El jardinero erudito que conoce todas las flores del Museo del Prado

El tríptico de El Jardín de las Delicias, de El Bosco: una lección de botánica. No es historiador ni teórico, pero el botánico Eduardo Barba logró catalogar todas las plantas de las 1050 obras que contienen motivos vegetales

Mancharse las manos con la tierra, podar las plantas o pincharse con las espinas de las rosas le ha servido a Eduardo Barba para conocer detalles de los grandes maestros de la historia del arte. «Ves las plantas que pintó El Bosco y parece que las hubiera cogido con la mano, por los detalles increíbles que tienen. O Tiziano, que las representó con gran realismo… aunque si tengo que elegir un artista me quedo con Patinir porque también representaba el entorno, el ecosistema», dice Barba (Madrid, 1978).

Él no es historiador del arte, no es científico, es «solo un jardinero», como le gusta definirse, que ha logrado unir sus dos pasiones, la botánica y el arte, para poder explicar en conferencias y en un catálogo del Museo del Prado cómo se han representado las plantas y las flores en las obras expuestas en la pinacoteca madrileña. Esta dedicación nació al constatar «que en los estudios de los historiadores del arte, cuando se referían a la botánica, había lagunas, y por su parte, los botánicos, cuando tenían que hablar de arte, les faltaba saber lo que el artista había querido transmitir».

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Eduardo Barba para conocer detalles de los grandes maestros de la historia del arte. 

Tras varios años, Barba ha inventariado, de las aproximadamente 1700 piezas que muestra el Prado, todas aquellas en las que aparecen plantas, «aunque sea una vegetación mínima en una esquina», añade. Muestra orgulloso el resultado en un cuaderno. «Son 1050 obras, entre cuadros, escultura y artes decorativas, y de cada una he señalado la especie representada, si es común o rara, sus características, si encierra alguna simbología…».

Sin embargo, Barba advierte que no es un listado cerrado, «hay obras que vuelves a observarlas y descubres cosas nuevas». Durante este tiempo, se ha ayudado de tratados de botánica, manuscritos, libros antiguos, lo que dejó escrito Leonardo Da Vinci… además del gran archivo de fotografía que ha ido formando. «En España no hay apenas tradición de este tipo de estudios, pero en países como Alemania e Italia, sí».

Las distintas escuelas le permiten a Barba trazar una sucinta historia de la botánica en el arte del Prado. «Durante el románico, las plantas solo acompañan. En el gótico, sin embargo, tienen más peso porque los artistas representan aquellas que tienen en su entorno». Barba sostiene que llevar al lienzo especies que el espectador conocía lo metía más en la obra, «se establecía una relación de cercanía».

Luego, en el Renacimiento, «se mantiene la importancia, sobre todo en el norte de Europa; no así en Italia, en el sur hay menos detalle». En la pintura rococó una de las favoritas es el lilo y, como si llegase la primavera, en el período romántico «proliferan las rosas en sus muchas variedades, lo que la convierte en la flor más representada en el museo. Está en más de 200 obras». Por plantas, la reina es una trepadora, la hiedra, visible en unas 130 piezas. «Suele aparecer de fondo en los paisajes». Con el siglo XX, por el propio estilo de vida predominante, urbano, la botánica en el arte pierde relevancia.

Si Barba tiene que elegir un grupo de virtuosos de lo verde, escoge la escuela flamenca antigua, «por su potencia y belleza». El Bosco, Patinir, Van der Weyden… A ese estilo pertenece también una obra especial del Prado, La fuente de la Gracia, una fascinante tabla anónima de mediados del XV que, tras su restauración, hace un año, permite contemplar un auténtico vergel sobre el que se sientan ángeles músicos. «Contiene decenas de flores silvestres y decenas de plantas herbáceas», comenta Barba. Desde la modesta hierba del almizcle hasta la llamativa oreja de fraile, que tapiza los bosques húmedos, también se esparcen numerosas fresas con fruto y crecen las gramíneas, tan temidas por los alérgicos».

Otro genio que le llama la atención es Tiziano, del que destaca las delicadas violetas que pintó en varias zonas de La bacanal de los andrios. Era lógico que para una orgía el italiano desplegase estas pequeñas flores, consagradas a Afrodita, la diosa griega del amor.

«Todos los principales artistas le dieron mucha importancia a la botánica en sus cuadros, no solo por ser un motivo para decorar, sino porque las plantas eran en sus sociedades alimento y medicina», agrega. A veces, en este mundo de la floresta «se permitían licencias y partiendo de un modelo real, lo modificaban». En otras, las plantas vivían en los óleos por motivos simbólicos: «Así ocurre con el triunfo, representado por la hoja de la palmera datilera, ya fuese un triunfo ante la muerte, ante un martirio o como símbolo de una victoria militar». Mientras que la expresión de la pureza estaba en la azucena, «una flor blanca que se cree que introdujeron los cruzados en Europa desde Oriente Próximo. En aquellas tierras, desde antiguo, la azucena se vinculaba a las deidades femeninas. Cuando llegó a Europa, sirvió para relacionarla con la Virgen María». Escuchar a Barba en una de sus conferencias lleva, sin duda, a fijarse mucho más en las plantas cuando contemplamos obras de arte. Como suele decir, «ellas casi siempre están ahí».

Fuente: Manuel Morales y Diario El País, La Nación.