Sociedad y virus. Los cambios, inevitables, dependen de nosotros

Largos días de encierro en casa, con la mayor parte de las actividades que hasta hace poco eran cotidianas suspendidas por una razón extrema: preservar la vida, la propia y la de los otros.

Bajo el signo de la limitación se mueve la existencia en los dominios de la pandemia de coronavirus , que impuso en todo el mundo restricciones a sociedades obligadas a recluirse para protegerse.

Solo la cuarentena aparece como antídoto para evitar la expansión de un virus nuevo , y ese confinamiento prolongado hace añorar escenas tan simples como una charla en una mesa de café, un encuentro familiar que congrega a diferentes generaciones o una caminata sin rumbo fijo por las calles. Un mundo eminentemente privado, sin mayores relaciones con los espacios públicos que las vinculadas a las compras básicas o a las tareas de empleos esenciales, espera primero la flexibilización y luego el fin de la cuarentena para comenzar a desandar otro camino complejo. Llegará entonces un tiempo, se anticipa, signado por las cicatrices de la pandemia. Iniciaremos un derrotero cargado de preguntas, las del día después, que acompañarán el regreso de las rutinas y de la vida social.

Fuente: LA NACION – Crédito: Ignacio Saánchez

¿Cómo será nuestra relación con los otros después del confinamiento? ¿De qué modo se verán afectados los vínculos? ¿La virtualidad reforzada en estos días se consolidará? ¿Habrá lugar para el esparcimiento o solo para volver a las rutinas del trabajo y la escuela? ¿Qué mirada social les espera a los adultos mayores del otro lado de la puerta de sus casas, cuando puedan salir? El ejercicio de pensar el día después de una cuarentena que sigue vigente abre distintos escenarios posibles, a partir de miradas que llegan desde diferentes ópticas y con diversas dosis de optimismo y escepticismo.

Graciela Moreschi, médica psiquiatra y escritora, vislumbra cambios profundos para la vida social del día después, marcada por la pandemia. «Adquiriremos otros hábitos, algunos nuevos recursos y otras patologías, como fobias de todo tipo -dice-. La incertidumbre se instal ó y eso genera en la gente mucha inseguridad, ansiedad y depresión. En realidad, siempre hubo incertidumbre, solo que nosotros no lo sabíamos. Creíamos estar seguros y tener todo bajo control. La gente saldrá a la calle con temor, viendo al otro como un posible peligro. Por más que se libere la cuarentena, todos sabemos que conviviremos con el virus y que el virus está en el otro».

Desde San Pablo, Brasil, donde reside, el filósofo y coach ejecutivo Nicolás José Isola aporta una mirada distinta. Rescata una escena de su vida personal en cuarentena para visualizar un escenario de cambio en las relaciones humanas cuando baje la espuma y el confinamiento sea parte del pasado. «Pedí un rompecabezas en mi edificio para jugar con mi hijo, y la mujer que me lo prestó me puso ‘que lo disfruten mucho’ en un cartelito -cuenta-. Es un tiempo de gestos con gente con la que no teníamos gestos. Vivíamos con otros, pero no nos registrábamos. Me parece que eso puede haber llegado para quedarse, y lo mismo sucede con una mayor socialización del entorno; esos vecinos distantes ahora son vecinos próximos. Lejos de generarnos más desconfianza, el virus nos aproximó. Es lo que percibo acá en Brasil y lo que veo de la Argentina. Este virus intentó separarnos, pero nos unió más. Desde que empezó el virus, no percibo desconfianza entre la gente».

Una clave, para Isola, es el proceso individual que cada uno pueda trabajar en el tránsito por la cuarentena. «Quienes hayan podido hacer durante estos días algún tipo de proceso personal y también social en torno a estos cambios y a la caducidad de la vida, la finitud, la complejidad de estar distanciados de los que queremos, pueden llegar a tener un cambio en la forma en que perciben su propio deseo, su propia necesidad de placer, lo que también puede resultar en una nueva escala de valores respecto de lo que es importante y lo que no», afirma. «Puede implicar un cambio en las formas de consumo. Mucha gente está gastando menos porque está en su casa y ese es un ejercicio al que quizá no se sometía por sí misma. Una baja en el consumismo podría mostrar a algunas personas cómo despilfarraban la plata. Quiero tener esperanzas, pero me parece que lo que ocurra tras la pandemia dependerá de cómo nos repensemos socialmente, de cómo reflexionamos acerca de nuestra formas de vida y nuestras prioridades».

Sociedad y virus. Los cambios, inevitables, dependen de nosotros ...

No hay vuelta atrás

Retomar una supuesta normalidad perdida por la cuarentena podría no resultar un escenario del todo factible. La situación actual es «disruptiva» , como la define el escritor y ensayista Alejandro Katz, en diálogo con la nacion. «Diría dos cosas, que son las únicas que puedo afirmar categóricamente. La primera es que no volvemos. No hay una vuelta a algo -dice Katz-. La idea de ?volver a’ supone que la situación que estamos atravesando es como la de quien va al cine a ver una película y vuelve al mundo que había dejado antes de entrar al cine. No hay vuelta. La fuerza de la experiencia hace que esto vaya a un lugar distinto del que veníamos. Esa es la primera de las dos certezas. La segunda es que no tenemos certezas, salvo aquella primera, y la de la incertidumbre».

Sin embargo, Katz considera importante debatir sobre el día después. «Nos permite construir imágenes de futuros posibles, para que los futuros que ocurran nos resulten menos extraños a la hora de ir entrando en ellos -dice-. Además, con nuestras interpretaciones estamos orientando las decisiones de los actores sociales». Hay por delante, afirma, una disputa acerca de qué futuro querríamos.

Tensiones

«Si salimos a un mundo en el que la mitad de los empleos existentes quedan destruidos, como algunos estudios están sugiriendo, la crudeza de la vida social va a ser inmensa -afirma Katz-. Si, por el contrario, la destrucción de las fuentes de trabajo es más acotada, las posibilidades de la acción solidaria y empática son mayores. Si las consecuencias son muy asimétricas entre regiones, entre países, o dentro de cada sociedad, las tensiones van a ser mucho más intensas que si las consecuencias son más parejas. Creo que todo está abierto. De lo que sí estoy persuadido es de que las crisis no hacen mejor a nadie. Vamos a salir de diferentes modos según el daño final que todo esto provoque en la economía, en las formas de sociabilidad, en la relación que tenemos con el poder, en los modos en que el poder se apropie de nuestras necesidades o se subordine a ellas. Es altamente probable que nuestra forma de interactuar con nuestros semejantes, en muchas dimensiones, no sea la misma que teníamos hasta hace dos meses».

Para Costanza Serratore, doctora en Filosofía, docente e investigadora del Conicet, habrá efectos en el plano de las existencias individuales. «Desearía que aprendiésemos a convivir con la incertidumbre -dice-. Pero creo que lo que sigue es la búsqueda de un refuerzo de las certezas individuales y un endurecimiento del modelo socioeconómico y político que teníamos antes de la pandemia».

Serratore considera que no estamos a la altura de un cambio de paradigma que conlleve cambios duraderos en los vínculos. «Muchas herramientas propias de la virtualidad serán parte de la vida de quienes están abiertos a acercarse a ellas. Me refiero a ciertas herramientas del campo de la docencia, por ejemplo. Pero no creo que se llegue a repensar el sistema educativo en su totalidad. En cuanto a nuestro país, creo que se incrementarán muchísimo la pobreza y la indigencia. Pero tampoco esto traerá aparejada una reflexión profunda sobre un cambio en nuestra mirada sobre la desigualdad. Por otra parte, creo que muchas empresas aprovecharán las nuevas maneras del trabajo para bajar costos. En síntesis, creo que la humanidad pasará por esta pandemia sin darse la posibilidad de realizar los cambios ontológicos propios de una nueva forma de mirar el mundo y a los otros».

El primer impulso

Limitadas las actividades laborales, estudiantiles, recreativas o deportivas, cuando ese grifo cerrado se abra, la primera búsqueda podría ser la de apostar por la distracción, el aire libre, las tertulias, pero también puede ser simplemente la de reencontrarse con lo rutinario y hasta disfrutar de ello. ¿A qué se apuntará con el primer impulso cuando el confinamiento ceda?

Fuente: LA NACION – Crédito: Alejandro Guyot

«A juzgar por lo que pasó en Madrid cuando se habilitó la salida recreativa con chicos, creo que la necesidad de la gente de ocupar el espacio común, de sociabilizar, aunque sea a través de una mirada o de la presencia, es muy intensa -sostiene Katz-. Y eso está en la base de todas las instituciones de sociabilidad de nuestra cultura, desde el café hasta los recitales. Tienen mucho que ver con ese impulso gregario de estar con otros, de existir a través de los otros. Vamos a saber qué haremos con eso una vez que sepamos cuál es el daño real, y luego de que cada uno sepa cómo fue afectado por el daño real».

Moreschi plantea un escenario dividido entre el entusiasmo por salir y los posibles temores que a cada uno puedan quedarle grabados por la pandemia. «Creo que lo primero que se tratará de restablecer son las relaciones sociales presenciales, ir a tomar algo a una confitería, a la casa de alguien. En el caso del esparcimiento en teatros o cines, dependerá de cada uno, porque mucha gente va a tener temor a estar en un lugar cerrado. Supongo que, en el fútbol, la gente se animará más porque es un público más fanático y el espacio es abierto. Pero es difícil hacer predicciones, porque todos habremos cambiado y, a pesar de la euforia inicial, a muchos les quedará la sensación de peligrosidad. Esto dependerá mucho de las características individuales, los hay temerarios y otros que son fóbicos. Lo bueno es que el hacer humano siempre sorprende», subraya.

Serratore estima que primero se buscarán las actividades de esparcimiento. «El retraimiento en el ámbito privado genera necesariamente un deseo de salir a recuperar los espacios públicos, pero esos espacios públicos son de algún modo también privados, ya que no todos podrán acceder a ellos -afirma-. Esto supone una distinción aún más amplia que la ya existente, entre quienes tienen acceso a la vida pública que ofrece el esparcimiento y quienes deban necesariamente buscar las maneras de la supervivencia. A ellos les seguirá vedado el espacio público», avizora. «En un segundo nivel, diría que queda demostrado que aquellas sociedades en las que la epidemiología pudo apoyarse en un sistema de salud y un sistema educativo sólidos van a salir con menos pérdidas que las demás».

El disfrute de lo que antes se consideraba rutinario también puede aparecer en el día después del confinamiento. Al menos así lo considera Isola: «Lo primero que la gente va a querer hacer es volver a la normalidad de ir a trabajar, de llevar a los chicos a la escuela. Esa normalidad nos va a resultar agradable. Eso es algo maravilloso y tiene relevancia filosófica: hoy añoramos la normalidad que antes nos producía tedio. Vamos a volver a una normalidad que nos va a ser más satisfactoria. Vamos a querer regresar a las cosas más simples, como una cerveza con los amigos. No tanto lo espectacular, sino la cotidianidad que nos vinculaba».

Los adultos mayores

La pandemia pone bajo todos los focos a las personas mayores de 65 años. El día después de este grupo encierra dos dimensiones que corren paralelas: la del efecto de la cuarentena sobre ellos y la de la mirada social hacia ellos. «Es probable que la mirada hacia la gente mayor sea diferente, de hecho hoy lo es -señala Moreschi-. Calculo que la relación entre los niños y sus abuelos también se va a ver modificada. Los chicos son vehículos de contagio y los mayores seguirán siendo población de riesgo, por lo tanto, el contacto se hará con cierta reserva. Incluso este hábito de comunicación diaria entre abuelos y nietos, por videochat, que es más frecuente ahora que cuando se veían en persona, puede continuar».

Katz se reconoce «escéptico» cuando de posibles cambios en la mirada social sobre los adultos mayores se trata. «Lo que les pasa a los adultos mayores -reflexiona- no va a afectar a la mayor parte de la sociedad. Por tanto, que el conjunto cambie su actitud hacia los adultos mayores debería ser resultado de una acción consciente, voluntaria, que no veo que vaya a ocurrir. Hoy no estamos cuidando a los viejos; hoy estamos aislando a los viejos. Sí creo que esto cambia muchas cosas para ellos. Ser viejo hoy es una cosa muy diferente de lo que era hace 30 o 40 años. Los adultos mayores son una población que hasta hace dos meses era activa, tenía proyectos, planes y hacía cosas. De pronto se encuentra confinada, señalada como débil. La biología se impuso sobre la cultura y eso introduce una conciencia de la fragilidad, de la proximidad del fin, que habíamos hecho mucho esfuerzo para separar de nuestro horizonte cultural».

Conexión generacional

El día después en relación con los adultos mayores presenta algunos signos positivos que quedarán de la cuarentena, pero tamizados por la experiencia personal de cada uno. Isola considera que «debería suceder» una valorización de la gente mayor. «Ha habido en todo este tiempo de pandemia mucha conexión generacional. En esta cosa de ir a visitarlos para dejarles algo, comida o el diario, me parece que ya se generó una valorización. Pero esa valorización es absolutamente individual. Y esto ha estado conectado con una desvalorización política de los jubilados, a través de los magros aumentos que se les conceden y ciertos maltratos. Es difícil estimar cuánto de eso va a traccionar en la sociedad», dice.

«Se llevan la peor parte», no duda Serratore al reflexionar sobre los adultos mayores . «No solo porque son los más afectados por el virus, sino también porque en la situación de encierro pueden perder masa muscular, rapidez en los razonamientos. En lo que refiere a la mirada sobre los adultos mayores, creo que este paradigma los ha estigmatizado y humillado desde sus comienzos. Desde el punto de vista económico, son considerados masa improductiva que consumen una parte enorme del presupuesto de un país».

Para la filósofa, hay que entrelazar los conceptos de inmunidad y comunidad. «Todas las comunidades han debido tener siempre un sistema inmunitario para seguir vivas. Sin embargo, nuestra época ha mostrado que en nombre de las comunidades se han levantado muros que nos separan cada vez más. Yo desearía pensar en comunidades mestizas, conscientes de sus impurezas, respetuosas de sus vacíos», analiza.

Isola remarca que el presente es crucial para imaginar y pensar lo que vendrá cuando las cuarentenas sean recuerdo: «Mucha gente dice ?¿qué va a pasar el día después?’. Y lo que va a pasar el día después depende también de lo que esté pasando ahora. Si estamos mirando el día después, pero no estamos haciendo el proceso ahora, seguiremos igual».

Fuente: Javier Fuego Simondet, La Nación