Michael Bublé volvió a grabar canciones a la medida de los crooners

El nacimiento de una hija (tercera en su descendencia, con Luisana Lopilato; ya tienen dos varones); el alta médica del mayor de los niños, que luchó contra el cáncer; la «inducción» (así le llaman) de su «Estrella» en el paseo de la fama de Hollywood; el anunció del final de su carrera y la corrección (de su manager) de que eso no era cierto. Y la llegada, días atrás, para terminar de desmentir cualquier rumor, de un nuevo disco.

Muchas cosas pasaron este año en la vida de Michael Bublé (justamente Vida se llama su hija que cumplió cuatro meses, un par de días antes del estreno mundial del nuevo disco del cantante).

El álbum se llama Love y es para ubicarlo en una batea en donde no demasiados discos entran. Si bien hace un tiempo Michael se volcó al pop con temas propios y ajenos, su reciente estreno transcurre en lostempos de ese jazz levemente swingueado y las baladas que acolchonan las voces de los crooners. Porque Bublé no es otra cosa que un crooner de este tiempo que se alimenta de las glorias del cancionero del ayer («Unforgettable», «La vie en Rose», «My Funny Valentine», «When You’re Smiling») y que busca otros links, como el de una canción de Kris Kristofferson y otra de Charlie Puth que lo conecta con lo más actual y consumible de la música pop.

Fuente: LA NACIONDe algún modo, Bublé es un músico sin tiempo: cuarentón que parece treintañero; crooner de la era Sinatra pero con una voz del siglo XXI a la que no lo incomodan los trajes con solapas punta de flecha. Es parte del gran mercado de la música y, al mismo tiempo, una pieza casi única en su rubro que hoy no tiene demasiadas figuras. El futuro (inmediato, por supuesto) está en el trap, en el hip hop; no en esas canciones de amor y desamor que suele interpretar. Sin embargo, este músico canadiense vuelve a apostar a lo clásico y se asocia a un nombre de trayectoria dentro del pop orquestal. Es un coterráneo; canadiense, como él. David Foster. Multipremiado compositor, arreglador y productor (tiene más de una docena de premios Grammy en su haber) fue el encargado de la orquestación de la mayoría de las composiciones. Y se nota su sello, especialmente en los arcos y las cuerdas y en armonías con cierto toque vintage.

Al mismo tiempo, lejos de quedar todo equilibrado en su sonido Hi-Fi o muy FM (como se decía en otras épocas), la mezcla del producto final expone a los instrumentos y a la voz del protagonista en diferentes planos. Esto le da vitalidad a un álbum que (a diferencia del anterior, en el que Bublé buscó un trabajo de «grupo») apunta a lo tradicional y clásico, y podría quedar como un CD de transición en la discografía de este «divo» que ya alcanzó el disco número diez. Si es cierto que muchas veces los discos son fotografías sonoras de un momento, o un período, en la vida de una persona, tal vez este sea justamente eso, dentro de la producción musical de Michael Bublé.

Fuente: La Nación,  Mauro Apicella