Estrenos de teatro. A Buenos Aires es el mejor regalo que Héctor Alterio le pudo hacer a esta ciudad

El magnífico actor conmueve y hechiza al público que sale modificado del Astros gracias a una juglaría llena de vida, poesía y metáfora, acompañado al piano por el virtuoso Juan Esteban Cuacci

Libro y dirección: Ángela Bacaicoa. Intérprete: Héctor Alterio. Dirección musical y piano: Juan Esteban Cuacci. Producción general: Andrea Stivel y Cipe Fridman. Producción ejecutiva: Verónica Espósito. Teatro: Astros, Corrientes 746. Funciones: viernes, sábados y domingos de abril, a las 20.30. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: EXCELENTE.

“He vivido largos años y he llegado a la vejez con un saco inmenso, lleno de recuerdos, de aventuras, de cicatrices, de úlceras incurables, de dolores, de lágrimas, de cobardías y tragedias. Y ahora… de repente, a los 80 años, me doy cuenta de que sé tocar muy bien el violín…que soy un ‘virtuoso’”, dicen los versos de León Felipe en la voz de uno de los artistas contemporáneos argentinos más destacados y admirados: Héctor Alterio. Dice que vino a la Argentina para despedirse de los escenarios, a los 93 años. Y así, con todo lo vivido, con todo su arte en las venas y la pasión en las entrañas es que este bello juglar obsequia a su público un momento tan sencillo en su concepción como profundo en su contenido y forma.

Alterio es un emblema y, como tal, consigue que esa retahíla de historias, poemas y canciones sean escuchadas con la intensidad que la más firme tradición oral impone. Es como un Virgilio o un Homero que cautiva y encanta a sus helénicos espectadores. Así es como las letras de Enrique Cadícamo, Horacio Ferrer, Cátulo Castillo o Eladia Blázquez son dichas de un modo en el que la palabra hablada adquiere una dimensión superior a la canción. Asimismo los elevados y proféticos textos de León Felipe son interpretados de manera tan desgarradora como emotiva. Alterio es un degustador de la metáfora, es el mago que convierte en sinfonía un relato, sólo tomando la mano del espectador, de manera imaginaria, para sumergirlo en un mundo de atención plena, en el viaje de la vida, acariciado con poesía.

La puesta en escena de Ángela Bacaicoa –compañera de vida del actor– es de una deliberada sencillez para acompañar al intérprete. Dos sillas, dos atriles, unas pocas luces para resaltar algunos climas, un piano y la voz. Lo necesario para que se produzca el encantamiento. Y al piano está el generoso talento de Juan Esteban Cuacci, que no sólo acompaña musicalmente cada tramo de la propuesta, sino que oficia de contrapunto y, en más de una ocasión, guía o ayuda a su compañero de escena. Los arreglos musicales que acompañan, sobre todo en los tangos, el decir de Héctor Alterio son el color preciso que necesita este viaje poético.

Juan Esteban Cuacci es el mejor compañero que podría haber tenido Héctor Alterio en escena para su despedida de los escenarios argentinos
Juan Esteban Cuacci es el mejor compañero que podría haber tenido Héctor Alterio en escena para su despedida de los escenarios argentinosGerardo Viercovich – LA NACIÓN

Cuando encara a su admirado León Felipe, todo se vuelve etéreo para llevar al espectador por un abanico de sensaciones. El discurso tan social como místico y metafórico en la voz o el sentir del juglar se convierte en un desesperado grito que expone injusticias, destierros, dramas e idealismo. Alterio impone sensibilidad y ritmo a la potencia lírica de los sobrios versos de Felipe. “No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”, dirá también en su evocación a Jorge Luis Borges. Y en su emoción está escrito el pasado, aquello que se dejó pero que les queda a otros. En resumen: eso que los grandes artistas saben hacer durante su tránsito por este mundo para que los amemos y admiremos.

En estos días, Sagai (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) hizo un hermoso homenaje a Alterio con un reel que reúne momentos inolvidables de sus tantas interpretaciones en películas como La Patagonia rebelde, La historia oficial, La tregua, Caballos salvajes, Contar hasta diez, Camila, Volver, Quebracho y tantos éxitos que inmortalizó el cine. Y en ese reel está el resumen de un intérprete de dimensiones únicas, que jamás se repite, capaz de transformarse y transformar, de conmover como de aterrar. “He visto llorar a mucha gente en el mundo y he aprendido a llorar por mi cuenta. Al traje de las lágrimas lo he encontrado siempre cortado a mi medida”, dice desgarrado en una de las odas de León Felipe. Pero a pesar de las lágrimas –que sin dudas estuvieron cuando en 1974, a los 40 años, tuvo que quedarse con su familia en España por la fuerza, amenazado de muerte por razones políticas– aparece la alegría, la felicidad de este hombre que nunca pudo alejarse del todo de la ciudad que lo vio nacer. Porque el título del espectáculo ya lo adelanta. Este es un magnífico regalo que Héctor Alterio le trajo a su Buenos Aires.

“He sufrido y sufro el destierro…Y soy hermano de todos los desterrados del mundo”, dirá. Pero también en su homenaje a Ástor Piazzolla, a Homero Manzi, al poeta Ferrer, a Hamlet Lima Quintana o a la gran Eladia está esa caricia que el público recibe de pie. Con su decir erudito y esa mirada a través de la que sólo saben mirar nuestros sabios mayores, Héctor Banjamín Alterio Onorato obliga a amarlo y nos recuerda lo virtuoso que realmente es. Y también que “sólo el virtuoso puede un día ver la cara de Dios”.

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Otro trabajo unipersonal de Héctor Alterio, realizado en Madrid, puede verse actualmente a través de la plataforma Teatrix, de teatro filmado. Se trata de Como hace 3000 años, en el que está escoltado por el virtuosismo de José Luis Merlín, en la guitarra. En esta propuesta también le rinde tributo exclusivo al poeta español León Felipe, en una función exclusiva para Teatrix. En este espectáculo, el actor no recita sino que se apropia con todo su ser de la agudeza inclasificable de León Felipe. Mientras, Merlín improvisa melodías propias y ajenas para acompañar las inflexiones de la voz en un espacio despojado. Es una propuesta que también logra conmover al espectador, aunque esta vez desde su hogar.

Fuente: Pablo Gorlero, La Nación