue el personaje de Camille Claudel, quien colabora con el maestro en esta obra hacia 1884”, dice Miranda, especialista en historia del arte, de intensa actividad como investigador, en la víspera del Día de los Enamorados, que se celebra el 14 de febrero.

Ese nuevo vigor lo motiva “el rol que rodin decidió darle al personaje femenino”, tema de los versos de 1981 de Jorge Luis Borges, que acompañan el texto curatorial del sitio oficial del Museo Soumaya. “Ella tiene un papel más activo, no es quien se deja seducir. Esa imagen forma parte de una historia de largo aliento en la historia del arte, representada por múltiples artistas, como Jean-auguste Dominique Ingres a mediados del siglo XIX, que capturó esa escena en óleo. ahí paolo tomaba la ‘batuta’”, explica Miranda.

En Buenos aires, la versión en yeso puede ser admirada en el Museo Nacional de Bellas artes, que constituye una de las piezas más importantes en américa Latina perteneciente a una colección pública.

“para rodin, el brazo de Francesca es mucho más largo; no es anatómicamente correcta ninguna de las figuras, pero busca esta participación femenina activa que reivindica que no es ningún sujeto pasivo. por el contrario, la mujer domina, tiene una fuerza nodal, que la lectura del siglo XXI nos ayuda a ver en estos discursos de mayor participación y equidad y de construcción de una realidad mucho más plural, con una fuerza femenina, como lo son #NiUnaMenos o el #MeToo”, agrega el director del Museo Soumaya.

El beso como pose y souvenir

Existen distintos tipos de besos, recuerda Julián Gorodischer, que se ocupó de analizar aquellos de las telenovelas mexicanas, al ser testigo de clases de la Escuela de Galanes y Heroínas de Televisa, la mayor productora del género para la región. “ahí la fotogenia es más importante que el drama, porque valen más la apariencia y la pose que la composición dramática. Los besos están ‘grillados’ para que no haya margen de error”, cuenta Gorodischer a la nacion. De tan pautada, esa pericia para la fotogenia además “vuelve imposibles casos de denuncias como el de Calu rivero y Juan Darthés”, dice el autor.

El beso del ídolo a su fan, por su lado, “es un souvenir de lo que es un ideal romántico y también son apropiaciones del marketing para una figura que tiene un aura”, sigue el escritor. Son narraciones apoyadas en “la industria de la soltería, donde el deseo se libra por medio de una pantalla, con relaciones asimétricas, en las antípodas del canon amoroso: no culminan en noviazgos, familia o descendencia; como un desear o amar a solas”.

“El apego es esencial para la maduración cerebral, el desarrollo cognitivo y la adaptación psicosocial”, explica agustín Ibáñez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (Incyt, Conicet-Ineco-Favaloro) e investigador de la Universidad de Chicago y del australian research Council. “La oxitocina y vasopresina regulan la vinculación estable desde el parto y facilitan la lactancia. En la construcción del vínculo madre-hijo la dopamina y serotonina modulan el desarrollo neuronal y gatillan cambios cognitivos guiados por la experiencia”, dice el científico. Más tarde, la neurobiología del apego tiene su correlato en el amor adulto.

“además de las hormonas y los neurotransmisores, el concepto de amor se ve atravesado por accidentes históricos y culturales (la sanción de la poligamia, antecedentes familiares, celos, deseos, frustraciones). El enamoramiento es un proceso irracional, obsesivo y desmesurado. pero también es plástico: los ingleses Semir Zeki y andreas Bartels demostraron que el amor romántico activa procesos cerebrales que favorecen la ‘idealización del tortolito”, cuenta el especialista. al observar estímulos provenientes del ser amado, “se desactivan determinados circuitos implicados en la distancia social y las emociones negativas, lo que favorecería la experiencia de unidad en el amor. a su vez, aumenta el caudal de serotonina y dopamina, transmisores claves en el placer y el apego”.

para el científico argentino, “la mitología se equivocó: los flechazos de Cupido nos pegan bastante más arriba del corazón. a menos que la cosa sea platónica, tarde o temprano llega a la alcoba. allí, el órgano más activo no es el que usted piensa, sino el cerebro. En cualquier actividad, regiones específicas de nuestra corteza se inundan de oxígeno y sangre. Si aceptamos esta figura, diríamos que el orgasmo genera un tsunami hemodinámico en el cerebro. algunos investigadores piensan que la pequeña pérdida de conciencia que ocasiona ese punto cúlmine es valiosa para ‘el descanso y la recarga’ de las funciones cerebrales”, se explaya Ibáñez.

Ese espacio ambiguo entre vida y muerte -¿quién no muere un poco al amar?- es el lugar de la poesía. Y aun esa maquinaria infernal que echa a andar el cerebro, el poeta o el artista, para ser tal, necesita habitar otros territorios, donde la razón no es bienvenida. La magnificación del ser amado y la condescendencia hacia el propio deseo le permiten subvertir la realidad y proponer un mundo alterno: el de las pasiones desprovistas de razón, aunque éstas garanticen el desasosiego, que solo pueden sentirse en el corazón.

La uruguaya Idea Vilariño describió la cruel anatomía del beso: “Cuando una boca suave boca dormida besa/ como muriendo entonces/ a veces, cuando llega más allá de los labios (…)/ la piel con su sedosa tibieza pide noches/ y la boca besada/ en su inefable goce pide noches, también”. El poema se llama “El olvido”, la más dolorosa sustancia cuando el amor es esquivo, hasta la siguiente voluntad de Cupido.

Fuente: La Nación