Joaquín Sabina recibió un homenaje en el Instituto Cervantes

Allí anunció: «No volveré a los escenarios mientras la gente esté con mascarilla y no pueda tomar una copa». El cantautor regaló al Instituto Cervantes su primera edición de ‘Ciento catorce volando’, la colección completa de la revista literaria argentina ‘Sur’, dos manuscritos, varios dibujos y su mítico bombín.

El cantautor, poeta y bibliófilo recibió un homenaje en el Instituto Cervantes de Madrid, en donde también donó varios manuscritos, un bombín y la colección completa de la revista literaria “Sur”. 

Durante su discurso, Joaquín Sabina dijo que “nuestra mayor riqueza es el idioma español”.

El cantante consideró que las diferencias entre los mandatarios de México y España, “son tonterías lo que se dice, nuestra mayor riqueza, y no sólo cultural, es el idioma”, al hablar en general de todos los países en los que se habla español.

Así lo ha expresado el cantante (Úbeda, Jaén, 1949) tras dejar en la caja de seguridad número 1237 de la cámara acorazada del Instituto Cervantes de Madrid la colección completa de la revista literaria argentina «Sur» (1931-1992), así como un bombín, y algunos manuscritos, dibujos y fotos personales.

Ya fuera del acto protocolario, Sabina dijo, «no pienso volver a los escenarios mientras la gente esté con mascarilla o no pueda levantarse o fumar o tomar una copa y me temo, sobre todo en Latinoamérica, que no será hasta dentro de un año y medio. Pero sí volveré a decir hola y adiós».

Agregó que se encuentra «bien» sobre todo por «haber sobrevivido a estas maldades que nos han asolado. No he tenido Covid, me he portado como un ciudadano ejemplar, he seguido fumando y bebiendo y me siento bien».

Dice Sabina que a él le gusta sentirse un poco impostor, estar como a pie cambiado. El de Úbeda es un músico con alma de escritor, un poeta pegado a una guitarra, un bibliófilo con chupa de cuero y gafas de sol de interior que presume de atesorar una primera edición del ‘Ulises’ de Joyce. Ayer se plantó en el Instituto Cervantes como estrella invitada, y era un canalla en un palacio, o algo así. El caso es que él sonreía, y al final confesó que estaba como en casa, tal vez porque lo invitó su amigo Luis García Montero, que dirige la institución, y que nada más agarrar el micrófono justificó la presencia del cantautor en un lugar tan prosapio. Como si hiciera falta.

La excusa era el legado del bardo en la Caja de las Letras, esto es, el regalo que los grandes nombres de la cultura en español hacen a la posteridad: él optó por la colección entera de la revista ‘Sur’ (fundamental para reconstruir la historia de la literatura al otro lado del charco), un ejemplar dedicado de su ‘Ciento volando de catorce’, dos manuscritos (un soneto y una canción), varios dibujos y fotografías y su bombín negro, que guardó en una gran sombrerera blanca. Solo le faltó el cigarro a ese ajuar, que por cierto está al lado del que dejaron Les Luthiers.

Empezó el acto con un tono muy oficial, muy correcto, con las intervenciones de García Montero («la verdadera riqueza de un país es su cultura», etcétera) y una «testiga» (sic) de lujo: Meritxell Batet, presidenta del Congreso («si por algo debe ser reconocida España es por su cultura», y así). Luego Sabina desapareció unos minutos y volvió para sentarse a charlar con Benjamín Prado y Nativel Preciado, y entonces cambiaron las cosas, se aligeró el discurso y las palabras llegaron a sitios interesantes. Despacharon sobre las relaciones (¿incestuosas?) entre poesía y música, ese tema tan manido desde el Nobel de Dylan, y el cantante apuntó una novedad: «Una virtud que tiene la canción sobre la poesía es que la poesía no puede ser cursi, y las canciones deben ser un pelín cursis».

Un amigo leal

Hubo tiempo para todo, como en los bares. «¿Qué te falta en la vida?», le preguntó Preciado. «He escrito un libro, he tenido dos hijas, y en Rota transplanté un olivo. No me falta nada, estoy moderadamente en paz conmigo mismo. (…) He llegado a los 72 años y aún no me considero un hijo de puta, y con eso me basta», espetó él. Y después: «¿Has hecho algo bien en tu vida?» «No he sido nunca un padre ejemplar, ni un marido ejemplar, ni un amante ejemplar. Pero he sido un amigo leal».

Le tiraron de la nostalgia, a Sabina, y terminó contando aquella noche en la que George Harrison le escuchó en un local de Londres y le dio cinco libras de propina, que para su bolsillo roto era un dineral. Se prometió que lo iba a guardar para enmarcarlo, pero claro: el destino cambió sus planes. «El afán coleccionista me duró lo que tardé en llegar al primer pub», soltó entre carcajadas. Cómo han cambiado las cosas que más tarde proclamó: «No he tenido Covid. Me he portado como un ciudadano ejemplar; no he salido, he llevado mi mascarilla…»

Lo de la vuelta a los escenarios lo dejaron para cerrar el sarao. Sabina regateó, pero concedió esto: «Me siento bien, pero no pienso volver a los escenarios mientras la gente esté con mascarilla y no pueda levantarse y fumar y tomar una copa. (…) Y me temo que eso no será hasta dentro de un año y medio. Volveré a los escenarios a decir hola y adiós».