Vacaciones de bienestar. Meditación y yoga con vista al mar

En Punta del Este cada vez son más los que optan por dedicarle buena parte del tiempo a la práctica de disciplinas que buscan la armonización; la oferta de propuestas crece e incluso se hace un lugar en los grandes emprendimientos esteños

La cita es a las 10 de la mañana en una casa de adobe en Chakrasana, una chacra de cinco hectáreas sobre la ruta 104, en Manantiales. Durante dos horas, las diez personas se dejan llevar por las indicaciones de Tamara Villoslada, instructora de Kundalini yoga, y luego se relajan con las vibraciones de un didyeridú, cuencos y campanas. Afuera se escucha el canto de los pájaros y, al abrir los ojos, lo primero que se vislumbra por las puertas-ventanas de este espacio luminoso en forma de octágono son los árboles y la naturaleza que lo rodean.

La iniciativa de Chakrasana –meditación con ejercicios respiratorios llamados Pranayama para crear y proyectar, y relajación con sonidos– se suma a un panorama esteño en el que se multiplican las propuestas para pasar unas vacaciones activas y saludables. Lejos atrás quedó la costumbre de tirarse modo lagarto en la playa todo el día. Durante las vacaciones, además de descanso, actividad social y salidas gastronómicas, cada vez son más quienes buscan, exploran y descubren herramientas para maximizar su bienestar.

Sesiones de meditación, yoga sobre tablas de surf, clases de Vinyasa Flow, Iyengar, Ashtanga o aero yoga, danza y armonización sonora, mantras y retiros, además del pedaleo grupal o individual por los campos de Punta del Este, son algunos de los programas que se buscan cada vez más en este balneario. En yoga, las clases grupales suelen costar, en promedio, entre 12 y 20 dólares si se sacan cuponeras, hasta 30 cuando se compran por unidad, y unos 100 dólares si la práctica es individual.

Todos los entrevistados coinciden en que los practicantes pueden dividirse en dos categorías: aquellos que buscan seguir con sus rutinas deportivas y espirituales donde sea que vayan, y los que sienten que de vacaciones disponen de un tiempo faltante en la ciudad y se anotan en todo lo que pueden. Los profesores, que suelen dar clases y organizar sesiones todo el año cuentan que durante la temporada aumentan los pedidos de prácticas individuales.

“Tengo alumnos que en vacaciones practican todos los días tipo fanáticos y después no hacen nada durante todo el año. Pero lo buscan en las vacaciones porque es fin de año, época de reflexión, de pensar qué quiero y cuáles son mis metas y las de mi entorno. Este es un lugar que inspira a hacer algo, a tomarse una pausa y explorarse un poquito. A muchos los veo: les cuesta desacelerar de la vida que tienen. Y de repente se sacan los zapatos, escuchan la música de fondo, sienten que hay un entorno para sanar, para desintoxicar, y así comienzan a disfrutar del silencio y de la paz”, analiza la fundadora de The Shack Yoga (@ theshackyoga), Isabella Channing. Oriunda de Manhattan y de madre uruguaya, cuenta que cuando abrió su estudio, en 2013, era el único espacio de yoga y masajes terapéuticos de José Ignacio. Hoy hay varios lugares nuevos. Dice que todos se llenan.

Consciente de la demanda creciente, este año se asoció con los dueños de Vik Retreats y juntos construyeron un centro de wellness al lado de La Susana. El espacio comprende sala amplia de yoga, gimnasio, saunas seco, húmedo e infrarrojo (regenerativo celular), y tratamientos energéticos. El equipo interdisciplinario arma planes personalizados “en función del porcentaje que cada cliente quiere dedicarle al wellness durante las vacaciones”. La idea es mantenerlo abierto todo el año con membresías, como una opción para quienes viven aquí. Hay clases de Vinyasa, tardes de workshops de yoga, y retiros durante el fin de semana, como el Yoga For Bad People, que organizan en febrero, y en el que mezclan prácticas de yoga con comidas y salidas.

Para la profesora de yoga Iyengar Flor Gama, la naturaleza y el paisaje del lugar invitan a escucharse y a buscar actividades que hacen bien. “La práctica te da tiempo, no te lo quita. Después te sentís oxigenada, despejada. La naturaleza te da otra sensibilidad y te abre más a lo simple. En la ciudad estás con tus pensamientos y con los del entorno. Acá estás más vacío y más simple. Más sintonizado con algo más grande, más genuino”, analiza. Durante la temporada, dejó su estudio de Santa Fe y Fitz Roy para dar clases en Las Musas, una nueva propuesta en José Ignacio.

Después de una hora de yoga SUP (Stand Up Paddle Board), sobre una tabla de surf en el mar, justo pasando el puente de La Barra, la argentina Lucía Álvarez es contundente: “hoy en día te aburrís en la playa. Ya no podes tomar sol y se llena de gente. Por eso se buscan otras alternativas. En vacaciones, tenes el tiempo para encontrarte con una actividad a la que le das un momento y después, quizás, la continúes durante todo el año”.

Álvarez (@ludelalva), quien desde hace 5 años vive en El Chorro, pasando Manantiales, cuenta que se armó un circuito con este tipo de iniciativas porque son varios los que se instalaron en el Este en busca de una vida más en contacto con la naturaleza y el bienestar. Así nacen estos emprendimientos.

Es el caso de Damián, propietario de Chakrasana, argentino radicado en Manantiales. Construyó un shala (casa) de adobe en un terreno rodeado de árboles y, tres veces por semana, propone una práctica basada en la primera serie de Ashtanga, seguida por una relajación con vibraciones. “Durante el año me va muy bien. En el verano la gente del año está trabajando y ahí hay un recambio. El turista es inestable. Haces un evento y nunca sabes si se llena o no. Depende de la ola, del clima y de la noche anterior”, cuenta. Actualmente está construyendo un espacio de madera para compartir una comida después de las clases (yoga brunch) y le gustaría organizar experiencias más largas, con caminatas conscientes “para que los que vengan conozcan otra parte de Punta del Este”.

La tendencia se ve también en los grandes emprendimientos. Por primera vez desde su apertura, el Fasano Las Piedras, en La Barra, inauguró este año clases de yoga para sus huéspedes, y las invitaciones a ver el con trago en mano pasaron a ser “wellness sunsets” con yoga, meditación, “sound healing” y jugos saludables, como el que organizaron el 1° de enero para equilibrar cuerpo y mente en el inicio del 2020.

Desconectar para conectar

En Buenos Aires, a los 69 años, Pablo Oks va tres veces por semana a yoga Iyengar, cuatro veces a Taekwondo y dos veces al psicoanalista. En José Ignacio, durante las vacaciones, practica yoga todas las mañanas. “Haga o no haga nada después, ya tengo el día hecho. Luego, patrullo las calles del pueblo”, bromea este habitué de José Ignacio. Oks recuerda que, hace 10 años, una sola persona daba clases de yoga en esta zona. Hoy existen varios centros para clases grupales, además de las ofertas individuales. “Captaron una necesidad”, sintetiza Oks después de una clase de yoga en Las Musas, un espacio de cinco hectáreas a dos kilómetros del casco antiguo de José Ignacio.

“En las vacaciones, parás, te coatardecer nectás con tus dolores porque estás menos anestesiado, y te reencontrás con ellos para sanarlos. La belleza de la naturaleza ya te entona y se impone el espacio para parar. Desconectar para conectar”, reflexiona Sandra Perelmuter, fundadora de Las Musas.

Este emprendimiento, que por ahora comprende una casa principal diseñada por el arquitecto chileno Mathias Klotz junto con Carolina Pedroni, una de huéspedes, y un viñedo, inauguró esta temporada un estudio de yoga amplio de madera y vidrio, totalmente equipado, con vista a una laguna y al que se accede por un jardín de árboles. Todos los días propone clases de iyengar, ashtanga, vinyasa y yoga con sogas.

La idea de Perelmuter es crear, como ella dice, un lugar para vacacionar de manera distinta: un hotel de yoga y bienestar de alto nivel con arquitectura, diseño y buenos profesores. “Me atrae crear experiencias e introducir a gente que tiene una idea más occidental del wellness, de tipo competitivo, esfuerzo y metas, para así mostrarles que esta es otra lógica, otra filosofía. Los profesores dicen frases durante la clase que te dejan pensando”.

En este espacio ya están planeados varios seminarios de yoga, como uno de Iyengar con Lucienne Vidah en febrero y otro de Ashtanga este fin de semana, además de conciertos, masajes y música en las noches de luna llena (@lasmusas.uy).

De este lado del charco, en verano las actividades suelen concentrarse durante la mañana, dado que a la tarde predominan los programas más sociales y también porque muchos prefieren quedarse en la playa mirando el atardecer.

Argentina nacida en Patagonia, la instructora de Kundalini yoga Tamara Villoslada (@tamaravilloslada) se instaló hace tres años en La Barra y cuenta que en temporada llega gente que quiere hacer yoga todos los dias: “Intercalan con las actividades sociales y, a diferencia del invierno, en verano te piden mucha clase particular. Cuesta el tema del horario, y hay que encontrar el espacio”. Explica Villoslada que a esta práctica le dicen el yoga de la conciencia porque trabaja con la energía de Kundalini, que es la energía enroscada en la base de la columna y que llega hasta el tope de la cabeza.

“Es una forma de vida. Hacemos yoga durante el año y acá, ademas de lo social, mantenemos nuestra rutina. Al principio es más difícil porque vienen amigos de todos lados y está lleno de eventos. Antes te miraban raro cuando hablabas de energía. Ahora, por suerte, ya no. Y acá cada año se nota el incremento de actividades alternativas”, resumen el cordobés Luciano Bernardi y la misionera Jessica Buss, de 37 y 26 años, recien salidos de una sesión en Chakrasana.

Las amigas Mercedes Cristiani y Sol Rodríguez Lozano, 48 años, salen día por medio a recorrer los caminos quebrados del balneario esteño en bicicleta. Evitan las rutas principales y, durante tres o cuatro horas, exploran caminos de arena, de ripio, saltan alambrados y descubren chacras. Cada vez más presentes en Punta del Este, los ciclistas suelen encontrarse en un spot, como el Fasano, Narbona o Mar de Verdes, en Manantiales, para hacer un corte y tomar un desayuno saludable. “La geografía de Punta está buena para entrenar. Y se suma el paisaje. Es divertido. La bici no te desgasta como correr, es más amable con el cuerpo”, cuenta Cristiani.

Después de dar clases en el departamento de su madre desde 2005, en Punta del Este, hoy Nathalie Pezzoni, 39 años, usa la naturaleza como paisaje para sus sesiones de yoga SUP, algo que sólo puede organizar cuando el clima lo permite. En invierno, sus clases grupales se desarrollan en su estudio y están siempre llenas (@ espaciosams ar ayoga ).

“En verano tengo muchas clases personalizadas. Son turistas que vuelven y me llaman de nuevo. No hicieron yoga en el año y se toman las vacaciones para hacerlo. Se lo ponen como rutina en las vacaciones”, cuenta Pezzoni. Y agrega: “el perfil de mis alumnos de todo el año y de los que vienen durante las vacaciones es bien diferente. Los de acá están a otro ritmo, mientras que los de Buenos Aires quieren todo ya. Si les cambio el horario o la clase a mis alumnos argentinos, me matan”.